Prólogo

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    No me podía creer que mis padres me hubieran traído aquí. No me podía creer que mis padres me hubieran traído a su casa. ¡A la de él! Era inexplicable. Bueno, en realidad no tanto. No había sido una sorpresa. Simplemente me lo soltaron. Como si yo estuviera exagerando, dijo mi padre:
-Es solo tú imaginación.
-Aunque lo sea, no pienso ir.- contesté claramente decidida.
     Aún así me arrastraron hasta aquí. Aunque hubieran refunfuñando, pataleado, gritado y, en un gesto muy infantil debo decir, parado de respirar durante un par de segundos para que se notará mi claro desacuerdo con la idea de ir a esa casa, me llevaron. Hubo un momento en el que de repente, sin ninguna razón aparente, decidí parar. Realmente había una razón: habíamos llegado a nuestro destino. Y aunque no quisiera estar allí, siempre sería una persona educada. No importaba de quien se tratase.

   Entonces los vi, a los cuatro, en el umbral de la puerta de su casa sonriéndonos y saludando, menos él, él solo sonreía, mas bien, me sonría, pero con una sonrisa maliciosa como si ya hubiera planeado todo lo que iba a pasar.
   Y vaya si paso.

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