Capítulo único

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-Castiel, por favor...

-¿Por favor, qué... ?

-Déjame ir.

-Respuesta incorrecta.

La brillante hoja de su espada de ángel se deslizó por el rostro de Dean, haciendo brotar su bella sangre. Escurrió en un delgado hilo que dejó su marca hasta el borde de su boca. Castiel se acercó a lamer la sangre, desde la comisura de sus labios hacia arriba. Dean se estremeció e intentó apartar el rostro, pero ¿qué tanto podía hacer? Estaba encadenado a la silla. Al menos Castiel había accedido a quitarle la mordaza.

-Dean...

El ángel tenía una hermosa y grave voz, tranquilizadora en ocasiones y demasiado sensual en circunstancias como aquellas. Se llevó una mano al nudo de la corbata y lo aflojo ágilmente hasta arrancarla de su cuello. Con ella le tapó los ojos al rubio, lo cual era una pena. Ese par de verdes engreídos se habían convertido en la imagen perfecta de la súplica.

-Dean, si tan sólo pudieras verte como yo te veo... -musitó cerca de su oído.

-Castiel -dijo Dean muy agitado- torturame, castígame, matame si quieres, pero no hagas esto.

-¿Tanto le temes a lo que estoy a punto de hacer? -dijo el ángel, fingiendo asombro.

-¡No! -clamó- pero no quiero... no...

Castiel se sentó a horcajadas sobre él, con la espada aún en sus manos. Puso sus brazos alrededor del cuello de Dean y contempló su rostro con ese par de ojazos azules. Acercó sus labios a los de Dean, pero éste se resistió, tratando de apartarse. Castiel lo hirió nuevamente, esta vez en el cuello, donde después limpió la sangre con su lengua, arrastrandola por la herida con una lujuria inconcebible en un ser celestial. Dean gemía, quizá de dolor, pero no podía ocultar que también era de placer. Castiel se excito con escucharlo, su erección empezó a rozar el miembro de Dean.

Al separarse de su cuello, miró a su bello prisionero, que tenía la boca abierta, cual si estuviera pidiendo agua, sediento hasta la locura. Tiró la espada, lo cual produjo un sonido tintineante. Acto seguido, tomó el rostro de Dean entre sus manos y le hizo algunas caricias suaves. Pasó un par de dedos por sus labios, los humedeció un poco en su saliva y finalmente lo besó. Dean soltó un gemido de incomodidad, no quería a ese invasor dentro de su boca, hurgando con su lengua que había perdido su inocencia. Tal vez creyó que había luchado lo suficiente, porque al no poder liberarse, se abandonó a su transgresor. Y lo besó con pasión para nada fingida, por un momento pareció recordar que normalmente era él quien mandaba en esas situaciones.

-Dean... -dijo Castiel, casi sin aliento- Eso fue...

-Sí, ahora déjame ir.

-¿Eso es lo que en verdad quieres? -inquirió el ángel con malicia- Porque tus labios acaban de mostrarme lo contrario. Tú de verdad me adoras.

-¡Ja! -se burló el cazador- Ni siquiera adoro a un Dios y crees que te adoro a ti. En verdad te has vuelto loco.

-Me adoras, lo gritaras antes del final.

*

Castiel estaba sobre Dean en la cama. Era curioso, Dean nunca había tenido una habitación propia, hasta que él y Sam se instalaron en el búnker. Y a esa habitación, Dean jamás había llevado a ninguna chica. Si se habría de acostar con alguien en esa mullida cama, sería con su mejor amigo, que en ese momento lo mantenía quieto con esa fuerza sobrenatural que poseía.

-Cass, te lo ruego... -suplicó el rubio, mirándolo a los ojos- no hagamos nada de lo que nos vayamos a arrepentir después.

-¿En serio crees que me voy a arrepentir por esto? -soltó una carcajada fría- Llevo mucho tiempo deseando que pasara.

Angel BladeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora