El jefe

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La noche del cinco de agosto caía sobre mí y la radiante luna llena parecía reírse de mis desgracias. La fría ventizca invernal calaba, penetrante, en mis huesos, y hacía estremecer cada centímetro de mi débil cuerpo. La quietud de la medianoche me resultaba monótona y vacía, demasiado silenciosa para una mente tan perturbada como la mía. Mis pasos, chocando contra el pavimento, producían el único sonido ensordecedor en el vacío y silencioso callejón en el que me encontraba. Sin embargo, no eran lo suficientemente audibles como para acallar la infinidad de pensamientos que torturaban mi mente. Escuchaba el latido de mi corazón acelerado, víctima del pánico al que estaba sumido, y una respiración entrecortada casi enfermiza, que estaba lejos de alcanzar la tranquilidad.

Una luz casi imperceptible iluminaba pobremente el callejón, creando horribles sombras que aumentaban mi paranoico pesar. Un gato asustado cruzó la calle, y la oscuridad lo hizo parecer inmenso, feroz, monstruoso. La noche estaba demasiado tranquila para ser real, pero este hecho no hacía más que aumentar mi preocupación.

Saqué una de mis frías y entumecidas manos del bolsillo de mi saco, y observé, con detenimiento, su estructura. Mis dedos finos, frágiles pero toscos, completaban a la perfección el perfil de alguien de quien nadie sospecharía, "un hombre inocente", como había escuchado decir a mi vecina cuando las acusaciones de aquél "incidente" recayeron sobre mí. Miré mi reloj ceñido a mi muñeca. Su débil tic-tac se escuchaba demasiado fuerte en mis oídos impacientes, agudizados a la espera de lo que sucedería.

Las dos de la mañana. Ni un segundo más, ni un segundo menos.

La hora acordada había llegado. En la inmensidad de la noche, un crimen no parecía algo demasiado complejo. Tenía todo tan detalladamente planeado, que me sorprendía de mi propio ingenio criminal. Nunca antes había hecho esto, pero la situación lo ameritaba. El ínfimo trato que había recibido, el constante maltrato por parte del sujeto en cuestión, era suficiente explicación para fundamentar y justificar mi macabro plan. Su constante hostigamiento, sus insultos y gritos... ¡Ay, si lo hubiesen escuchado! ¡Si hubiesen padecido en carne propia la miseria que había sentidopor su culpa! Me hubiesen entendido, sin dudarlo.

Le había mentido. Había jugado con su mente de la misma forma en la que él había jugado con mi integridad, arrastrándome hasta la absoluta locura. Era un trabajo de semanas, aunque no se comparaba de ningún modo a los cinco años en que había tenido que soportarlo.

Lo había convencido de salir por un trago, "para distraerse del arduo y exhaustivo trabajo que estaba haciendo". No necesité más que unas estúpidas palabras de adulación, el muy idiota había caído en mi trampa mortal con un simple palabrerío... ¡Qué ingenuo había resultado mi querido jefe!

Unos pasos nerviosos doblaron la esquina. Mi momento había llegado finalmente, luego de años de soñarlo. Busqué disimuladamente en mi bolsillo, el cuchillo con el que acabaría con mi tormento. Si bien no lo mostraría aún, necesitaba sentir la helada superficie metálica, el frío salvador, liberador, vengativo.

Estreché mi temblorosa mano a la personificación del diablo mismo. Su falsa sonrisa acrecentaba mi odio, y el fuerte apretón de confianza que dio a mi mano fue suficiente para culminar la situación. Su respiración, condicionada por el asma retumbaba en mi cabeza, alterando horriblemente mis nervios y amenazando con hacerme perder los estribos mucho antes de lo planeado.

- Disculpa la tardanza, mi esposa no estaba demasiado convencida de este encuentro... - me dijo, dándome una palmada en el hombro que me hizo retorcer interiormente, y a la que solo pude responder con una forzada sonrisa nerviosa, aunque deseaba con todas mis fuerzas que se apartase de mi lado de una vez por todas.

- No se preocupe - atiné a responder, aunque mi voz flaqueaba en cada sílaba, con odio acumulado brotando en ellas. En realidad si me importaba su tardanza: solía controlar cada momento de mi vida de manera minuciosa, y el hecho de que se hubiese retrasado diez minutos y veinte segundos fastidiaba casi por completo la perfección del plan, pero haría lo posible para sobreponerme a esa situación.

Comenzó a contarme alguna estúpida anécdota, el discurso monótono de todos los días. Pero ya no podía oírlo. Mi mente estaba inundada de voces, pero ninguna era la suya. Todas gritaban lo mismo:

"MÁTALO, MÁTALO AHORA".

Para acallar las voces de mi cabeza, me dispuse a cumplir mi cometido. Esperé a que se diera vuelta, e incluso lo invité a caminar un momento por delante mío, con la excusa de que debía atar mi zapato. Le indiqué la dirección del bar al que supuestamente nos dirigíamos, y esperé que estuviese a una distancia prudencial antes de comenzar.

Mi corazón acelerado parecía querer salirse de mi pecho cuando tomé el cuchillo entre mis manos. El filo resplandeciente se asemejaba a la misma luna, que parecía distorsionada por mi ira.

Miré de reojo mi reloj, una vez más, mi calculado plan se inciaba en ese preciso instante: a las dos de la mañana con veinticinco minutos.

Rodeo con mi brazo su cuello, y su rostro sorprendido fue suficiente adrenalina como para no detenerme. Creyendo que se trataba de una amistosa broma, quizas confundido por mi expresión risueña, mi jefe no opuso resistencia alguna. Lo escuché respirar cada vez mas entrecortadamente, pero una muerte así no sería castigo suficiente para un hombre como él. Sostuve el cuchillo, y aunque mi pulso temblaba, lo enterré enérgicamente en su pecho. Sentí el calor reconfortante de su sangre cubrir mi mano, y supe que su fin había llegado. Liberé mi arma de su asqueroso cuerpo inerte, y lo arrojé al suelo, con desdén. Su cuerpo mantenía una expresión de sorpresa que lo acompañaría por siempre, como si solo hubiese sido petrificado. El aura de sangre seguía extendiéndose por su pecho, hasta teñir de roja su blanca e impoluta camisa.

Miré mis manos, bañadas en sangre, y no pude evitar que una carcajada brotase desde lo más profundo de mi ser. Mis manos ya no eran las de un hombre inocente, sino las de un cruel y despiadado asesino. Di un último vistazo a mi reloj: mi plan había acabado satisfactoriamente a las dos y media de la mañana.

Suspiro, y me alejo tranquilo por el callejón, sonriéndole al gato que crucé por segunda vez; limpiándome mis manos, empapadas en sangre, en mis pantalones negros.

¡Hola a todos!
Esta es la primera de lo que, espero, serán muchas historias. Espero que les guste. Agradecería que me comentaran su opinión (crítica, comentario, pregunta, lo que sea), ya que esto me sirve para futuras historias. Si tienen ganas de leer más historias, también háganmelo saber (me sirve como impulso para seguir escribiendo).
Tengan todos ustedes una buena semana,
Nos leemos pronto,
Agos.

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⏰ Última actualización: Mar 07, 2016 ⏰

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