Capítulo 7.

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Mi oportunidad para sacármela de la cabeza llegó algunos meses después cuando ocurrió un viaje de Lauren a Colombia.El UNICEF intentaba establecer acuerdos con algunos miembros del Frente Armado Revolucionario de Colombia. Lauren era una de las principales negociadoras para promover las campañas de re-adaptación de los menores que querían abandonar la guerrilla.

 La tarde previa a su viaje, Lauren me recogió en mi despacho, había decidido pasarla conmigo.

"Todavía no te vas y ya siento la ausencia de tu olor en el cuerpo." le comenté, me esforcé de no sonar tan triste, pero esa era la realidad.

"No será tanto tiempo, a veces hago viajes más largos." dijo tratando de consolarme, pero era en vano.

"Quizás, pero hasta ahora no me habían tocado" Repliqué, lamentándome y sabiendo que, a pesar de que estaba a favor de las causas que defendía Lauren, me sentiría tan opaca como la luz plana de las mañanas de invierno en la ciudad. Los días se volverían una serie de rectángulos encadenados y parduscos, cada día de ida o vuelta a casa, tropezaría con las mismas caras y lugares, exceptuando cuando alguna feria de degustación quebrara la simetría de la semana. 

Supe que me sentía ambivalente, por una parte deseaba ser cariñosa con ella, por otra la odiaba por abandonarme tanto tiempo. Nuestra relación apenas comenzaba y temí que la lejanía pudiera diluir el vínculo entre nosotras. 

"Para que no me olvides inventaremos una ruta." Sonrió de lado, sabía que estaba tramando algo, y realmente estaba curiosa por saberlo.

"¿A qué te refieres? No entiendo."

"Ya verás." No dije más para no arruinar la sorpresa, pero al bajar por el elevador de mi oficina, me tomó con fuerza de la cintura y me arrinconó para besarme, extrajo un pañuelo de su chaqueta y me lo ató a los ojos.

"¿Qué haces? ¿Es una sorpresa?"

"Sí, pero tendrás que hacer algo que siempre te cuesta trabajo."

"¿Qué?"

"Confiar en mí." Del fragmento de tela  con el que me cubrió los ojos, emanó un olor complicado que traduje como: una capa madura,enmascarada por otras moléculas de notas verdosas; milésimas de segundos después adiviné que era la loción de Lauren unida al olor sedicioso de su piel. Lauren acarició mis senos, pero me resistí. Hubiese odiado encontrarme con algún cliente en una situación vulnerable.

"Todo esto es parte de mi plan."  dijo ella en tono divertido y con pasos lentos salimos del elevador y del edificio porfiriano ubicado en Álvaro Obregón, rumbo a mi departamento.

En un descuido Lauren acercó su cara a mi cuello para susurrarme con aliento cálido: "Será el aroma el que te indique el camino."

 De ida a mi despacho, paraba en el puesto de flores blanco frente al edificio de departamentos. Ahí, a veces compraba un par de girasoles ,una docena de gladiolas o varios ramos de gardenias para mi oficina, después llegaba a Los Bisquets de Álvaro Obregón, donde el olor a pan recién horneado estimulaba mi apetito. Saliendo de desayunar pasaba frente a la zapatería, donde el aroma del calzado nuevo me bañaba, mientras empleadas fisgonas me miraban de arriba abajo sin mediar palabra. Continuaba calle arriba hasta la tienda de delicatessen, ahí el estómago se me revolvía con el olor grasiento de los embutidos, hasta llegar a mi santuario aromático de domingo: Caravanserai. Mi última parada era en el puesto amarillo chillón de Don José,mi marchante, un hombre grueso y moreno que siempre estaba de buen humor, quien me entregaba el periódico con su aroma contundente: a tinta recién impresa y me fiaba de buena gana cuando me escaseaba el cambio. 

Privada de la vista, los aromas no sólo subieron de volumen, se multiplicaron. Frente a Don José, Lauren me ruborizó cuando pidió el periódico y me susurró: "El olor a tinta te recordará mis..." Mi respiración se descompasó, apreté los muslos y me sentí mojada como anticipando el juego. De pronto, al pasar por un edificio de departamentos percibí un olor promiscuo que siempre me había desagradado. De las paredes emanaban los residuos pegajosos de las hormonas de gatas en celo.Las hembras se tallaban en los muros para indicar el camino a los machos y justo ahí Lauren me arrinconó para tocarme.

Después cruzamos el camellón de la avenida, donde percibí la oscilación de partículas de un aroma aterciopelado y arenoso, que provenía de varios puestos en fila plagados con ediciones de libros viejos. Hacia la esquina de la calle, me llegaron los retazos a grasa requemada de un puesto de tacos y la mezcla con fragmentos de emisiones de los escapes de automóviles. 

Más adelante, la aspereza de fijadores de pelo y el amoniaco de los tintes me agredieron al pasar por un salón de belleza, pero todo lo superó el hedor a vísceras y sangre y los zumbidos de moscas de una pequeña y repugnante carnicería. Si hubiera visto con qué cara me miraban las empleadas fisgonas de la zapatería, seguramente hubiera terminado en ese instante con el juego de Lauren. Las empleadas de la zapatería no me dejarán mentir, ellas fueron testigos del descaro con el que ella deslizó su mano para acariciarme el cuerpo. Frente a ellas la muy ingenua me besó el cuello dejando un pequeño cardenal en mi clavícula y sentenció:

"Durante los días en que esté ausente no serás libre..."

Al llegar a Los Bisquets de Álvaro Obregón, la gente que esperaba en fila para entrar nos miró con recelo. Pensarían que se trataba de una pervertida y lo era, porque en cuanto pudo, sin importarle la presencia de la gente, me arrinconó para frotar su sexo contra el mío. "Cada aroma de estas calles me hará volver a ti..." le susurré, captando toda la estrategia que ella había planeado.

Al pasar frente al Caravanserai, un tenue cable de olor me condujo hasta la barra, ahí Lauren decidió hacer una parada y pidió a Pierre que le enviara dos teteras a la mesa. Geisha fue un descanso ante la percepción de tanta inmundicia. La vibración de sus moléculas me remitió a la sensación delicada que producían las caricias en los párpados. Con Chai Masala pude sentir la suavidad de una piel de durazno. Al proseguir mi camino y llegar al puesto de flores ubicado en la esquina de la calle, el amarillo de los girasoles y los pistilos deformes y perfectos de los alcatraces me excitaron. 

Lauren se pegó a mi cuerpo provocándome mientras me acariciaba la espalda con los pétalos de un ramo de gardenias, después me llevó a la Plaza Río de Janeiro ubicada frente a mi apartamento. Ahí, en esas bancas de parque nos sentamos como una pareja más de las muchas que intercambiaban caricias furtivas al atardecer, hasta que, imposibilitada para mirar al cielo, percibí el olor húmedo y predije que estaba a punto de llover. La muy astuta no sólo se había conformado con mi cuerpo, pretendió extender su territorio más allá de las fronteras convencionales, habitando en mi memoria olfativa también.

 A través de la ruta trazada la tarde antes de su partida, pretendió tomarme por completo. Se metió en mis terrenos, ¿quién diablos era ella para marcarme una ruta? Su estrategia le garantizaba que  pensara en ella durante el tiempo en el que estuviese fuera y por más esfuerzos que yo hiciese por distraerme, mi mente regresaría embrujada por la red de olores cotidianos y caricias tejida por Lauren...











Empezaré a actualizar los martes, ¿Qué piensan de la historia? (:






La Guínea «camren»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora