2. Final

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A Yifan se le hizo un nudo en la garganta. No podía dejar que se marchase de nuevo. No sobreviviría a una segunda vez.

Agarrándolo por detrás de los muslos, lo levantó en el aire y se quitó las botas y los anchos vaqueros. Vestido solo con calcetines y camiseta, con la polla aún dura y hundida en la entrada más dulce del mundo, se lo llevó al dormitorio con piernas temblorosas.

-No te irás hasta que oigas lo que tengo que decirte.

-Ya te oí alto y claro la última vez.

Apretando los dientes, lo soltó y lo dejó caer sobre la cama.

Antes de que pudiera escabullirse, le sujetó de los tobillos, le levantó las piernas y se las separó hasta dejarlo bien expuesto. Bajó la mirada hacia su suculento glande rosado; los carnosos pliegues relucían de deseo.

-No había acabado. No he acabado.

-Bueno, pues yo sí he acabado.

Yifan se humedeció los labios, hambriento por saborearlo.

-Ahora lo veremos.

Leyendo las intenciones en sus ojos color avellana, Tao trató de escapar antes de que volviera a dejarlo destrozado.

Amaba a un hombre herido. Él estaba dispuesta a aceptarlo si Yifan quería curarse, pero no quería. Cuando le había sugerido una cita en la ciudad donde vivía, en Busan, la expresión de su cara le había dicho todo lo que necesitaba saber: Tao era el polvo de cada dos semanas, su pasatiempo en Seúl.

Esa noche se había marchado de la habitación de Yifan con la intención de no volver la vista atrás. Se había dicho que Wu Yifan era solo una locura pasajera en su vida, pero verlo salir del bar de aquella manera había sido demasiado para él. Había dejado a su hermano en la mesa sin ninguna explicación y había echado a correr tras un hombre al que no podía olvidar. «El último polvo», se había dicho. Y entonces todo habría terminado.

Idiota.

Lo necesitaba como un yonqui, y una sola dosis nunca era suficiente.

Yifan hincó las rodillas entre sus piernas y Tao se estremeció con impaciencia. Su polla anhelaba que lo cubriera aquella boca; su glande ansiaba las caricias de su lengua. Le mantenía las piernas abiertas agarrándole los muslos por atrás; su mirada absorta en su carne más íntima.

-Me moría de ganas de comerte -dijo bruscamente-. Me he hecho mil pajas pensando en eso. Ponte cómodo, bebé. Tenemos para un buen rato.

-¡Tengo cosas que hacer! -protestó-. No puedo... ¡oh, Dios!

La primera caricia de su lengua le hizo perder el sentido. Fue un beso suave y lento que encendió todas sus terminaciones nerviosas. La siguiente fue más pausada, y le acarició el glande con la bola de su piercing.

La vibración de los gemidos de su garganta reverberó dentro, y su miembro estalló en un espasmo tras otro, deseoso de que llenara su entrada de nuevo con su polla. Tao agarró con fuerza el edredón.

-Qué bien sabes -le elogió con voz ronca, deslizando las manos hasta la parte interior de los muslos-. Tienes la polla tan suave -Tao gimió.

Yifan le rodeó el pene con la boca, trazando círculos ardientes y aleteando con el piercing de la lengua sobre el duro miembro con suaves golpes. Tao movía las caderas descontroladamente, empujándolas y meciéndolas mientras se estremecía con otro orgasmo.

Antes de conocer a Yifan, tenía suerte si se corría una vez con su compañero sexual de turno. Con él, en cambio, cuanto más lo tocaba, más sensible se volvía a su tacto. Alcanzaba el orgasmo cada vez más deprisa, hasta correrse en oleadas de placer que parecían no tener principio ni fin.

Lo que pasó en Seúl. ❥Taoris - Kristao. ❥ONE SHOT. EXODonde viven las historias. Descúbrelo ahora