Prefacio

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La música sonaba en aquel instante, la suave melodía lejana acariciaba mis oídos.

Cerré los ojos, al abrirlos pude ver aquellas maravillosas dunas de fina arena, el seco viento sobre mi piel, el gran cielo azul infinito estrellado, inspiré profundamente, un nuevo aroma, intenso, febril, movió todas las fibras de mi ser, un impulso instintivo me movía. Pronto en cuestión de segundos encontré la fuente de aquel sutil olor. Era imposible olvidar aquel olor, aquel olor que siempre sería mi maldición para toda la eternidad.

Guiado por mis instintos me dirigí hacia un campamento que se había asentado cerca de un pequeño oasis entre las dunas del desierto, lo más seguro era que hubiesen vagado durante el día en busca de un lugar de descanso y ahora estuvieran dormidos. Según me acercaba me percaté de que había cinco personas, un matrimonio extranjero y tres nativos de la zona. Uno de ellos estaba haciendo guardia cerca del fuego, tendría unos veintisiete años, su corazón latía fuerte, parecía estar alerta, su complexión atlética en la oscuridad se definía por la luz de la hoguera. Su tez era morena, su pelo corto de un color azabache, y sus ojos plateados a la luz del fuego se tornaban rubíes. Su fuerza en comparación con la mía se asemejaba a la de una frágil inconsistente polilla, que sin quererlo, se dirigía hacia una gran red tejida con la más fina tela de engaños y apariencias.

>>Me gusta jugar con mis víctimas, no suelo cazar a gente inocente, siempre me gusta cazar a todo tipo de calaña salida de los peores lugares concebibles por la mente, en realidad, aquella noche mataba por necesidad, llevaba varias noches deambulando por el desierto, alimentándome de lo que podía, y aquel oasis me proporcionó el único agua que necesitaba para vivir, sangre, sangre inocente, pero sangre al fin de al cabo. De todas formas iban a morir aquella noche cubiertos por la gran tormenta de arena que se avecinaba, y desde luego no dejaría desperdiciar una comida así.

Me acerqué tambaleándome teatralmente hacia el joven, sentí como su duro corazón seguía alerta, un bombeo constante, como el de un tambor.

- ¿Hay alguien ahí? – su lengua era primitiva y rudimentaria, me acerqué unos pasos más, al pie de la hoguera y pude distinguir con mucha más translucidez los hermosos rasgos de su cara, su perfecta mandíbula cuadrada, y aquellos ojos , me desplomé allí mismo. Para mí era un juego, era pura diversión, pero aquel hombre era inocente y no tardaría mucho en hacerle ver el verdadero monstruo que soy. - ¿Se encuentra bien?- esta vez habló en mi idioma con su rudo acento. Pude ver como me miraba, seguramente pensaba que era un turista extraviado, un peculiar turista extraviado, se acercó temeroso, atento a mis movimientos, desenvainado su sable, temiendo hacer ruido. Claramente pude ver como colocaba el sable a escasa distancia de mi garganta. Me giré lentamente, y en menos de que este hiciera amago de apartarse ya le había quitado su sable y ahora estaba a escasos centímetros de su nuez.

- ¡Demonio!- gritó sorprendido

- Veo que eres muy perspicaz – Antes de que pronunciara una palabra más y alertara al resto de personas ya estaba entre mis brazos.

Podía escuchar los latidos de su corazón, ¡oh!, qué fuerte tamboreaba en ese momento, su fuerte corazón, no pude aguantar más, le hinqué los colmillos en su frágil piel y comencé a succionar aquel escarlata néctar de vida que manaba de su vena, su palpitante vena, intentaba gritar, zafarse, pero inexplicablemente estaba paralizado, no podía mover ni un músculo, ¿Estaría paralizado por el miedo? No, no era el miedo, era yo. Lo abracé fuertemente, pronto su corazón había parado de marcar el ritmo, la polilla había sido devorada por la araña.

El nativo más anciano pareció haber oído algo desde dentro de la tienda y salió para comprobar si todo iba bien y no tardó mucho en encontrar el cuerpo de su hijo yaciente en el suelo. Fue la última imagen que vio porque ya no abriría más los ojos.

No me fue más difícil encargarme después del matrimonio de extranjeros, un "abrir y cerrar de ojos" como se diría hoy en día. La tormenta de arena había llegado antes de lo previsto. Este incidente hizo que se escapara el último nativo, que huía despavorido al contemplar los cuerpos yacentes desangrados de sus conocidos.

Fue una suerte para él, pues para entonces, yo ya estaba saciado, tan saciado que incluso a la noche siguiente no tendría que preocuparme por la sed. La imprevista tormenta supuso  también un alivio para mí, ya que no tendría que buscar esa noche un refugio y dejaría que la arena me tragara para despertar la noche siguiente.

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2016 ⏰

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(The) Dark HourDonde viven las historias. Descúbrelo ahora