La tarde iba acabando, el cielo se tornaba de un hermoso color anaranjado y las nubes tapaban sutilmente los rayos del sol. La gente caminaba por las aceras, se escuchaban los motores de los autos y el hablar de los transeúntes. Era una tarde cualquiera para él. Caminaba sin apurarse hacia su casa, llevaba en las manos una maceta que había comprado luego de salir de su trabajo, era una linda flor morada. En su camino la gente lo topaba, pero él no discutía, avanzaba sin muchas preocupaciones. Se sentía tranquilo como siempre, sin nada muy importante que pensar. Sabía que al llegar a su casa debía ponerle agua a la flor e ir a comprar las cosas para la cena. Una rutina diaria y sin más preocupaciones.
Caminaba y caminaba hasta que, desde un restaurante, escuchó a una señorita gritar. Parecían gritos de pelea y sonaban bastante fuertes. Él, caminando, terminó al frente del local. Al asomarse vio a una joven señorita que discutía con un mesero muy pero muy airadamente. Gritaba que no era su culpa lo de los vasos (aparentemente el mesero había dejado caer varios vasos al lado de ella y el mesero la culpaba por eso). Fue tanto la gritadera que el dueño del local la dejó ir y el asunto se quedó hasta ahí. Pero lo impactante de eso fue cuando la joven señorita salió del local y él la miro por primera vez.
Se escuchó un fuerte golpe, bueno, él escuchó un fuerte golpe que venía de su pecho, su respiración se cortó y la imagen de ella pasando por al frente de él quedó congelada. Nunca antes había pasado eso en toda su vida, su cuerpo se había petrificado y su mirada daba vueltas con el rostro de aquella señorita. Una joven de tez tostada, pelo largo que le caí por la espalda, de unos ojos verdes que eran incomparables. Una joven más bien baja, pero que resaltaba sin quererlo. Aquella imagen no se esfumó de su mente y aquel instante permaneció por un buen rato.
De un momento a otro, la joven señorita se había esfumado, él con la planta en mano parecía una estatua. Después de unos segundos reaccionó y siguió su camino, pero su andar era ahora más pausado y no a causa de la tranquilidad de antes, sino del agitado brinco que su corazón dio en ese instante.
Él llegó a su casa, dejó la puerta entre abierta y la planta encima de la mesa de la cocina. No sabía que pensar ni que hacer, su vida había dado un brinco, un vuelco de 360 grados. Tomó un vaso de agua y se sentó a observar la flor. Ese día no pudo cenar a causa de aquella misteriosa y linda joven señorita y decidió solamente acostarse, pero su corazón seguía acelerado y sus sueños lo fueron también.
Esa noche soñó estando en una calle vacía. De repente salía desde una puerta aquella jovencita. Él salía a buscarla, peor ni podía llegar ella. Dio vario tiempo a ello hasta que no pudo más y cayó al piso exhausto. El ambiente cambiaba, ahora estaba en el pasto apoyado en el regazo de ella. Sentía el calor de ella y su respirar. Se sentía tranquilo. No había nada que lo molestara, la paz reinaba en sus sueños. Se había formado un momento incomparable para él.
El reloj sonaba a lo lejos, marcaba la hora de levantarse y empezar la rutina. A duras penas se levantó, eso nunca había pasado antes. Su vida era al contar del reloj. Sonaba y se levantaba, sin pesares o dificultades, quizás antes no soñaba o antes no soñaba nada tan importante como aquel sueño. El reloj seguía sonando. Al levantarse lo apaga y se dirige al baño. Todo seguía igual, mismo rostro, mismas expresiones, pero distintos ojos. Se percató de inmediato, había en ellos un brillo que antes nunca había existido. Aunque le sorprendió, no le tomó mucha importancia. Se lavó, vistió y partió a su trabajo. Ese tiempo perdido al tratar de levantarse lo tenía que compensar saliendo más rápido.
A él no le gustaban los autos. Siempre prefirió caminar, hasta cuando encontró trabajo. Decidió caminar ante todo por los problemas que conllevaba tener un auto. No le gustaba manejar, prefería evitar esa espera infernal a las horas punta que se formaban en las calles del centro. Caminar le servía, se despejaba y todo cuanto pasase poco le importaba. En verdad era más duro cuando llegaba la temporada de invierno, pero nunca era un impedimento. Su rutina dictaba caminar y él la cumplía al pie de la letra.
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Encuentros
RomanceDos vidas y dos caminos. Pasan tan cerca pero no se tocan. Viven tan cerca pero no se conocen. Una rutina para cada uno y una sola vida para los dos, pero, ¿esto es suficiente para ellos? A veces se sienten vacíos e incompletos. Una vida y un camino...