musa

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El artista observa detenidamente las flores del cerezo, estudiando todos y cada uno de sus detalles: desde el color de sus pétalos hasta la delicada forma con la que caen al suelo. Las dibuja en el lienzo, intentando plasmar toda la belleza mostrada en ese preciso instante; sin embargo, algo falla. Frustrado, lanza los pinceles contra el cuadro, formando una gran mancha de colores rosados y provocando que su obra cayera al suelo. El Sol ilumina el desastre ocurrido en tan sólo unos segundos, y pareciese que se burlara del pintor.

Pero, ¿qué podía hacer el pobre artista? Desde la partida de su musa todo había cambiado; y es que su talento se había esfumado con la misma rapidez que lo hizo ella. 

Con el comienzo de la primavera, la musa llegó a su vida. Su belleza florecía junto con los cerezos del jardín: su piel blanca le recordaba a la delicadeza de aquellos árboles, y pronto descubrió lo suaves y dulces que podían ser sus flores al besar sus labios por primera vez.

Entró a su hogar como un soplo de aire fresco, llenándolo de colores desconocidos hasta por el propio artista. Parecía como si la primavera hubiera revolucionado todo, y el artista sentía miedo al cambio; pero sabía que ya no podía dar un paso atrás: la musa formaba parte de él, y él formaba parte de ella.

El verano se acercaba a grandes pasos, trayendo tras de sí su calor asfixiante, que contrastaba con el que desprendía la musa, mucho más agradable y reconfortante; calidez que buscaba a tientas entre las sábanas cada noche.

Dibujar a su musa se había convertido en una rutina: las tardes de verano se hacían cortas en el jardín repleto de cerezos. La muchacha posaba bajo la atenta mirada del pintor, que esbozaba todos sus movimientos: la delicadeza con la que se peinaba el cabello con sus dedos, el hoyuelo en su mejilla izquierda al sonreír y sus labios rojos tras comer una cereza. Momentos así se guardaban en el corazón del artista, provocando que su amor por la musa creciera con cada día de verano.

En cuestión de días las calles de la ciudad se vieron repletas de hojas marrones, dejando paso a una nueva estación. El otoño, esa etapa de cambios que también llegaron a la musa. Pareciera que los buenos tiempos habían acabado con el fin del verano, pues las tardes en el jardín cesaron tan pronto como los árboles comenzaron a desnudarse.

Las noches eran más largas, pero el tiempo que antes era llenado con caricias y abrazos pasó a ser un ambiente de quejas y luchas, sin un segundo de paz. El artista no comprendía ese cambio de actitud; tan sólo quería dibujar a su musa y admirar los cerezos junto a ella. Aun así, tenía esperanza de que todo volviera a ser como antes.

Pero las esperanzas se vieron congeladas con el frío del invierno. La distancia entre el pintor y la musa iba aumentando con el paso de los días, y las palabras y miradas que antes se dedicaban ahora eran sepultadas por la nieve. ¿Acaso el corazón de la muchacha se había congelado como el pequeño lago a las afueras de la ciudad? El artista intentaba entender por qué la primavera había quedado tan lejos del invierno; pero en poco tiempo vio cómo su musa se marchaba, llevándose consigo toda la felicidad y belleza que habían llenado ese hogar.

Así, el artista pintaba todas las tardes junto a los cerezos que tan buenos recuerdos le habían traído. Guardaba en su memoria la delicada caída de las flores de aquellos árboles, recordando los momentos vividos durante las cuatro estaciones pasadas; deseando que la primavera llamara a su musa, haciendo que volviera de los recovecos de su imaginación.



muse ✖ jimin one shotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora