en el hospital

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Dos haces de luz avanzaban por un corredor oscuro, y detrás de esas luces se distinguían dos hombres con hachas. Era Alexander y un compañero, ambos eran bomberos. Una tormenta de terror había pasado sobre la ciudad devastando gran parte de ella. De una masa verdosa y muy baja de nubes había descendido un tornado feroz que fue arrasando todo a su paso. Y para empeorar las cosas, cuando el tornado desapareció se desató una tormenta eléctrica de una intensidad que la mayoría nunca había visto...
Viviendas enteras fueron destruidas completamente y muchos edificios sufrieron daños importantes. Entre esos edificios estaba el hospital más grande de la ciudad. Se hizo una evacuación de emergencia y cuando esta terminó cortaron la electricidad en esa zona para que no se produjeran incendios. Pero aunque creían haber sacado a todos, a algunas autoridades se les ocurrió que era mejor entrar y revisar de nuevo por las dudas; y allá fueron los bomberos.

Como el hospital era muy grande se habían dividido en grupos de a dos. Sin luces el lugar era simplemente aterrador: cuartos vacíos, camas desarregladas, la tormenta que aún no se alejaba entrando por las ventanas en forma de relámpagos, y los largos pasillos tétricos con hileras de puertas en sus costados, y ese silencio inquietante que era interrumpido cada tanto por un ruido que venía no se sabía de dónde. Por esas oscuridades avanzaban los bomberos, atentos a las grietas de las paredes y el techo, y con el corazón inquieto por cosas menos tangibles, ese miedo a no se sabe qué. Alexander y su compañero habían callado hacía rato porque no les gustaban los extraños ecos que producían sus voces. Los dos sintieron eso pero ninguno lo dijo para no pasar por miedoso. Llevaban linternas potentes para luchar contra la oscuridad, y un hacha por si necesitaban forzar alguna puerta o alguna otra acción así. También llevaban radios y esos aparatos les dieron varios sustos cuando después de un ruido sorpresivo una voz hablaba de repente. Los dos bomberos desembocaron en una parte donde el pasillo se bifurcaba. Tenían que decidir qué hacer:

-Yo digo que revisemos un lado y después el otro -dijo su compañero.
-Nos va a tomar mucho tiempo y es mejor salir de aquí cuanto antes -opinó Alexander.
-Pero tendríamos que separarnos y la orden es inspeccionar el lugar de a dos.
-Más que orden es una sugerencia porque es más seguro así. Tampoco quiero andar solo pero ahorraríamos tiempo. Quiero largarme de aquí.
-Yo no lo decía porque me preocupe estar solo, fue por... la seguridad -quiso aclarar el otro, aunque no era verdad, simplemente tenía miedo. Alexander también lo tenía pero creía que podía controlarlo mejor.
-Vamos a estar bien. Se nota que esta parte quedó entera. Nos encontramos aquí. El que llegue primero espera al otro.
-Está bien, como quieras, tú tienes más tiempo en esto. Nos vemos.
-Ve con cuidado.

Y se separaron. Por un buen trecho, al voltear veían la luz del otro haciéndose más pequeña, pero de pronto Alexander dejó de ver la de su colega. Supuso que su compañero había doblado en una esquina. Él también tuvo que doblar. Se concentraba en la respiración y observaba todo lo que la luz le mostraba para mantener la calma. Debía enfocarse en el momento y no dejar que su imaginación tomara el control. Pero a pesar de eso, cuando enfocó un cartel que decía "Morgue", no pudo evitar sentir un escalofrío. No lo asustaban los muertos en los accidentes ni en ningún tipo de siniestro, pero aquello era una morgue en aquel hospital pavoroso. Y sabía que allí había algunos, o muchos, porque durante la evacuación la prioridad naturalmente fueron los vivos. Se iba apartando de aquel lugar pero se detuvo en seco al escuchar un ruido; venía de allí adentro. ¡No lo podía creer, eran gemidos, muchos de ellos! Estuvo a punto de correr pero su mente racional lo detuvo. "No pueden ser muertos vivientes, eso es absurdo, no existen. Pero... ¿y si revivieron por los rayos de la tormenta? No, eso es imposible. Los zombies no existen, deben ser gente, gente viva que se metió ahí. ¿Pero por qué justo ahí, en la morgue?", pensó.

Quería creer que era gente común, mas por las dudas apagó la linterna al asomarse por la ventana de la puerta. Confiaba que las luces de la tormenta le iban a mostrar lo que había allí, y así fue. Algunos se retorcían dentro de bolsas para cadáveres, otros rengueaban por el lugar emitiendo los sonidos que él escuchaba. Pensó que era increíble pero estaba pasando, ¡Eran zombies! En ese momento una mano lo tocó en el hombro. Se hizo a un lado con un grito fuerte. Encendió la linterna. Era un hombre flaco y viejo de muy mal aspecto que daba pequeños pasos hacia él con el brazo extendido y la boca medio abierta. Alexander revoleó el hacha con una mano y cuando esta ya iba en camino hacia la cabeza del viejo este dijo:

-Ayúdeme.

Demasiado tarde. El hacha se le metió en la cabeza. En ese preciso instante lo encandilaron unas luces y eran unos compañeros que estaban cerca y habían escuchado su grito. Se detuvieron a iluminar al viejo con un hacha en la cabeza, y horrorizado uno le preguntó a Alexander qué había pasado:

-¿Por qué hiciste eso, estás loco? Era un paciente.
-¡Oh por dios! Creí que era un zombie. Ahí adentro hay un montón.

Sus compañeros se asomaron enfocando sus linternas.

-Ahí hay unos cuerpos pero no se mueven.

-¿Cómo que no? ¡Hace un instante estaban caminando e intentando salir de las bolsas!

Se fijó también.

Ninguno se movía. Los zombies no existían; pero lo que sí existían eran los hospitales embrujados...
Y este al parecer lo estaba...

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