Prólogo - Roses 1979

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Me sentía a gusto, hacía mucho tiempo que no dormía tan bien. Entreabrí los ojos un momento y vi la cálida luz del Sol dándome los buenos días. Notaba como los rayos de Sol me calentaban las piernas y eso me hacía feliz. Esa cosa tan simple me hacía sentir una felicidad idílica, se estaba muy a gusto y no quería levantarme. 5 minutos más pensé, pero sabía que si me quedaba 5 minutos más dormiría hasta la tarde y me estaban esperando.

Yo y mi familia solíamos veranear en un apartamento en Roses cuándo los casos me lo permitían y aunque la estancia no durara mucho la disfrutábamos. Dos habitaciones, cocina y baño a menos de 10 minutos de la playa, un chollo teniendo en cuenta lo que me costaba.

Me levanté y hice mover mis extremidades entumecidas, Leonor y Martín me debían de estar esperando en la playa, la noche anterior les prometí que alquilaríamos bicicletas e iríamos a dar una vuelta por la costa.

Fui directo al baño y me duché, la sal no se me iba del pelo por mucho que lo lavara y se me resecaba enseguida. Fui a la cocina y cogí una manzana, me vestí y bajé al vestíbulo; mientras esperaba al ascensor decidí bajar por las escaleras, Leonor me dijo que últimamente estaba cogiendo peso y la verdad es que tenía razón, debía empezar a cuidarme más.

Salí por la puerta y me dirigí a la playa. Ese día era hermoso, el cielo estaba despejado y el Sol hacía que todo brillara más, el horizonte de la calle parecía como si estuviera difuminado, como si yo estuviera dentro de una postal. Hice el trayecto en 12 minutos y me los encontré en la orilla, Leonor tomando el Sol y Martín haciendo castillos en la arena, esperaba que no me reprocharan mi tardanza, miré el reloj y vi que eran las 11 en punto. Aún teníamos toda la mañana por delante.

Era la una en punto, ya habíamos salido a pasear por la costa y nuestros estómagos empezaban a quejarse. Mientras volvíamos Leonor me preguntó:

-¿Estás bien? En todo el recorrido de vuelta no has dicho nada y te has quedado como pensando.

-Ah, perdona. Estaba pensando en el señor de la tienda de bicicletas. Su cara me sonaba de algo y intentaba recordar dónde lo había visto, sólo esto, no te preocupes.

-Me alegra oír eso cielo.

-Tranquila, ¿Martín qué te apetecería comer?

-Mmm, ¿Qué tal hamburguesa y patatas fritas papá?

Mire a mi mujer cómo intentando encontrar una respuesta en su cara y su sonrisa me lo dijo todo.

-De acuerdo chico, pero te la tendrás que comer toda, ¿entendido?

-Sí papá, dalo por hecho. Tengo tanta hambre que me comería una vaca entera – me dijo mientras separaba las manos para mostrare exactamente el tamaño de la vaca que se comería.


La mañana siguiente empezó de la misma forma, con el Sol dándome los buenos días y la cama actuando cómo un imán. Me obligué a mi mismo a levantarme y así lo hice. Me desentumecí las extremidades a base de estiramientos y me fui a la ducha.

El plan de ese día era visitar Roses e ir a comer fuera, y si todo iba bien, por la tarde sesión de construcción de castillos en la playa. No me quejaba, las vacaciones suponían una rotura brutal con mi rutina en el cuerpo de agentes. El tiempo parecía pasar más lentamente y los colores eran más vivos.

Bajé por las escaleras en mi empeño en ponerme en forma y busqué a mi mujer e hijo en el vestíbulo. El portero me saludó y le devolví el saludo mientras iba a la sala de la recepción. Me quedé parado. Era el mismo hombre de la tienda de alquiler de bicicletas. Entonces lo entendí todo, debía tener dos empleos, aunque aún no sabía de qué me sonaba su cara. Me paré enfrente de los dos y antes de que pudiera decir algo mi mujer me cortó:

Tempus FugitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora