The lonely angel [Doctor Who Mini-fanfiction]

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—Oh, qué infancia tan solitaria. Doctor… Qué solitario. Muy, muy solo. Un niño solitario. Solitario ahora y solitario entonces. ¿Cómo lo soportas?

                                                                                           Madame de Pompadour.

Los prados de hierba roja incandescente era todo lo que se extendía a lo largo del horizonte de un amplio campo custodiado por el Monte Perdición, a las afueras del centro de Gallifrey. Las hebras bailaban lentamente de un lado para otro, mecidas por la brisa que acompañaba al atardecer anaranjado que se cernía sobre el planeta de los gallifreyan. La tranquilidad del prado se vio alterada por el correteo feroz de un niño que dejaba atrofiada la hierba que iba pisando por el camino. Los  azulirios, unos pájaros de canto dulce, le seguían alegres pensando que su correteo era un juego y su llanto su forma de cantar. El niño corrió y corrió hasta tropezar con un pequeño montículo, cayendo en el acto y cortándose un poco en la cara con las finas hebras de la hierba. Las lágrimas se mezclaron con la sangre y se limpió la cara, haciendo que las diminutas heridas el escocieran un poco por el contacto con sus manos. No quería llorar, tenía que ser fuerte, pero era sólo un niño, un niño que corría y huía. Finalmente se sentó y escondió su cara entre las rodillas, rindiéndose y llorando. Los azulirios comprendieron entonces que no era una criatura feliz y se marcharon con su alegría a otra parte para no atormentar más al chico.

Cuando todo se quedó en silencio y la minúscula sombra del niño se alargaba conforme el Sol se ocultaba, el muchacho levantó la cabeza repentinamente al escuchar pasos que se acercaban a él. Se dio la vuelta, vio a su padre y, al pensar en lo patético que resultaba ahí tirado, llorando, se dio la vuelta con rapidez y se secó las lágrimas para que su padre no las notara, por mucha consciencia que tuviera de que era un hombre con un ojo muy fino y sabría lo que le había pasado, si alguno de la academia no se lo habría dicho todavía.

—Tu madre te está buscando.

Se sentó a su lado, mirando el Sol caer. El chico giró bruscamente la cabeza al lado opuesto de su padre.

—Me da igual.

—Theta, Theta… —soltó una pequeña carcajada—. Tan obstinado como siempre. Está más claro que el agua a qué Era perteneces, la Prydoniana, ¿recuerdas? Pero no me gusta que hables así.

El muchacho apretó los dientes, conteniendo las ganas de volver a replicarle, pero no llegaría a ningún sitio seguir con esa actitud. Theta miró a su padre, sin darse cuenta de que volvía a estar llorando.

—He huido, papá, de la ceremonia de iniciación, del Cisma Desenfrenada, de todo…

Su padre le escuchó atentamente con el rostro sereno.

—Lo peor de todo —siguió Theta— es que al salir de la sala, me he encontrado a Borusa, y su mirada... ¡Seguro que por esto ya no podré ser un Señor del tiempo! —estalló en llantos.

—Lo sé, lo sé… —su padre dejó que se apoyara en él y luego lo abrazó con fuerza.

—Y no sé qué ha pasado con Koschei porque no ha entrado antes que yo y… y… Tengo miedo, papá.

Theta y Koschei siempre habían soñado con ser Señores del Tiempo, personalidades importantes. Cuando se tumbaban en la hierba roja, después de un largo correteo juguetón y muchos gritos de felicidad, bromeaban y fantaseaban sobre su futuro mirando el cielo anaranjado. Los dos pequeños gallifreyan se hicieron amigos cuando Anzor, un molesto y temible abusón de la Academia empezó a darle empujones a Koschei y a insultarlo día tras día, haciendo que el muchacho se sintiera indefenso, solo y desamparado. Theta salió en su ayuda, y aunque recibió un par de puñetazos y arañazos de Anzor, sonrió a Koschei cuando estuvieron a solas y este se quedó estupefacto y muy sorprendido. Desde entonces no se habían separado, e iban a todas partes juntos, apoyándose el uno en el otro.

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