Gajes del oficio

858 97 68
                                    

Bueno, aquí les dejo la segunda parte de la trilogía de los Chase (la anterior es Cuentacuentos y la siguiente es Explicación lógica). Esta historia, además de estar dedicada a AngelyChan que me sugirió escribir algo más con los mellizos está especialmente dirigido hacia todas esas personas que me habían estado pidiendo un Percabeth pero no había podido escribir porque no tenía tiempo (ni trama), espero que les guste, porque me divertí muchísimo escribiendo esta historia.

Gajes del oficio

Si había algo en lo que todos los padres del mundo estaban de acuerdo, eso era que sus hijos —y los niños en general— no estaban capacitados para manejar un arma —o siquiera un cuchillo en la mesa— hasta después de haber alcanzado la mayoría de edad. Quizás ni siquiera entonces.

Aunque, claro, las madres y padres de semidioses debían ser un poco —léase, un mucho— más flexibles en cuanto a este punto y resignarse a encontrar espadas en la sala de estar y flechas olvidadas en los baños de la casa.

Danya Chase entendía eso, y a pesar de que no podía evitar estremecerse cada vez que encontraba un arma en su casa y pedirle a Annabeth que lo retirara del alcance de sus hermano, sabía que su hijastra necesitaba esas armas, y que ordenarle que se deshiciera de ellas era una falta de respeto y una tontería, pues de surgir alguna verdadera emergencia o la aparición inesperada de un monstruo, si Annabeth no tenía con qué defenderse no sólo la hija de Atenea, sino también ella y sus propios hijos estarían en riego.

Danya entendía todo eso.

Lo que no terminaba de comprender era por qué Annabeth había decidido empeñarse en que sus hermanos menores, meros mortales, aprendieran el manejo de una espada casi más grande que ellos mismos.

Pero claro, Annabeth era una hija de Atenea, y como tal, tenía un arsenal de ases guardados bajo la manda para cuando quería iniciar y ganar una discusión con argumentos.

Annabeth declaraba, por ejemplo, que por más que ella no quisiera hacerlo, su aroma siempre atraería a algún monstruo, y aunque era cierto que una empusa o un perro del infierno no eran algo a lo que ella temiera enfrentarse en demasía, siempre era mejor estar preparados, pues semidiosa o no, ella no era invencible.

Además, decía, incluso si no hablaban de monstruos literales, en el propio mundo mortal había infinidad de peligros a los que un adolescente o niño debía enfrentarse o, bien visto, alguien de cualquier edad, y... ¿no querían Frederick y ella un entrenamiento de lucha greco-romana o manejo de arma blanca también?

Pero no, Danya se había negado en rotundo. No, eso era muy peligroso. No, ¿cómo iba a soltarle una daga o una espada a sus hermanos menores? No, no, no y no.

Eso hasta que Annabeth tuvo la brillante idea de mencionar al valiente, leal y súper simpático Percy Jackson. Y entonces, mágicamente, Danya había decidido que quizás esto no era tan mala idea. Percy era alguien responsable y de trato fácil que tenía una encantadora sonrisa y talento con los niños. Quizás esto podría funcionar.

Annabeth se había alegrado tanto por la afirmativa de la asiática que había decidido pasar por alto el hecho de que Danya —su propia madrastra, quien vivía con ella— confiaba más en alguien como Percy para controlar objetos puntiagudos y peligrosos que en ella.

De cualquier forma, toda esta historia explicaba por qué en ese momento Percy, Annabeth y los mellizos estaban en el patio trasero de la casa de los Chase, una variedad de armas esparcidas a sus pies, para inmensa preocupación de Danya, que básicamente había comprado dos pares de botiquines, uno para cada uno de ellos.

Gajes del oficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora