Un gran rey

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Hubo un tiempo en el cual la ciudad de Belfast estuvo completamente cerrada. No hablo de tener simplemente sus fronteras cerradas, sino que ni siquiera las palomas mensajeras o la gente salía y por supuesto, no entraban a ella. Durante ese tiempo fue coronado como gran rey de Irlanda el excelentísimo Jerk Néill XVII; éste, tenía un consejero al cual consideraba un amigo de toda la vida y su igual, aunque fuera de crianza baja y muy pobre.

El reinado de Jerk fue alabado por todo el país por la reputación de su padre, que consistentemente había repelido invasiones norteñas e inglesas en tres campañas militares de un genio estratégico impresionante. Estas consideraciones se desviaron a un abismo de dudas cuando se conoció el primer mandato de Jerk a través de toda la isla: Que para conocer su alcance y su capacidad militar, Jerk se asediaría a si mismo.

Nadie entendía a qué quería llegar con esto y si no las protestas, las reservas se mostraron cuando todas las grandes ciudades invocaron al poderío entero de sus fuerzas a ellas y esperaron. Jerk se enteró de esto pero no le importó, porque sabía que incluso aunque otros señores feudales tuvieran ejércitos más grandes, no se atreverían a atacarlo por la reputación de su padre. Ya tenía suficientes preocupaciones con la idea de salir de la ciudad, armado y acompañado por supuesto, pero era algo que nunca había hecho; y sin embargo, era el rey y tenía que mostrar compostura, mostrarse débil era suicida.

Salió a través de los portones vestido con su regia armadura blasonada con su insignia real: La figura de un árbol en el centro con tenantes de leones carmesí a los lados sobre campo de sinople con un timbre de tres flores de lís en una banda superior de gules. Llevaba sobre los hombros una capa roja que era tan larga que cubría los flancos de su semental blanco nieve, y a su espalda venían la mitad de los caballeros y soldados que debían su lealtad a la gran Glasgow.

Ordenó a los esclavos que cerraran las puertas y las atrancaran, dejándolos fuera. Una multitud de curiosos se había reunido a una distancia de las puertas para alabar al rey a su paso y ahora todos, incluso los esclavos, se preguntaban por qué se les daba esta orden: ¿Iba el rey a la guerra con tan solo la mitad de su guarnición?, ¿Usaría a sus soldados para cavar trincheras porque planeaba invadir Inglaterra?, ¿Estamos en peligro?. Pero fuera lo que fuese, no se les ocurrió cuestionar a su rey, que estaba en todo su derecho.

Jerk se adelantó mientras sus generales ordenaban que se organizara la formación de asedio, y explicó a los gritos a los buenos soldados posicionados en las murallas comandados por su buen amigo lo que se planeaba, había recibido la fantástica idea de que su ejército necesitaba endurecerse y volverse más efectivo, y que entraba en efecto inmediato un asedio "sorpresa" para averiguar la valía de los dos lados de su ejército, asediadores o asediados.

Fueron los mejores días en las vidas de los soldados, acostumbrados a la batalla y cuando no había alguna, a volver a sus campos y oficios donde trabajaban hasta la extenuación. En el día descansaban y tocaban la música que llenaba el alegre ambiente ante las imponentes murallas; por las noches intentaban escalarlas y si llegaban a coronarlas empujaban a sus compañeros entre risas para luego volver a bajar cuando una trompeta llamaba a un alto. Mientras, los asediados se aseguraban de empujar a sus compañeros apenas intentaban escalar escupiéndolos, tirándoles pis para asegurarse de que no se lastimaran, el júbilo y las risas resonaban en la noche hasta que los ciudadanos, que veían un asedio como lo peor que les podría pasar, empezaron a entender el juego y se unieron a las risas.

Por dentro o fuera de la ciudad un apodo empezó a circular, "Jerk the berk" (Jerk el estúpido), o a veces para abreviar se asociaba el nombre Jerk con una actitud idiota.

El tiempo pasaba y el juego seguía, pero los soldados dentro de la ciudad notaban algo extraño: Sus pares parecían más apáticos con el pasar de los días, aunque claro, debían empezar a cansarse de bajar y subir escaleras como idiotas. Una noche como cualquier otra, los soldados de fuera cuyas caras no mostraban sentimiento o piedad, empezaron el juego y cuando la primer linea de soldados coronaron las murallas, mataron a la vanguardia con un único golpe que resonó como un grito agudo en toda la ciudad.

La siguiente oleada montó escaleras furiosamente en las almenas más bajas, un instante más tarde el cielo se oscureció de flechas y los soldados dentro encontraron que no había autoridad alguna que los guiara o les dijera qué demonios estaba sucediendo. Las bajas y daños fueron mayores pero los que quedaron reclutaron a todos los hombres de la ciudad, los armaron y decidieron que si nadie les iba a aclarar lo sucedido, no tenían más opción que seguir el ejemplo y defender la ciudad de su propio rey... (CONTINÚA)

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