Anele

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"Querido Martín. Te he querido tanto, que he terminado acabando conmigo misma. Me has dolido tanto, que ya ni siquiera el mejor remedio me servía. Tal vez el fallo estuviera en que tú eras la enfermedad y también la medicina. Y así, arañando por un lado y curando por el otro, no se llega a ninguna parte. A pesar de todo lo que ha pasado en estos tres años, de todas las veces que te he perdonado sin ni siquiera tú haber pedido perdón, después de todas las risas, los llantos, las deudas, los golpes, las caídas, el cariño que nos hemos regalado mutuamente, y los errores, pero también los aciertos, después de todo eso, debo de pedirte perdón, y esta vez debe de ser la única en la que te lo pido de corazón y con un motivo sólido y real. Lo siento, Martín. Porque he roto dos promesas que te hice. Prometí que mi primer beso sería tuyo, y te he fallado. Prometí que nunca me iría y te he fallado. Pero ambos prometimos que todo esto sería eterno, y nos hemos fallado mutuamente. Por ello, quiero que sepas que las manchas del papel son los restos de mí. Lo que ha quedado de nosotros. Es lo único que te dejo y lo único que quiero que cuides. Porque he derramado muchas, Martín. Muchas lágrimas han salido de mis ojos. Pero nunca fueron tan sinceras como las que tú me has hecho gastar. Y espero que ahora te des cuenta, de que nos hemos perdido mutuamente, pero con un poco más de cuidado, tal vez se podría haber impedido. Mayoritariamente, como para cuando tú leas esto yo ya no sentiré nada, me has perdido tú a mí. En cualquier caso, quiero que sepas que te he querido más que a nadie, y siempre va a ser así. Y espero que me perdones por no reservarte mi beso, pero querría que alguien lo cuidase, se hiciese cargo de él. Y tú, perdóname, pero no eras el mejor candidato.

Saludaré a Iván de tu parte.

Te quiero. Cristina."




Algunas horas antes.

Hoy es treinta de septiembre. Y está lloviendo, qué lata. Desde que Anele y yo nos distanciamos ya nada me va bien. Ella era como la leña que mantenía mi fueguecito encendido. Estábamos tan unidas... Y ahora, sin ella, no puedo hacer más que llorar, porque llueve y llueve y de mi fuego solo quedan cenizas. El poco carbón que quedaba se ha ido consumiendo poco a poco... Y cuando ya solo había brasas, yo las apagué llorando.

Tras varios meses de aguantar todo tipo de insultos y burlas, y recién fallecidos mi mejor amigo y mi relación, he decidido que voy a marcharme de este sucio estercolero.

Hoy será mi último día de clase. El último día que vea a mis compañeros. Tanto a quienes me han insultado como a quienes no lo han hecho. Tanto a los que se han burlado de mí como a los que se han limitado a reírse de las burlas. Tanto a mis profesores como a los que no lo son. Tanto a Anele como al resto de personas con las que me cruzo cada día.

Tomo una magdalena y salgo a la calle. A estas alturas, incluso comer me parece inútil. Pero en fin. Si me voy a marchar, mejor que sea con la barriga llena de azúcar.

Veo cómo David y Sergio cruzan la calle justo delante de mí. Sonrío. "Adiós, graciosos" pienso.

Coral, Andrea y Viviana están esperando frente a la casa de Jandra. Se quejan porque van a llegar tarde si ella tarda mucho en salir. Paso cerca de ellas y saludo con la mano. Se sorprenden de que las haya saludado. Se sorprenden de que tenga tan buen humor esta mañana.

Ya estoy en la plaza. Aún no han encendido la fuente. Dice mi madre que la ponen en funcionamiento sobre las once. Y aún son las ocho y diez. Pedro, el panadero, está colocando los dulces de hoy en las vitrinas. Pobre hombre. Se pasa la vida haciendo lo mismo.

—¡Buenos días, don Pedro!

El hombre me sonríe y hace un pequeño movimiento con la cabeza. Después vuelve al trabajo.

AneleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora