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Cuando mis padres me dijeron que nos teníamos que mudar a un nuevo barrio en Chicago, no me negué. Me parecía una buena idea tener un nuevo ambiente, nuevos amigos y sobretodo una nueva escuela. En la que solía asistir no era muy valorado mi nivel de inteligencia, se preocupaban más por lo artístico, mientras que yo no apoyaba mucho eso.


Bajé la última maleta del auto y observé nuevamente mi nueva casa. Era bastante grande, y por sobre todo bonita. Con un poco de pintura en algunas zonas estaría más que perfecta. Le sonreí a mi padre y entré al lugar. Lucía acogedor, aunque en algunas partes se notaba el maltrato. De seguro la familia anterior no se preocupaba mucho del cuidado.


No me importó mucho eso y subí al sector de las habitaciones. Aparte de la que usarían mis padres, había una de invitados y otra que sería para mí. Mi hermana mayor estaba en la universidad, por lo cual nunca venía a vernos, solamente en días festivos. Me senté en el suelo, el cual era de madera, y empecé a desempacar.


Escuché como mis padres subían hacia su habitación. Pero antes de eso, se asomaron en la mía.






—¿Y, te gusta tu nuevo rincón?


Asentí con una sonrisa. —Absolutamente. Es tan grande, creo que me perderé aquí adentro.


Mis padres soltaron una risa y voltearon para irse. —Bueno, estaremos ordenando la ropa antes de que llegue el camión de la mudanza. Haz lo mismo y luego ve a reciclar las cajas, ¿vale?






Con un movimiento de cabeza di a indicar que estaba de acuerdo. Mi familia era muy amante del medio ambiente, o bueno, en algunos aspectos. Siempre reciclaban y donaban, sobre todo mi ropa antigua. Yo no estaba muy dentro de ello, solamente lo hacía cuando ellos me lo pedían, ya que no podía decirles que no.


Abrí mi nuevo armario y guardé la ropa que tenía. No era mucha, pero era lo que necesitaba. Es decir, tenía catorce años, no necesitaba todo un centro comercial en mi casa. Cuando terminé moví la maleta y la dejé en una esquina. Bajé al primer piso y vi las cajas que mi madre quería que reciclara. Inmediatamente las tomé y salí de mi casa.


No hacía mucho frío, estaba más bien tibio. Me gustaba así, no era muy amante del calor y frío excesivo. Presioné las cajas en mi adoben y empecé a caminar finalmente. Eran cuatro cajas, impedían mi vista aveces pero no estaban pesadas ni nada por el estilo.


Sin saber a donde ir noté a unas cuantas personas en la calle de al frente. Crucé con mucho cuidado y me puse de puntillas, confirmando que ellos estuvieran frente a mí.






—Hey, disculpen. ¿Saben dónde está el sitio para reciclar?






Cuando pregunté eso no obtuve respuesta inmediata. Me dio algo de vergüenza, era la nueva vecina y ya había sido ignorada por algunas personas del barrio. Cuando me iba a voltear, alguien bajó dos de las cajas, logrando así que yo tuviera una vista directa. Lo primero que noté fueron unos ojos azules. Unos enormes y caídos ojos azules.






—¿Eres nueva?





Finalmente volví a mis sentidos y noté a cada una de las personas en el lugar. Los ojos azules pertenecían a un chico mucho más alto que yo, parecía de dieciocho. Atrás de él estaba una chica de cabellos rojizos, ella parecía de mi edad, o quizás un poco más. En sus brazos había un pequeño, con un hermoso color en su piel. Y finalmente había un chico sentado en las escaleras. Todos me miraban.






—Sí, acabo de mudarme a la casa de al frente. —Cómo pude apunté a mi casa. Él que lucía mayor asintió.


—Bienvenida a este barrio de mierda. —Esta vez fue la chica quien habló.


Le dediqué una sonrisa mostrando mis dentales. —Gracias, supongo.


—Yo conozco un lugar para estas cosas. Podría llevarte.






Miré al chico de las escaleras, ya que él era el que había hablado. Mis cejas se levantaron y asentí con rapidez, volviendo a mi compostura.






—Por favor. Mis padres me lo pidieron y no quiero perderme el primer día aquí.


Él se acercó y tomó las dos cajas que el mayor había retirado. Luego, miró a los demás. —Ya vuelvo. —Los demás asintieron.






Con un movimiento de cabeza me indicó que lo siguiera, y eso hice. Ahora todo era más fácil teniendo sólo dos cajas en mis manos. Podía ver mejor y sentía más simpleza. Miré al chico con una sonrisa al ya estar lejos de nuestras casas.






—Soy Courtney. —Pronuncié, logrando tener su mirada en la mía.


—Yo soy Carl. Carl Gallagher. —Y me sonrió.

Parecía de mi edad, aunque era más alto que yo, por un poco.


—Y cuéntame, ¿qué es eso de que tus papás te obligan a reciclar?


Solté un bufido, combinado con una risa. —Adoran el medio ambiente. Yo no soy así, pero ellos me arrastran a eso. —Alcé mis hombros.


—Hay muchas cosas que podríamos hacer con estas cajas envés de reciclarlas. —Levantó una ceja. —¿Alguna vez te has tirado de una colina?


—Jamás. —Hice una mueca.


—Eso es porque no habías conocido a un Gallagher.


—¿Y qué es lo que hacen los Gallaghers?


—Cualquier cosa que no sea legal.






Lo miré sorprendida. Mis padres me matarían si hiciera algo ilegal, o depende la gravedad que este tendría. Pero eso aumentaba más mi curiosidad y ganas de hacerlo.






—Entonces, ¿qué esperamos para ir por esa colina? —Sonreí de oreja a oreja.






Pude ver su emoción. Al parecer no era una persona muy sociable, aunque eso se puede dudar al ver la forma en que se acercó a mí sin problema alguno.






—Sígueme.






Empezó a correr con una rapidez frecuente, para que así yo pudiera alcanzarlo. Lo seguí de inmediato. El viento sobre mi rostro fue justo lo que necesitaba. Quizás ahora, en el nuevo barrio, podría abrirme más en ese sentido.

fucking gallagher; cg.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora