Capítulo 1

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La media luna se alzaba triunfante en aquella bóveda oscura. Su luz iluminaba todo el prado y evitaba que la niebla devorara todo a mi alrededor, pero ¿Dónde estaba realmente? Lo último que recordaba era estar metida en mi cama a punto de dormir; y ahora estaba acá, en este tétrico lugar.
Comencé a buscar un camino, una senda, cualquier cosa que me llevara devuelta a la ciudad, pero no lograba encontrar nada. Grité por ayuda con la esperanza de que alguien me oiría, pero era obvio que era la única persona en kilómetros así que solo me quedaba seguir caminando.
Con el pasar del tiempo mi esperanza de encontrar un sendero se iba desvaneciendo. No tenía idea de cuánto llevaba ahí, solo el temor de no volver a casa nunca más me mantenía en pie. Tal vez a la mañana siguiente mi familia se preocuparía y comenzaría una búsqueda, pero cómo sabrían donde buscarme. No. No podía dejar que el pánico se apoderara de mi. Todo estaba en mis manos. Tantos años de campamentos de verano tenían que serme de ayuda ahora. Me rompí el borde de mi camiseta y comencé a atar pequeños trozos de tela cada cinco árboles que pasaba, así me ayudaría a saber que no andaba en círculos. Terminaba de atar el último árbol que pasé cuando escuche como en un susurro alguien dijo mi nombre, mire a todos lados y divisé una figura a unos metros de mi. De lejos parecía un hombre, pero era difícil de confirmar. Me acerqué lentamente, esperando que sea algún guardabosques, pero al verlo más de cerca me percaté que su apariencia no era muy propia del siglo XXI. El atuendo que llevaba denotaba del siglo XVII y había algo más en él, un presentimiento que me obligó a detenerme. En lo más profundo de mí una voz de alerta me susurraba que me alejará de ahí, pero sentía los pies de plomo y no podía moverme. El pánico se iba apoderando de mi y crecía con cada paso que aquel joven daba en mi dirección. "Mantente serena, que no sienta tu temor" me decía. No podía parar de repetirlo como si al hacerlo me mantuviese a salvo de él. Pero mi cuerpo me traicionaba y no podía dejar de temblar, incluso mis dientes empezaron a castañear. Sentía que la temperatura había descendido muchos grados en tan solo un par de minutos. Mis pies descalzos podían sentirlo a través del frió pasto debajo de ellos.

Al tenerlo más cerca podía verlo mucho mejor. Era un hombre joven, posiblemente de mi edad o un par de años mayor. Sus ojos brillaban de una manera antinatural bajo la luz de la luna, y eran hipnotizantes, no podía apartar la vista de ellos. Se detuvo a un par de metros lejos de mi. Se quedo inmóvil, mirándome fijamente como si estuviese tratando de descifrar quien era yo con tan solo verme. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado exactamente, solo era consciente de los sonidos que provenían del bosque y de nuestras respiraciones. No sabía que decir ni que hacer, pero debía acabar con este tétrico silencio.

-Hola-Intenté. No se me ocurría nada más ingenioso. El sonrió antes de responder.
-Sejmet, creí que habías perdido el habla. Me hubiera partido el corazón el saber que ya no podías hablar.
-¿Quién eres? Y ¿Cómo sabes mi nombre?
-Mi nombre carece de importancia en presencia de una diosa tan poderosa.
-¿Diosa? Creo que te has equivocado de persona.
-Claro que no. Es usted quien ha llegado hasta acá por su cuenta, pero aún nos encontramos muy lejos del reino.

Lo que él decía no tenia sentido. Era imposible que yo fuese una diosa, no había nada de especial en mi. Tal vez él no era más que un lunático que andaba suelto. Alguien desorientado que había perdido la razón y ahora yo me veía envuelta en su juego. Solo tenía una opción: mantenerlo hablando hasta encontrar la forma de salir de este lugar.

-Tienes razón. Hubiera sido una pena y una vergüenza para un dios no poder comunicarse como lo hacen de forma tan común los simples mortales.
-¿Son solo simples mortales? No los creías así cuando luchabas por defender sus patéticas vidas.
-Pues...yo solo he cambiado de parecer

Su risa tenebrosa rompió con la paz de la noche. Todo sonido que venía de las profundidades del bosque se inundó en un profundo silencio al escuchar aquel espeluznante sonido. Ningun ser humano podría causar aquel efecto.

-Es una verdadera lástima que siendo la diosa de la guerra, Sejmet, seas incapaz de mentir-dijo.
-Y-yo no mentía- tartamudee. El timbre de su voz era lo que más  miedo me daba en estos instantes. Podía sentir como se me erizaba la piel con cada palabra que él decía.
-Por favor, no lo hagas. Es patético verte en esta condición
-Y ¿Cuál condición es esta?
-Tener a una milenaria diosa parada frente a mi y que no tenga ni idea del magnífico poder que corre por sus venas.
-Yo no soy una diosa.
-Sejmet, ¿Es cierto entonces?- preguntó. Pero no sabía a que se refería. ¿A que no era quién él buscaba? Eso estaba claro, al menos para mi. -Tu silencio lo confirma- continuó- Has perdido todo recuerdo de tu anterior vida.

Su voz había perdido ese tono de maldad, ahora sonaba más dulce como si le doliera verme tan perdida. Caminó hacia mi y ahora solo quedaba entre los dos un par de centímetros. Me miró directamente a los ojos y pude ver el color que los envolvía: miel. Miel bañada bajo la luz del sol. Eran oscuros en el borde exterior, pero si los observabas detenidamente lograbas ver que en realidad eran del color de la miel. No podía apartar la mirada de ellos. Era muy hermoso.
Borró aquel espacio que quedaba entre nosotros con un paso más y, sin que yo lo viera venir, me abrazó. Se acercó a mi oído y susurró dulcemente: "No puedo llevarte a casa si no recuerdas quien eres, Sejmet"

Los primeros rayos del día que se colaban por mi ventana me obligaron a despertar. "Ese sueño otra vez" pensé.


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⏰ Última actualización: Mar 18, 2016 ⏰

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