No puedo más. Esto debe terminarse ya.
La ropa hecha girones, las lágrimas corriendo sus mejillas por culpa de llantos silenciosos y la puerta temblando debido los violentos golpes se habían convertido en una maldita rutina desde que vivía sola con aquel indeseable.
Chloe abrazaba sus rodillas con fuerza, escondiendo su cara entre ellas, ignorando los gritos e improperios que venían del otro lado. Apretaba los ojos como si deseándolo muy fuerte pudiera desaparecer, pero no podía. Seguía allí, encerrada en aquel baño; el único lugar de la casa en el que podía estar segura.
- ¡Abre la jodida puerta, zorra! - Gruñó una voz ronca -. ¡Abre o la tiraré abajo!
Sabía que era un farol, no la tiraría porque por mucho que lo intentara, no tenía la fuerza suficiente.
- ¡Soy tu padre y me debes sumisión! - Error. Era su padrastro, y no le debía absolutamente nada.
Chloe apoyaba la espalda contra la puerta y lloraba desconsolada, deseando que se fuera, no le importaba a donde, y que con un poco de suerte le atropellara un camión o algo parecido. Pero no caería esa breva; mala hierba nunca muere.
La puerta del baño dejó de moverse y se oyó el portazo de la puerta principal. Seguramente el malnacido de su padrastro habría ido a colocarse y más le valía encerrarse en su habitación antes de que volviera.
Ella se puso de pie con piernas temblorosas y se apoyó en el lavabo a tientas. Se limpió las lágrimas con resignación, mirando su reflejo con asco.
Su padrastro llevaba años abusando de ella, alegando que era culpa suya por ser demasiado guapa y provocarlo en todo momento -cosa que por supuesto no hacía-, y la policía aseguraba que se lo inventaba para llamar la atención. Nadie le creía, y desde que su madre había muerto, no le quedaba nada.
Cogió la cuchilla de afeitar de Ray y la desmontó a duras penas. Miró sus muñecas por un segundo, pero negó con la cabeza. Si su problema consistía en que era demasiado guapa, dejaría de serlo.
Se mordió el labio inferior con fuerza y hundió la cuchilla en su mejilla izquierda. Dolía. Dolía a rabiar, pero con que tuviera la mínima posibilidad de funcionar, merecería la pena.