El Secreto del Hermano

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No había sido un día fácil para Rebekah y Niklaus, su padre había regresado para ponerle fin a la vida del híbrido en un estrepitoso intento que había acabado con el teatro de Nueva Orleans en llamas. Eso no era lo peor, sino que los hermanos habían perdido algo por ambas partes. Marcel era el amante de Rebekah y el pupilo de Klaus, que este último había criado como un hijo.

Habían visto arder el teatro en llamas y con ello la vida de un viejo amigo, pupilo y amantes.

Su hermano Elijah se había quedado para dar caza a su padre mientras que ellos huyeron, algo indecisos, tras escuchar su orden.

Lejos de la ciudad, lejos de mundo que ahora poco importaba, después de aquello se les habían quitado las ganas de vivir a ambos. En sus corazones habitaba el mismo dolor, por igual.

Rebekah no podía parar de llorar mientras que Klaus decidía mantenerse alejado de ella a varios metros para tranquilizarse. Aunque en su intento no pudo evitar desahogarse golpeando la corteza de los árboles. Estaba más furioso que nunca y le dolía, le dolía más que nada, por su hermana, pero también por él.

Marcellus fue hasta el momento de su muerte, alguien fiel y digno de confianza, con el que había forjado su lealtad año tras año en innumerables ocasiones haciendo un vínculo cada vez más fuerte. Pero el lazo se rompió, o al menos por parte de Klaus, en el momento que descubrió que él andaba con su hermana a sus espaldas, a pesar de que se lo había prohibido. Aquello había sido para él una traición, y eso le había marcado. Era un hombre que no olvidaba nunca.

En innumerables veces había privado del amor a su hermana matando a todos aquellos hombres de los que se enamoraba, y ahora, el que parecía ser el correcto para ella estaba muerto.

Él sabía muy bien por qué era así con su hermana, sabía muy bien la razón aunque la tenía oculta en lo más oscuro de su ser. Todo rondaba en torno a ella hasta llegar a convertirse en una obsesión enfermiza.

Sabía muy bien la razón de por qué no podía dejar de preocuparse por ella, cómo la protegía a su manera. Las cosas crueles que la hacía solo enmascaraban la verdad.

Él era cruel con todo el mundo, incluso con sus hermanos pero cualquiera que observara la situación desde otro punto de vista sería capaz de detectar la forma en la que Klaus miraba a Rebekah.

Más allá de aquella mirada despiadada había amor, un amor oculto que iba más allá del aprecio fraternal.

Él era cruel, todo lo que quería lo tomaba sin importarle el motivo y lo habría hecho en su día. Habría tomado a su hermana si no fuera porque sabía que ella no se lo perdonaría nunca de haberlo hecho. Lo que pensara Elijah respecto a ellos si algún día acababan juntos le daba igual, él la amaba, y antes de dar aquel paso quería comprobar que su amor era recíproco. Sino lo perdería todo. No habría vuelta atrás en aquel tablón de ajedrez al que llevaban jugándola partida de sus vidas.

Se había fijado muchas veces en ella, en cómo le miraba y más de una vez habría jurado que era correspondido, pero, ¿Cómo estar seguro? Si aquellas miradas solo duraban segundos en su pequeño corazón. Eran momentos breves, fugaces, cortos y que guardaba en la memoria con cariño.

Rebekah lloró aquella noche más de lo que había llorado nunca, no podía creer que ahora, después de haber conseguido el consentimiento de Klaus, Marcel estuviera muerto, calcinado entre las cenizas de aquel teatro y todo por su imprudencia. Había querido librarse de su hermano desatando el fantasma del pasado, su padre, para poder huir y ser feliz junto a Marcel y ahora estaba muerto. ¿Qué sentido tenía la vida? Una vez más, se encontraba en un lugar frio y hostil llorando la pérdida de un ser querido, alguien que las complementaba del todo, por su culpa.

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