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Otra vez ese mismo lugar, ese mismo olor.

Allá donde miraran los ojos verdes, encontraba por doquier resquicios de un rosa pálido, moribundo.

Pequeños retazos que unían poco a poco los recuerdos de su peor pesadilla.

Se encontraba frente a un cerezo. Un bello cerezo en flor otorgándole regalos pequeños que caían a su alrededor creando una mullida y suave capa del color de su flor.

Observó sus manos. Sus pequeñas manos de cuando era tan solo un risueño infante. Sin imperfecciones, sin aquella marca que tanto ocultaba entre la protección de sus guantes.

El niño escuchó pasos. Ecos de unos firmes y lentos andares como el tiempo que se toma la muerte en atrapar a su presa.

Por mucho que girara la vista, no veía a nadie, tan solo... pétalos de cerezo.

— Subaru. —las pupilas del pequeño temblaron de miedo. — Dime, Subaru. ¿Sabes por qué las flores de cerezo son de este color?

Su cuerpo se congela y pierde el brillo de sus verdeolivos. El miedo le invade y no es capaz de dar paso para huir de aquello.

Escucha algo, un susurro cerca de su oído.

— Es porque se alimentan del cadáver que hay enterrado bajo ellos.

Quiso gritar, salir de allí, escapar de ese hombre.

Pronto se vio sentado y respirando de una forma agitada mientras sudor frío recorría sus sienes. Comprendió en poco tiempo que estaba en su habitación y observó sus manos, enguantadas en oscuro como era costumbre... y se las llevó a las sienes.

Cuando pudo recobrar algo de control sobre su cuerpo, se levantó con sigilo para ir a la cocina y poder servirse agua fría. Antes de ello, se detuvo en el baño e inundó sus cabellos como la noche en el agua del lavabo. Cerrando los ojos, se convenció de que tan solo fue un mal sueño, un recuerdo lejano y cuando alzó sus orbes hacia el reflejo que le otorgaba el espejo, suspiró.

¿Por cuánto tiempo iba a ser perseguido?

—Seishiro-san...

NightmareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora