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Sobre aquella empinada colina se cernía una vieja edificación bastante maltratada por el tiempo. Sobre el sendero hacia la entrada avanzaba una figura oscura que miraba con ojos glaciales lo que en sus mejores años fue su hogar.

Hace cien años aquel lugar era como un pequeño paraíso por descubrir, tan lleno de vida y alegría por todos lados, se apreciaban siempre al menos treinta niños que correteaban y jugaban a lo largo del terreno, persiguiéndose unos a otros o entreteniéndose con las monadas de los muchos animales que  estaban bajo el cuidado de las hermanas, y así pasaban casi todo el día hasta que eran llamados por una de las muchas hermana que administraban el lugar.

Casi con pena recordaba los momentos de tranquilidad que vivió en aquel lugar, los pequeños lugares que significaron mucho para él y para los niños. Mientras caminaba posaba su mirada en los espacios que mas apreciaba, en el lago, donde pasó tardes de verano con las hermanas comentando del buen clima, aquel viejo árbol junto a la casa donde antes colgaba un columpio de una sola cuerda, ahora solo era un manojo de ramas torcidas y secas que solo esperaban el tiempo perfecto para caer y pudrirse en el suelo.

Por un segundo le invadió esa soledad y tristeza extrema que le ataca constantemente generando una expresión de tristeza en su rostro que solo duró un instante, volviendo luego al semblante frío que adoptaba constantemente

La figura de capucha oscura y Jean del mismo tono siguió caminando hasta la entrada levantando sus pies para no tropezar con los escombros que estaban por todos lados.

Como siempre, se detuvo por un segundo ante la gigantesca criatura de piedra que se encontraba a un lado de la entrada, siempre vigilante, sereno y firme como debería ser una estatua, y eso debería de ser, al menos para las personas que no conocían la naturaleza del gigante, pero no para él, él conocía la extraña magia que envolvía al vasallo y aunque pareciera tosco siempre admiraba a la figura frente a él.

-es casi igual al último- susurro en voz baja.

Y este de hecho, casi lo era, con la única diferencia en sus ojos, unos agujeros tallados en su rostro de forma irregular, uno más grande que el otro, como si no alcanzará el tiempo para hacerlo de forma correcta.- tiempo...lo único que le sobraba- pensó.

Hizo ademán de entrar a la casa y se detuvo cuando sintió movimiento a su costado, tensó su cuerpo y giró su rostro clavando su mirada en la del golem.

El vasallo de piedra había visto desde varios kilómetros atrás a la persona que se acercaba a la casa, como siempre debía permanecer quieto, debía permanecer oculto y eliminar a cualquier curioso que quisiera entrar y eso estaba a punto de hacer.

Sus ojos se detuvieron justo delante de los de él, su mirada era profunda, era peligrosa, no era una persona a la que debería molestar y mas que eso no era una persona realmente, de hecho, le era familiar, sabia que era la primera vez que veía a esa persona pero de alguna forma la conocía. Decidió detenerse y volver a su posición vigilante, dejándolo pasar a la habitación.

Él solo lo miraba, pensaba en lo fácil que seria destrozar su cuerpo, primero arrancaría sus brazos y luego cortaría sus piernas para luego tomar su cuello y separarlo del resto de su cuerpo.- igual que el último- pensó para si mismo.

Relajo todo su cuerpo cuando vio que el golem desistía, admiró por ultima vez la majestuosidad de la estatua para luego entrar a la habitación.

Agacho su cabeza para evitar la viga de la entrada, a diferencia de las manchas frescas que decoraban el piso  aquel lugar lucia igual que la ultima vez: destruido, oscuro y polvoriento. La gigantesca telaraña de cristal que colgaba del techo se erizo al sentir la presencia del extraño, mientras caminaba  la antigua  lampara le perseguía, apuntándolo como una flecha dejando escapar el estruendoso chirrido que hace el metal contra el metal.

FreyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora