II.Venganza

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A la mañana siguiente, después de saquear todo el campamento, los soldados se fueron rumbo a su hogar, llevándose consigo al centauro. Al llegar al campamento, los soldados se dispusieron a llevar al centauro al sótano, donde más tarde se llevaría a cabo un antiguo y peligroso ritual. Cuando la noche llegó, unos científicos bajaron hasta el sótano. Y guiándose de un antiguo ritual, ataron la vida del centauro a su cuerpo causando la inmortalidad en el jinete. Y a la vez sufriendo un dolor inimaginable. Hasta que ya cansados, decidieron darse la última venganza. Cortaron al jinete de cintura para abajo, dejando un regadero de sangre y un montón de órganos tirados por el suelo, mientras que sus gritos de dolor se oían por todo el campamento. No podía moverse, tampoco podía morir y sentía cada punzada de dolor como si mil espadas le estuvieran perforando el pecho. Su caballo tampoco corrió mejor suerte, ya que de cuello para arriba no había nada de él. Con ambas partes moviéndose los tiraron al suelo, y comenzaron a coserlos juntos, dejándolos hechos una misma criatura de horror y odio.

Lo mantuvieron encerrado en un sótano frio y oscuro, dejándolo sufrir y gritar, rogando por que dieran fin a su vida. A las semanas de su encierro, los gritos pararon de repente. Un soldado bajó a las celdas para ver que sucedía, y a las horas sus compañeros le encontraron muerto de terror con la puerta abierta, ni rastro del centauro. Aquella noche nadie durmió en el campamento. El ruido constante de unos cascos furiosos los mantenía despiertos y alerta. Habían dejado a una criatura llena de odio, rencor e inmortalidad suelta por el mundo. Habían creado su propia pesadilla. A la mañana siguiente, aparecieron todos muertos, decapitados y pisoteados. A partir de ese día la gente teme más a esa criatura que lo que le aguarda en la batalla, pues es atraída por estos eventos.

Los soldados miraban el crepitar del fuego mientras su amigo terminaba aquella historia, pensando si de verdad era cierta o solo un cuento para niños.

-¡Tonterías! Deberías de sacar más filo a tu espada en vez de inventarte ese tipo de bobadas. – dijo el capitán. Este se levantó de su sitio, pero se quedó de pie mirando a todas partes, sus soldados hicieron lo mismo. Cascos, una risa malévola, el susurro de las ramas de los árboles. Uno a uno, la espada de aquel monstruo fue pasando por sus cuellos, sin posibilidad de huir, sin poder gritar por el miedo que infundía. Mañana no habría guerra, así lo decidió el centauro tras acabar con la vida de ambas facciones.       

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