Algo que nunca te diré.

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Mis pies me llevan por un camino ya conocido y a la vez no. No soy consciente de mi alrededor. El tiempo pasa pero continúo viviendo en el pasado. Gente con rostros que supongo debería reconocer me saluda.

En algún momento de mi penoso viaje mis pies se han detenido frente a un enorme edificio. De forma casi robótica entro en el lugar de siempre. Ese lugar en el que poco a poco dejo un trozo de mi corazón.

Entro al elevador y presiono el gastado número 9. Con cada piso que sube, siento que voy dejando todo atrás. No me siento capaz de continuar viviendo así y sin embargo logro pararme frente a tu puerta. No necesito golpear para que sepas que estoy ahí.  A pesar de todo, esa conexión que antes compartíamos parece no haber muerto.

Abres la puerta y tu imponente figura me ciega. No hay saludos cariñosos, no hay abrazos de bienvenida y mucho menos miradas dulces. Solo hay desesperación, frustración, rencor, lujuria y una pizca de temor, pero tú no ves eso.

Me tomas del brazo y me entras a la fuerza. Me colocas contra la pared y me besas con rudeza. No esperas que me defienda y tampoco lo hago. Recuerdos de los besos de hace años llegan a mi mente. Dulces, temerosos, vergonzosos, llenos de amor.

Ya nada queda de eso.

Me levantas y yo me aferro a tu cuerpo, porque es a lo único a lo que puedo agarrarme, ya no hay sentimientos que me den un rayo de esperanza.

Me llevas a la enorme cama y me tiras en ella, para luego subir sobre mi cuerpo y continuar tu labor en mis labios. Tus manos expertas tocan mi cuerpo. Años no tan perdidos hacen que sepas cada punto que me hace gemir de placer y tan solo un poco de dolor. Tu mirada llena de lujuria aún continua intimidándome. Sacas mi ropa sin delicadeza. Me es imposible no recordar nuestras primeras veces, donde todo se resumía a manos inexpertas y bocas con sed de piel. Ahora, todo parece rutina.

Tocas mi ya desnudo cuerpo y no se en que momento te haz desnudado también. Tus manos hacen maravillas en mi miembro y yo solo me deshago en gemidos y lágrimas que trato de reprimir. Trato de acariciarte pero apartas mi mano de manera brusca y mis lágrimas deciden que ese es el momento perfecto para salir. No te das cuenta de eso y la verdad es que es tanto el dolor que siento que ya da igual.

Con necesidad, rudeza y ansias te adentras en mi de una forma lenta pero necesitada. Por unos segundos esperas por algo desconocido y me miras. Limpias mis lagrimas y se que es el gesto más cercano a cariño que voy a ver en lo que me resta de vida. Comienzas a moverte. Lento, profundo y rudo. Yo solo me limito a hacer lo que se que te gusta y a tocar esas partes de tu cuerpo que se me están permitidas. Te mueves cada vez más rápido y siento que con cada embestida un pedacito de mi corazón va cayendo.

Tus movimientos empiezan a ser frenéticos y llego a ese punto que tanto amo. Ese en el que todo se olvida, en el que puedo creer que seguimos siendo dos jóvenes con ganas de experimentar y descubrir.

Tu no tienes suficiente aún, por lo que sin salir de mí te sientas y apoyas tu espalda en el espaldar. No necesito preguntarte que es lo que quieres, porque tantos años me lo han dicho. Comienzo a moverme en circulos, y luego de arriba a abajo. Me permito agarrarme a tus hombros, pero trato de tocar lo mínimo posible de tu piel. No entiendo por qué, pero me abrazas. Entierras tu cabeza entre mi mandíbula y mi hombro. Me abrazas y yo no se como interpretar eso.

Me permito enrollar mis brazos en tu cuello y como agradecimiento por fingir sentir algo por mí comienzo a moverme más rápido. Mis ojos se posan en los tuyos y sin esperar permiso te beso desesperadamente. Nuestras lenguas hacen un sucio baile y eso solo me motiva a dar saltos sobre ti.

Son cuerpos enredados, pieles unidas, sudores mezclados y sentimientos olvidados.

Salgo casi por completo y luego te absorbo. Repito el ciclo una y otra vez a una velocidad que da vértigo. En algún momento dejé de besarte para tirar mi cabeza hacia atrás y gemir.

No se donde empiezan mis lágrimas o donde termina mi sudor. Uno, dos, tres veces más y ambos nos olvidamos de la realidad por unos minutos. Dejo caer mi cuerpo sobre tu pecho y tu solo me dejas estar ahí. No hay besos con sabor a te amo, aunque aún siga existiendo ese sentimiento, porque aún te amo, pero jamás te lo diré. Nuestro amor se marchitó y se que aún sientes algo por mí. Un leve cariño hacia el recuerdo de lo que alguna vez fuimos.

Lentamente salgo de ti y comienzo a vestirme. Tú solo te levantas, sacas un cigarrillo y fumas. Una vez vestido me arrodillo para quedar a tu altura. Me analizas e intentas descubrir qué fue lo que pasó, cómo es que llegamos a esto y por qué. Lentamente me acerco y deposito un suave beso en tus labios. Te transmito las respuestas, y solo espero que sepas entenderlas.

Me levanto y me marcho. Una parte de mi se siente tranquila. Ya no habrá más encuentros. Ya no habrá más dolor porque hoy he terminado de dejar mi corazón en esas cuatro paredes. Ya no queda nada en mí. Soy solo un envase vacío que poco a poco se marchitará.

Camino hacia el lugar donde todo empezó y donde todo terminará. Espero que puedas entenderme, amor mío. Que con ese beso te he dicho cuanto te amo y te amaré. Desde donde estoy se puede ver el mar. Son unas rocas muy altas y el puente detrás de mi me desconcentra. Los autos no dejan de pasar y solo quiero gritarles que hagan silencio, porque cuanto te conocí no había molestos ruidos. Con una sonrisa recuerdo cuando me pediste que no saltara. Con una sonrisa recuerdo cuando me ayudaste a salir de mi burbuja, como me amaste y me cuidaste. Con una sonrisa te recuerdo, y con una sonrisa salto.

Dentro de cuatro paredes hay un chico que ríe. Ríe y llora por lo estúpido que fue al no darse cuenta antes. Todo estaba claro y el solo se perdió en un tal vez que nunca llegó. Fuma otro cigarro y toma muchísimo alcohol. Es lo que viene haciendo desde hace días y solo espera que su sufrimiento termine.

En su mano tiene un corazón ajeno. Poco a poco ha ido juntando piezas y al fin está completo. Lo observa y sonríe. Se recuesta en la cama y aprieta el el corazón junto al suyo en su pecho.

Solo espera que el dolor termine pronto, para poder irse con el dueño del corazón.

Algo que nunca te diré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora