Querido A.
Aunque se que escribir estas líneas será inútil, ya que tu ya no estas en la capacidad de leerlas, quiero decirte ciertas cosas que antes no pude.
La primera es que me es casi imposible hablar de ti sin empezar a llorar.
La segunda es que extraño cada pequeño gesto que tenías, desde el oyuelo de tu mejilla derecha hasta tu ceño fruncido cuando algo te dolía.
La tercera es que aún pienso que tu regazo es la mejor almohada, y tu hombro el mejor lugar para liberar emociones.
Quizá, si no te hubieras ido ahora yo no estaría tan hundida en una desesperación agobiante y de la cual no veo una salida, ya que no puedo revivirte, no puedo hacer que tu corazón vuelva a latir.
Pero he aprendido a respirar sola, a vagar sola por las calles que solíamos frecuentar sin llorar en el intento.
Me costó tanto asimilar el hecho de que tu usual llamada de las tardes ya no llegaría, de que tus visitas inesperadas y en los peores momentos no se repetirian, y de que no volvería a toparte de imprevisto en un centro comercial nunca más.
Dolió despertarme un día sabiendo que tu no lo habías hecho, ni lo harías.
Dolió verte en una caja, en la sala de tu casa la mañana siguiente coinciderando que siempre odiaste los lugares cerrados.
Dolió ver tus manos frías perfectamente acomodadas en tu pecho y tus ojos cerrados, ya no brillaban.
No parecias tu por que no te ibas a levantar en cualquier momento a decir alguna estupidez divertida que hiciera reír a todos.
No parecias tu por que estabas callado.
No parecias tu por que ya no estabas vivo.
Tu cabello negro estaba tan bien peinado que estoy segura de que si te hubieses visto a un espejo te hubieras espantado.
No puedo escribirte esto sin estallar en lágrimas y me siento culpable por ello.
También por no haberme despedido.
Espero, donde quiera que estés, sigas riéndo mucho.
Espero que aún brille tu mirada.
Espero que aún llores con las películas dramáticas.
Te amo.
Camila.
