10 años sin verano

Como todos los veranos, las familias Hutcherson y Lawrence se juntaban para disfrutar de sus últimos días de vacaciones en la hacienda de los Lawrence en las afueras de la ciudad. Disfrutaban de una parrillada y ronda de chistes a la media noche, junto a una fogata, y por qué no, cuentos de terror. Los hijos más pequeños, Josh y Jennifer, tendían a alejarse de los adultos y compartir la estadía en la hacienda juntos, se habían convertido en los mejores amigos, y cómo no, si sus padres eran inseparables. Ambas familias se conocían desde hacía más de 20 años, todos se consideraban hermanos. Los dos pequeños se aventuraron en el pequeño bosque que quedaba en la parte trasera de la hacienda, estaba rodeado de árboles de pino y muchas flores, era su lugar de juegos y diversión.

Josh tomó de la mano a su amiga y se acercaron a un enorme árbol de pino donde dentro de un corazón estaban escritos sus nombres, él lo había tallado hacía ya dos años, a ella por supuesto que le pareció extraño, pero no le dio mucha importancia, él era su amigo, y es que con 9 años de edad, no podía pensar en mucho más que jugar al escondite y a las muñecas. Para él era algo diferente.

Josh subió la mirada al cielo, y tras un largo rato de silencio, bajó su mirada de nuevo a la chica.

–Jenn, ¿me quieres? –las mejillas de ambos se coloraron, él miró maravillado lo hermosa que ella lucía sonrojada de esa manera.

–Claro que te quiero –respondió ella sin pensar mucho la respuesta, después de todo, era su mejor amigo.

–Sí... pero, ¿de verdad o de mentira? –la rubia rió ante tal disparate, ¿cómo era posible querer de mentira? Pensó.

–Te quiero de verdad –a Josh se le iluminaron los ojos y sonrió de tal manera que Jennifer no se contuvo de hacerlo también.

–Yo también te quiero de verdad –suspiró, parecía que ya había aclarado todas sus dudas, desde hacía tiempo que deseaba preguntarle eso a esa adorable chica, se decidió a hacerlo tras enterarse de que a sus padres los transferían de compañía, a otra ciudad, muy lejana, no volvería a verla dentro de mucho, y no podía irse sin saber que ella lo quería también.

–¿Quieres jugar? –preguntó Jennifer mientras amarraba su cabello en dos trencitas, Josh se tocó la punta de la nariz en señal de afirmación, como ellos siempre hacían, y sonrió.

–¿Qué quieres jugar?

–No lo sé –dijo ella luchando con un nudo en su largo y rubio cabello, hizo una mueca, Josh no pudo contener la risa.

–Ya sé –comentó él muy animado– Jenn, cierra los ojos –ella vaciló, pero tras amarrarse el final de su segunda trencita, obedeció– Cuando cuente hasta tres, los abrirás –dijo firmemente el pequeño.

–¿Cuál es el punto del juego? –arrugó la nariz.

–Hmmm –el chico miró hacia los lados tratando de hallar algo que le sirviera para justificar su respuesta, al final optó por decir– yo correré a ocultarme, no puedes hacer trampa, luego debes tratar de ir a buscarme –Ella sonrió, las escondidas era su juego favorito.

–Está bien, comienza.

–Una... –Josh la observó detalladamente, ésta vez no se sintió incómodo como muchas otras veces cuando la miraba, ya que no estaban esos enormes ojos verdes mirándolo también. Jennifer ladeó la cabeza impaciente, él se había olvidado de que debía seguir contando.

–Dos... –a él le encantaba cuando ella se hacía sus dos trencitas, muchas niñas de su salón las llevaban puestas, pero a ninguna le quedaban tan bien como a su amiga. Observó sus tiernas mejillas coloradas, su mirada se detuvo en sus pequeños labios color carmín, Josh rió ya que a ella se le había quedado el color de la paleta de fresa que se había comido hacía poco, tras mirarlos de nuevo, se percató de que ese color la hacía lucir todavía más linda. Se preguntó entonces cómo se vería con esos polvos extraños que a diario usaba su mamá ya que la hacían lucir más bonita. De pronto sintió un extraño deseo, se estremeció, él nunca se había sentido así antes, golpeó su cabeza con su pequeña mano varias veces, pero no logró apartarlo ni por un momento.