Carta a quien interese

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Mi nombre es Ariel LeClerck, tengo 22 años y estudio medicina forense, siguiendo la tradición de familia. Así, como mi padre, mi abuelo. Mi bisabuelo, etc.

Bueno para que aburrirles con eso. Vivo solo con mi padre, desde mi adolescencia, él tiene un negocio, una funeraria, yo ayudo a atenderla desde pequeño. Aunque la verdad no me gusta hacerlo, no me gusta ser testigo de los repugnantes hábitos de mi padre.

Hace ya muchos años, una noche común como cualquiera me desperté al escuchar unos extraños ruidos provenientes del piso de abajo, o sea la funeraria.

Cuidadosamente me levante y baje de mi litera, salí de mi habitación, teniendo cuidado de pasar desapercibido, decidí bajar a ver que ocurría. A medida que bajaba las escaleras, los chirridos se hacían mas fuerte y mi corazón desbocado amenazaba con salirse de mi pecho. Cuando de pronto note que mi respiración agitada se mezclaba con la de alguien mas.

Me asome a uno de los cuartos fríos, y ví a mi padre, a mi intachable padre haciéndole el amor a un cadáver

Fue tal mi horror, que subí corriendo las escaleras de nuevo a mi habitación. Por suerte, mi padre no noto mi presencia. En ese momento intente obviar lo que había visto, decidí ir a dormir pero simplemente esos chirridos no me dejaban, atormentaban mis oídos, terminaron con mi inocencia y destruyo la imagen que tenia de mi padre. Era mi héroe. Él me había defraudado.

Al oír que los chirridos no cesaban, creí que lo mejor y lo mas responsable era decirle a mi madre lo sucedido.

Fui a su habitación con mucho cuidado para no interrumpir a mi padre, llegue, entre sin tocar la puerta y fui directo a donde descansaba mi madre. La saque de su sueño y le conté lo que estaba pasando. Ella no lo podía creer, pero noto los chirridos y bajo a comprobar lo que yo ya le había dicho.

Luego de ese momento solo recuerdo que mamá gritaba pidiendo explicaciones.

Mamá se fue.

Ella se fue al día siguiente, no dudo en hacer sus maletas y en dejarme con él.

...

Paso el tiempo y yo crecí.
Pero mi padre jamas cambio. Al contrario, empeoro, él llego al extremo de vestir a sus víctimas con la ropa de mi madre, las maquilla con sus cosas, les pone sus joyas, las llama por su nombre cada que profana sus cuerpos.

Prefiero estar lejos de casa antes que presenciar eso.

Sin embargo, se que todo esto me ha afectado demasiado. Se que no es normal, pero ya me acostumbre a los hábitos de mi padre. Hace un par de años, cuando comencé mis practicas y empecé a trabajar con cadáveres; siempre me tocaban los mas hermosos, las chicas y mujeres mas bellas que había visto. Ellas con su piel pálida y sus facciones no delataban muerte, sino un profundo sueño. Las contemplaba mas de lo necesario, pero es que ellas me cautivaban, aunque jamas llegue a hacerles daño. Nunca me atreví porque no quería ser como el, pero no podía evitar las erecciones e iba a masturbarme a los baños para calmar esos bajos instintos. Además tengo novia, mi Amelia, mi amada Amelia. Nunca he querido hacerle daño, se que necesito ayuda pero me avergüenzo de ello y creo que jamas tendré el valor de hacerlo.

...

Un día que no quisiera recordar, no hace mucho. Me encontraba en casa, haciendo la comida con el. Cuando de pronto mi teléfono sonó. Me pareció extraño el numero, pues ella nunca me había hablado. Cuando conteste escuche la alarmada voz de la madre de Amelía, me imagine lo peor. Sin embargo, trate de calmarla pero se me fue imposible conservar la mía, cuando dijo esas terribles palabras, que aun atormentan mi alma "sufrió un paro". No supe que decir, y ella siguió "sabes que ella no estaba bien del corazón y que en cualquier momento podía pasar esto" lo sabia, pero no lo podía creer. Y sin anestesia me obligo a oír sus ultimas palabras. "Ella murió".

El necrofílico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora