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Por favor, leer nota al final del capítulo c:

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Sus labios rosados se movían de arriba a abajo con decisión. Aquellos potentes ojos azules que miraban al que se cruzaba con autoridad y mandato. Aquellas mejillas rojas de éxtasis al hablar de su más grande adoración.

Alma estaba entregando toda su alma en aquel escrito bíblico, su voz siendo escuchada sin siquiera usar el megáfono, aquella suave y acaremalada voz que llegaba a sonar amenazante, dejaba embelesado a todo aquel que pasar y le viera.

Tomó aire, por tercer vez, y siguió recitando aquél texto, entrecerrando los ojos, dejándose llevar por las palabras. Hablando con todo el corazón, con toda el alma. No le era demasiado necesario mirar el enorme libro que portaba entre sus manos, pues el escrito casi se lo sabía de memoria.

Cerró sus labios y dejó con mucho cuidado el texto sobre la banca, tomando una botella de agua y llevándosela a la boca, dándole un buen sorbo a aquel líquido, sus labios estaban secos.

Miró con sus intensos ojos azules sus manos, estaban sudando y todo su cuerpo temblaba.

Sin duda, estaba emocionado.

Respiró hondo y se dejó caer en la banca, nunca era demasiado de Dios para él, pero aunque no se diera cuenta, se estaba excediendo mucho. Y aquello, sin duda, no era bueno.

Apenas y dormía por estar aprendiéndose los textos para salir a predicarlos, practicaba piano hasta altas horas de la noche solo porque su madre siempre le decía que el camino que Dios le había escogido era el de ser pianista.

Sus dedos se sentían cansados, y cada vez le pesaba más la biblia, quizás era por el hecho de que no estaba comiendo bien. Y eso tampoco era bueno, si no tenía energía ya no podría tocar el piano, y eso a su madre no le haría feliz.

Se levantó de la banca y miró el cielo, el cual ya estaba teñido de naranja, amarillo rojo y un poco de violeta. Tomó la biblia entre sus dedos, mirando ese libro con verdadero aprecio y sonrió con dulzura.

En su camino a casa, no se dio cuenta de que un par de ojos negros lo veían a la distancia con una sonrisa de éxtasis y cautivo. Pero, esa mirada sin duda no era de una mujer.

Se detuvo frente a una dulcería y miró cautivado los dulces que se mostraban en la vitrina, mientras que sentía como su saliva se caía de su labios. Miró nuevamente los dulces y sintió como su estómago rugía por el hambre, incitándolo o más bien, obligándolo a comprar uno de esos deliciosos bollos de fresa, o ese crujiente canelé que se mostraba a través de la vitrina.

Caminó a paso lento y poco decidido dentro de la dulcería, tragando la saliva que seguramente le saldría por la boca al oler ese maravilloso y dulce aroma, que a veces se combinaba con la acidez dulzona del pie de limón. Se avecinó al mostrador y volvió a ver los dulces que se encontraban en ese lugar, por primera vez en su vida sintiendo verdadero deseo de algo que no era Dios, aunque se sentía muy culpable por ello, lo cual, debo admitir, fue razón por la que se pensó dos o tres veces el comprar algo en esa dulcería. Sí, dulcería, porque no solo vendían postres o bizcochos.

Volvió a mirar los dulces, y aunque sabía que estaba cayendo ante la tentación, lo cual él veía como algo muy malo, decidió probar algunos dulces que aquél endemoniado lugar de la atracción.

Miró a la vendedora, quien estaba encandilada con los hermosos y brillantes ojos de Alma, esos grandes ojos azules de largas pestañas los cuales ahora la miraban de manera curiosa en respuesta a la orden que le había pedido hace apenas unos minutos.

El religioso, El puto, El drogadicto y El conserje (Subida Lenta) #LGBTEspanolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora