Prólogo:
Durante toda mi vida he tenido multitud de profesores que me han ayudado, pero el que más influyó en mí y me dejó huella fue un profesor de primero de primaria llamado Don Miguel.
Cada mañana entraba en clase con la misma compostura: con sus pantalone de pana y camisas de cuadros, su gabardina sobre los hombros, su canoso pelo gris bajo una fedora color café y sus ojos amables y cansados observando el horizonte (algo que nunca llegué a comprender).
Al entrar recuerdo que nos hacía un gesto y todos nos sentábamos al instante en nuestros pupitres, y a los 10 minutos de comenzar la clase me llamaba a su mesa y me hacía ir a la fuente que había en el patio para que le llenara su botella de agua.
A este profesor no lo recuerdo con cariño por su forma de ser, sino por cómo influyó en mí y en el resto de mis compañeros, ya que nos trataba a cada uno de manera especial.
El recuerdo con más amable que tengi hacia él fue el último día que le vi, un recuerdo que me marcó y me hace ser la persona que soy ahora.
Todo ocurrió el último día de clase, un día especialmente nebuloso. Ya nos estábamos yendo a casa, cuando Don Miguel se acercó a mí y me dijo: "Álvaro, recuerda esto:《No es nada el tiempo que invertimos en los estudios comparado con el tiempo de buena vida que tendremos al estudiar》. Y dicha esta frase, se perdió en la niebla y nunca le volví a ver...
Continuará...ABM17