Fin: un nuevo comienzo

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Constanza se había desnudado por completo. Estaba encerrada en su habitación de color "verde esperanza", tirada sobre su demasiado grande cama para una sola persona, observando el techo lleno de estrellas de plástico. Lo único que iluminaba su sonriente cara llena de lágrimas eran las luces de las últimas navidades, un largo cable lleno de bombillitas azules que pasaba por un corcho lleno de recuerdos, un espejo que nunca reflejaba lo que ella quería ver, y finalmente acababa sobre el respaldo acolchado de la cama, que impedía que se diera cabezazos contra la pared.

Estaba pasando por uno de esos momentos en los que creía que no podría hacer nada más en la vida, uno de esos momentos que parece el último. Ese jodido momento en el que la realidad inexacta y los sueños sin cumplir, viéndose demasiado diferentes el uno del otro, chocan y lesionan su mente.
Aun así y con los ojos ardiendo en pena, levantó su cuerpo para reflejar su espalda en el espejo. Toda ella se encontraba herida con los poemas que nadie le había escrito, con el amor que se había perdido.
Pasó despacio sus dedos por las heridas que pocos minutos antes se había provocado, como si no pudiera creerse aún que eran reales. Ignoró su pelo rubio alborotado, hacía días que no se pasaba el peine por la cabeza. Ignoró también sus labios hinchados y sus dientes descuidados. Sus azules ojos rojos, se centraban ahora en la trayectoria que iban marcando sus dedos, comenzando por el hombro izquierdo, donde las heridas eran más profundas, siguiendo hacia abajo hasta llegar a la cintura, donde los arañazos se unían con sus estrías. Se acarició, en un último intento de aceptarse, de quererse. En un último esfuerzo de "echarle huevos a la vida" como su madre le decía cada vez que la veía caminando como un zombie. Su madre nunca entendió sus cambios de humor, su decaído estado de ánimo, sus problemas, sus complejos. Le quitó tanta importancia a todo que ella misma dejó de dársela, hasta momentos como este en los que ya no es dueña de su mente.
La chica que le devolvía la mirada en el espejo solo estaba pidiendo ayuda. -Basta- le habló su reflejo. Estaba enfadada. Con el mundo. Con ella. Con todos. Respiró profundo. Vio la luz de la mañana asomarse por su ventana. Pronto iba a sonar la alarma, aunque ella no tenía planeado ir a ninguna parte. Estaba de vacaciones en casa de sus padres y sin nadie con quien quedar. Quitó la alarma como si sus planes se hubieran aplazado a última hora. Suspiró y se metió bajo las sábanas de invierno que no quitaba ni en pleno agosto. Sabía que lo peor había pasado, por el momento, y también sabía que al despertar dentro de unas horas, todo lo que estaba dejando en la oscuridad, quedará como un mal sueño. Como cada madrugada, pone fin a su tristeza para darle la bienvenida un nuevo comienzo.

Hasta la próxima recaída.

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