Desde que tengo uso de razón, y más aún desde que entré a la pubertad busqué pasar desapercibido, aunque para ser sinceros, nunca lo conseguí.
¿La razón?
Mi belleza. Sí. Así es. Mi belleza.
Soy el mayor de dos hermanos, y para hacer las cosas contradictorias, de los dos, soy el más afeminado. No por mis modos, mis manías, o mis modales, es simplemente... mi cuerpo. Siempre me confunden, o lo que es peor, nos confunden a mi hermana y a mí.
¡¡SOY HOMBRE!! ¿Cómo más lo puedo gritar? ¡Soy un hombre hecho y derecho que gusta de las mujeres!
Mido uno sesenta y cinco, cuerpo delgado, figura esbelta, cabello rubio, ojos color cielo y un rostro, que según mi madre es envidia hasta de los mismos ángeles. Debería sentirme orgulloso por ser tan bello, pero no lo estoy, porque dejas de sentirte orgulloso de serlo cuando tus amigos comienzan a fijarse en ti, cuando te comienzan a llegar rosas, flores, mensajes de amor de personas que irritantemente te confunden con mujer.
Y para colmo de males, a mis amigos, siempre les gusta jugarme bromas con respecto a mi hombría. Suelen esconderme el uniforme, y toda la ropa dejándome como única opción ropa de chica.
La primera vez que paso eso, fue demasiado humillante. Salí de la ducha, con sólo una toalla cubriendo mis partes íntimas, cuando abrí mi casillero éste estaba completamente vacío, con solo una nota en él.
«¿Te atreves?»
Dirigí la mirada hacia la parte inferior y vi un traje de mujer impecablemente doblado. La vestimenta constaba de una camisola y una falda corta... ¡¡Una falda corta!!
¡Dios mío!, se me fue el color de rostro, eso era demasiado humillante. Di un grito al cielo, protesté, vociferé y demás, pero no tenía otra opción. O salía vestido de mujer, o... me arriesgaba a recorrer la escuela con solo una toalla cubriendo mi todo, tomando en cuenta que los malditos infelices esos pueden estar escondidos por allí y en un descuido pueden quitarme hasta la toalla generando un show mucho más escandaloso.
Me las pagarían juré cobrármelas, ya se presentaría la oportunidad y me las pagarían. Miré debajo de las ropas y pude ver mis calzados, suspiré aliviado, al menos me dejaron eso... aunque fuera lo único mío, porque la sugerente ropa interior de color rosa que me colocaron hizo que se me subieran los colores al rostro.
Una vez vestido me dirigí a la salida a paso firme, molesto, seguro y sin mirar a nadie, estaba maquinando mi plan de venganza contra esos malditos desgraciados cuando de la nada salió un muchacho a toda carrera y me arrolló.
Chocamos de frente, al caer terminamos en una posición comprometedoramente incomoda. Lo tenía sobre mí, su rostro a centímetros del mío, tan cerca que respirábamos el mismo aire. Sorprendido, molesto y sumamente irritado, lo quité de encima de un fuerte empujón. Las ganas de golpear a los causantes de mi desgracia iba en aumento. Y como siempre llueve sobre mojado, el muchacho termino diciendo lo que no debía.
―¡Perdone usted señorita! ―dijo notoriamente apenado.
Aunque no fuese su intención, esas palabras de disculpa, simplemente fueron la gota que derramo el vaso. Lo miré con odio evidente, ya no podía resistirlo más estaba en una crisis de identidad, y ese sujeto no me ayudaba. Como gato al acecho textualmente me abalance sobre él y lo llené de golpes.
― ¡No soy una chica!― grité mientras te golpeaba― ¡Lo entiendes! ¡No soy una chica!
Cuando recuperé la razón, lo vi destrozado debajo de mis puños, durante el ataque, no tuve ni el cuidado ni el decoro de fijarme la posición de mi ropa, estaba sobre él, con la falda completamente levantada mostrando un espectáculo de bragas rosas a un tipo como ése, el cual al verlo se tornó más rojo que la sangre que le chorreaba por la cara.
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La maldición de mi belleza
Teen FictionCuando tu mayor don es tu maldición. Esta historia cuenta de una manera cómica las peripecias que pasa un chico con apariencia de mujer.