El chófer se detuvo en las puertas del cementerio y yo sentía un incómodo nudo en la garganta. Una parte de mí no quería bajar del auto, pero la otra quería decir el último adiós a la persona que más había amado y que me había dado todo en esta vida. Me había estado repitiendo a mí misma que todo iba a estar bien pero, muy en el fondo, sabía que no podía mintiéndome más. Ya nada iba a estar bien.
Soltando un pesado suspiro, bajé del auto y, con las piernas temblorosas, empecé a caminar hacia el montón de manchas negras en el medio del césped, con cuidado de no tropezarme con las demás lápidas.
Pude visualizar a mi madre en medio de la multidud, vestida completamente de negro y sin una sola lágrima en su rostro. No podía culparla, ella siempre había sido dura. Sin embargo, no comprendía porqué no estaba cayéndose a pedazos como yo lo estaba.
Me daba miedo acercarme al ataúd y me daba miedo mirar como lentamente descendía porque sabía que, cuándo lo hiciera, entonces se habría acabado. Y él estaría muerto.
Yo aún no estaba lista para dejarlo ir y, honestamente, no creo que jamás lo estaría.
Sentí una mano sobre mi hombro y me giré a ver a quién pertenecía.
—Hola—dijo ella, mirándome con pena a través de sus ojos cafés.
No lo pensé antes de rodearla con los brazos y apretarla contra mí. Necesitaba su apoyo. Jane siempre había estado ahí para mí y yo para ella. Por algo éramos mejores amigas desde la primaria.
Una lágrima corrió por mi mejilla y me rompí en su hombro, dejándome vencer por el peso de la tristeza.
Ella se limitó a devolver mi abrazo con mas fuerza y a decirme que todo estaba bien. Incluso cuando sabía que no era así. La abracé más fuerte, sollozando levemente.
—No puedo creer que se haya ido—lloré. Jane tomó su cartera, sacó un pañuelo y me lo entregó.
Lo acepté y le agradecí mientras limpiaba las gotas que corrían por mis mejillas de manera desconsolada.
—Todo va a estar bien, ¿okay?—me dijo, aún con aquella mirada. Como si yo le diera pena.—Estoy aquí para tí.
Asentí y volví a abrazarla rápidamente antes de girarme y empezar a caminar hacia el frente, para llegar hasta mi madre.
La vi ahí, de pie, con una expresión vacía en su rostro. Lucía algo triste, desolada. Sin embargo, no había una sola lágrima en sus ojos fríos y vacíos. Aquellos ojos que me hacían preguntarme en qué estaba pensando y cuándo se había vuelto tan fría.
No tenía recuerdos de mi madre siendo... una madre. Siempre estaba trabajando o encerrada en su oficina y, el poco tiempo que pasábamos juntos, era para una que otra charla trivial acerca de nuestros días o lo que nos había pasado en el transcurso de estos. Realmente, no era muy cercana a ella, pero desearía haberlo sido. O que, al menos, ella lo intentara.
Pero esos ojos... esos ojos me recordaban a mí misma cuando nos enteramos que papá había perdido la batalla contra el cáncer. Eran los mismos ojos que tenía al final del día, cuando ya no había más lágrimas por derramar, cuando me di cuenta de que él se había ido y no volvería. Y entonces, pensando en todas las cosas que veía en sus ojos, una pregunta llegó a mi mente.
¿Qué había hecho la vida para romper tanto a una mujer?
Solté una risa estruendosa cuando escuché a papá decir que le había tirado un licuado al rector de su escuela por suspenderlo.
—¿Y porqué te suspendió? —dije entre risas.
Papá me miró con sus ojos verdes intensos, mientras esbozaba una sonrisa. Su pelo castaño con algunas pintas grisáceas y sus rosados labios me hacían pensar que papá había sido bastante apuesto cuando iba por ahí, tirándole licuados encima a los rectores.
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Disturbia
Mystery / ThrillerLena Clark cae en una fuerte depresión después de la muerte del ser que más amó, su padre. Cuando la tragedia ocurrió, Lena no podía imaginarse que algo peor vendría hasta que empezó a recibir llamadas y mensajes extraños. Después de varios días, se...