Capítulo 2

13 3 0
                                    

– Alexander, soy virgen.

¿Qué?.

La miré un poco confundido, me revolví el pelo, negué con la cabeza y me retiré un poco.
Después la besé en la frente y me tumbé a su lado cubriéndola con mis brazos para que se acurrucara.

– No te preocupes, yo no voy a obligarte a hacer nada hasta que no estés preparada.

Le quito un mechón de la cara y se lo coloco detrás de la oreja.

– ¿No estás enfadado?.

– ¿Por qué iba a estarlo, Marian?

– Puede que no haya cumplido tus expectativas... Y siento que vas a alejarte de mí por ese motivo.

– Marian, nos acabamos de conocer hoy, no tenía muchas expectativas, de echo, no tenía ninguna. Pero tienes algo que me atrapa, no lo sé, me atrae a ti. Así que no voy a alejarme de ti, si es eso lo que te asusta.

Ella no dijo nada, me estrechó durante unos segundos y empezó a hacer círculos en la palma de mi mano.

Así nos quedamos unos instantes hasta que nos quedemos dormidos.

*POV MARIAN*

Me desperté cegada por un rayo de sol que se coló por la persiana.
Sentía un peso sobre mí; Alexander estaba boca abajo, con un brazo y una pierna sobre mí.
Con cuidado le quité de encima mío y le subí la sabana hasta arriba, era de mañana y hacía un poco de frío.

Le di un beso rápido en la cabeza, me puse su camiseta y salí a la cocina.

Decidí hacer tortitas y poner algo de fruta fresca que compré ayer en el mercado central.
Hice las tortitas y quise echarle nata por encima, pero no la encontré por ninguna parte.

– ¿Buscabas esto?.

Alexander estaba de pie, apoyado en el marco de la puerta, sujetando el bote de nata y vestido únicamente con los calzoncillos.

– ¿No tienes frío?.

– Empecé a tenerlo cuando saliste de la cama.

Se acercó a mí sonriendo y me dio besitos por el cuello a la vez que yo me reía.

– Hey, tienes mi bote de nata, devuélvemelo.

– Y tú tienes mi camiseta y aún no te he dicho nada, aunque he de reconocer que a ti te queda mejor.

Se quedó un rato mirando mi culo y yo aproveché la ocasión para robarle la nata.

– Así estarás más guapo.

Le manche de nata la nariz y le cayó otro pegote por el pecho y aproveche para huir un poco.

– ¡Oye!, primero me robas la camiseta y ahora me manchas de nata. ¿A que juegas?.

– Juego a torturar al joven Alexander Costa.

Entonces sonreí y me mordí el labio de abajo a propósito.

Este chico me volvía realmente loca. Yo nunca había estado con un hombre, pero él era un caso excepcional.

*POV ALEXANDER*

¿Porqué demonios no puede dejar de morderse el labio?, es tan jodidamente sexy.

Tengo que conseguir que esta chica se enamore de mí... Antes de que sea demasiado tarde, y me enamore yo.

Marian se giró y me besó tiernamente, después me besó más duro y entonces yo agarré su cintura y la atraje para mí.

Me quitó a lametones la nata que tenía en el pecho, y también con la mano, apartó la de la nariz.
Cogió el bote y fue echando nata desde el pecho hasta el principio del calzoncillo y así fue lamiendo todo ese recorrido y con los dientes tiró del calzoncillo para abajo.

Yo la miré con ojos ardientes, aquello me estaba calentando muchísimo, y sentía la necesidad de empotrarla en la encimera de su preciosa cocina americana.

– Ma-Marian, para por favor... No podré contenerme siempre.

Ella se limitó a sonreír y se agachó frente a mi erección.
Empezó a acariciar mi pene y a darle suaves embestidas con sus delicadas manos, después, volvió a coger el bote y echar encima de mi miembro, un buen montón de nata.
Después dejó el bote de nata y empezó a lamer la nata que previamente me había echado; daba largos lametones al rededor de todo mi pene, y cogiéndolo por la parte de abajo, comenzó a metérselo en la boca, primero muy despacio, subiendo cada vez la intensidad y el ritmo.
Yo no podía parar de gemir ante sus grandes embestidas y sus calientes miradas, estuvo lamiendo y chupando durante un largo rato hasta que ya no pude más.

– Marian, me voy a venir ya...

Entonces en un rápido gesto me giré hacia la derecha y me masturbé unos segundos hasta que por fin me corrí. Luego Marian se levanto y me miró fijamente.

– Siento si a sido malo, fue mi primera vez.

– No fue para nada malo, fue increíble.

– Era una manera de decir, “perdón”, por lo de anoche.

– Pues yo te perdono todas las veces que quieras, Marian, pero ahora mismo me debes uno.

La cogí de la cintura y la acerqué a mí, junté mi cabeza con la suya y le di un casto beso en los labios.

– ¿Un qué, Alexander?.

– Un orgasmo.

*POV MARIAN*

¿Orgasmo...? Había oído de eso, pero nunca había sentido uno. ¿Será Alexander, el primer chico que me provoque un orgasmo?.

Ámber, Marian, y otras chicas del montón. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora