Prólogo

35 1 0
                                    

*Baby Sabine en multimedia*

Sabine tenía sólo cinco años cuando su madre murió a manos de cazadores. Un día irrumpieron en su hogar derribando la puerta, mientras Sabine y Alessia jugaban al escondite dentro de la casa. Hombres altos con facciones desfiguradas de una manera muy particular. Ella quiso llorar al verlos, pero su madre rápidamente la apretó contra su pecho y le rogó, pidiéndole que no emitiera sonido alguno.

Cuando Alessia se asomó por la rendija de la puerta, su rostro se desencajó aún más. - Lobos -Susurró. Y llevó a su hija hasta el otro extremo de la habitación donde había una pequeña ventana al costado de la cama.

-Sal de aquí, pequeña. Corre. Ve al bosque, a casa de la abuela.

En ese momento Sabine se aferró a las piernas de su madre -No quiero -Lloró - Ven conmigo, mami.

Una lágrima solitaria se escapó de los ojos de Alessia -Oh, mi cielo. Te amo tanto. Ve, por favor. Mami irá por ti, lo prometo. Iré por ti más tarde- Tomó a la pequeña niña en sus brazos y, con cuidado de no hacer ruido, abrió la ventana y la dejó caer suavemente al otro lado -Corre, Sabine. Corre-

Ella dio un leve asentimiento y corrió tan rápido como pudo, pero un estruendo la hizo parar en seco. Madera astillándose. Habían encontrado a su mami. Fue una buena chica y se refugió entre arbustos para que no la encontraran, pero logró ver como los hombres entraban a la habitación y tomaban a su madre de los brazos.

Quería quedarse con su mami tanto. Pero no podía ser mala. Le había prometido que correría, que iría a casa de su abuela. Así que eso hizo. Corrió.

***

La abuela de Sabine, Elena, no tuvo problema en acogerla. Aunque estricta, Sabine siempre se sintió amada por ella. Era su único familiar. No sabía nada de su padre o la familia de éste. Así que siempre fueron sólo ellas dos. Juntas lloraron la muerte de Alessia, porque ella jamás regresó. Pero Sabine nunca perdió la esperanza. Ella seguía esperando que su madre cumpliera su promesa. Volver por ella.

Elena era una mujer hermosa. A pesar de tener, según Sabine sabia, alrededor de cincuenta años, no aparentaba más de treinta.

Desde el momento en que llegó a su cabaña, Elena tomó a Sabine bajo su cuidado, y se esforzó por enseñarle sus "artes". Al ser tan pequeña, fue bastante fácil. Como la arcilla húmeda que moldeas hasta que toma la forma deseada. Y la niña tenía talento.

Tenía el don innato que había sido característico de su familia por generaciones. Si lugar a dudas, era de los miembros más poderosos de su aquelarre. Ahora, para una Sabine de veintidós años los ritos, hechizos y pociones eran tan naturales como respirar. Sin embargo, el tipo de mágia que practicaba exigía sacrificios con un alto precio qué pagar.

Era una hechicera de sangre. Una de las tres que habían existido. La única que aún vivía.

No fue su elección, por supuesto. Fue bendecida o maldita, como lo prefieras, con este don desde su nacimiento; y probablemente sería también la causa de su muerte. El aquelarre esperó décadas por que naciera entre ellos una hechicera como Sabine; anhelando el poder que ella representaba.

El embarazo de su madre fue difícil. Lleno de complicaciones. Sabine, incluso como un bebé no nato, se alimentaba de la sangre del cuerpo de su madre. Para el momento del parto, Alessia lucía como un cadáver ambulante. Nada más que hueso y pellejo, además de un vientre prominente. Hasta el punto de casi morir durante el nacimiento de la pequeña.

A pesar de ser poderosa más allá de la imaginación, su poder tenía una desventaja muy grande. Cada hechizo que lanzaba, cada poción que hacía, requería de su sangre. Suya y sólo suya para funcionar. Podía variar entre una gota o litros y litros de líquido escarlata.

De acuerdo a la complejidad del hechizo, se debilitada poco o nada. O mucho, demasiado. Hasta el punto de depender de su abuela para que cuidara de ella. Su abuela y nadie más. Nunca nadie más.

EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora