Prólogo

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Santana llevaba muy poco tiempo subida en el coche, pero le había bastado un minuto para saber que aquel viaje era una pésima idea. Sentada en el asiento del copiloto, el regular y verde paisaje de la campiña inglesa se desplegaba con rotundidad frente a sus ojos. Sam iba al volante, concentrado en la carretera tarareando la suave música soul que desprendían los altavoces, ajeno a los pensamientos de su acompañante.
En cualquier otra ocasión, Santana hubiese sido la primera en disfrutar la música, el paisaje y, por supuesto, la compañía. Pero aquel día se encontraba demasiado enfadada consigo misma, nerviosa e incómoda. Por más que lo intentaba, era incapaz de controlar las ganas que tenía de pedirle a Sam que detuviera al coche en ese preciso momento, ya, y la llevara de vuelta a la ciudad.
Intentó abrir la ventanilla para que el aire fresco la ayudará a calmarse, pero sus esperanzas se esfumaron cuando Sam puso en marcha el aire acondicionado. Él le dedicó su mejor sonrisa y siguió tarareando alegremente. Santana no pudo evitar mirarle de reojo, hundiendo la mejilla con fastidio en su mano mientras se preguntaba cómo era posible que no hubiera notado lo incómoda que estaba.
La idea le había parecido horrible desde el principio, pero aunque había intentado ser sincera en un par de ocasiones, las palabras siempre se atragantaban en el fondo de su garganta, como si las vocales y las consonantes hubieran adquirido conciencia propia y se negaran a pronunciar aquella sencilla frase: << Sam, no creo que sea una buena idea>>
¿Cómo iba a serlo? Si llevaban apenas un mes juntos, pensó reprendiéndose a sí misma. Ni siquiera eso. Si no estaba equivocada, los treinta días se cumplirían al regreso de su viaje, y seguramente Sam querría celebrarlo. Irían a un restaurante, ella se pondría un vestido, incluso maquillaje. Él se esforzaría en que la noche fuera perfecta, después regresarían a su casa (la de ella por supuesto), y harían el amor como toda una pareja en el día de su aniversario. Quizá, si hubiera sido así, no se sentiría tabaquismo incómoda en ese momento, pero aquel viaje sólo conseguía precipitar las cosas. Todavía se estaban conociendo, eran dos completos extraños, o al menos, no estaban demasiado familiarizados el uno con el otro para asistir juntos a un evento familiar.
Pero eso mismo tendría que haberle dicho que no, no y mil veces no cuando él le propuso utilizar parte de sus vacaciones en asistir a la boda de su prima Brittany. Nada de románticas puestas de sol en la Costa Azul o en la Toscana. Ni siquiera en un viaje barato a una costa española, de esos que incluyen desayuno, comida y cena a base de incomestibles bufés de catering de hotel. Que va. Sam quería presentarle a su familia, y se lo había dicho tan entusiasmado que se había sentido incapaz de arruinar sus ilusiones.

- Ya lo verás, va a ser genial - insistió , a pesar del tibio <<sí>> con el que aceptó acompañarle -.Mi familia es muy agradable y la casa te va a encantar.

De eso hacía una semana, pero era ahora, sentada en el asiento del copiloto, cuando el arrepentimiento y la culpabilidad pesaban en la conciencia de Santana como una gigantesca losa.
Ella no era así, apenas se reconocía a sí misma. A veces podía ser extremadamente tímida y reservada, pero jamás había sido el tipo de mujer complaciente, de las que dicen <<sí>> cuando lo en realidad quieren decir <<no>>.
Se removió una vez más en el asiento, incómoda por el sudor que empezaba a humedecer su espalda. Hacia un día de verano precioso, un esplendoroso sol en lo alto iluminaba los campos que iban dejando atrás: el meteorológico aseguraba que las temperaturas seguirían siendo altas toda la semana.

- Ya estamos cerca - le informó Sam bajando el volumen de la música.

Santana asintió quedamente. Bien, eso era todo, ya no tenía remedio. Estaban cerca de su destino e iba a pasar varios días con la familia de su novio. Lo mejor que podía hacer era poner buena cara e intentar disfrutar sus vacaciones.
Sam giró la rueda del volante a la izquierda y el coche quedó engullido por las sombras que proyectaba una hilera de tupidos árboles. Levantó el pie del acelerador para atravesar a poca velocidad una estrecha pista de tierra en la que las copas de los árboles se enredaban unas con otras. Era un paisaje encantador, pero a Santana le dio la sensación que estaban adentro de una cavernosa gruta de la que no estaba segura de cómo salir. Ni siquiera sabía en qué punto del país se encontraba. Sam la miró y sonrió al advertir su gesto de preocupación. Después siguió pisando el acelerador de una manera suave para evitar que el coche resbalara en los últimos metros de la pista, que acabó abruptamente en los lindes de una verja de hierro forjado.
El coche por fin se detuvo y Santana se puso una mano de visera para protegerse de la cegadora luz que baño de pronto el interior del vehículo. Cuando sus pupilas se acostumbraron y vio lo que tenía de enfrente, parpadeó varias veces con sorpresa.

-No me dijiste que tu prima era rica - le espetó al advertir el inmenso jardín que se extendía delante de la verja de hierro. Alguien había puesto empeño y cuidado en aquel vergel que daba acceso a la propiedad en lo alto de una suave colina.

-Tampoco me lo preguntaste - réplico él encogiéndose de hombros y pisando el acelerador cuando la verja se abrió.

Será Nuestro Secreto (Adaptación Brittana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora