¿Dónde está Valentina?

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- ¡¿Valentina?!

La mujer se asomó a la puerta de la cocina y escudriñó el patio enlosado. Esperaba ver la oscura cabecita de su hija asomarse detrás de alguna de las deterioradas macetas o escuchar su voz chillona gritándole "acá" desde el fondo del terreno. Nada de eso sucedió. El pesado silencio de la siesta se amplificaba por todos los alrededores. Se secó las manos en el deshilachado delantal y salió de la casa. Tal vez la niña, entretenida con sus juegos, no la había escuchado.

- ¡Valentina!

A esa hora, el sol caía a pico y no quedaban demasiadas sombras bajo las cuales guarnecerse. Las pocas plantas medio marchitas que subsistían en los canteros no tenía la suficiente dimensión para servir de resguardo ni de escondite. Hacía demasiado calor para permanecer allí, tal vez la niña hubiera buscado protección en la sombra del zaguán. Resopló fastidiada. No le agradaba la idea de que se hubiera arriesgado a salir a la puerta. Sabía que tenía prohibido aventurarse sola más allá de los límites del patio trasero. Para una niña de dos años la calle no era un lugar seguro. Sin perder tiempo, la mujer recorrió el pasillo lateral hasta llegar a la vereda, decidida como nunca a darle una buena reprimenda.

- ¿Valentina?

En la calle no había nadie. Ni siquiera un desamparado animal se atrevía a vagabundear bajo el escaldante sol. Sintió que su corazón latía cada vez más rápido y que las piernas comenzaban a temblarle. ¿Dónde se había metido esa criatura? Hacía pocos minutos había pasado corriendo hacia el patio mientras ella lavaba los platos del mediodía. ¿Dónde podría haber ido a jugar? Comenzó a correr de vuelta hacia el fondo rogando haberse fijado mal.

- ¡¿Valentina?! ¡¿Valentina?!

Miró detrás de cada maceta, balde, caja y objeto que había en el descuidado jardín por más pequeño que fuera. Hurgó en los rincones más inverosímiles llamándola sin parar. Sus gritos, cada vez más potentes y desesperados retumbaban entre las paredes del patio vacío. Era su culpa, debía haber cerrado la puerta con llave. Si, era culpa suya, tendría que haberla seguido en cuanto salió. Ahogada entre lamentos, se paró en medio del recinto con los ojos llenos de lágrimas cuando una idea nada absurda logró abrirse camino en su mente perturbada. ¿Y si había vuelto a entrar sin que ella lo notara? Ansiando no estar equivocada, corrió frenética hacia la casa.

-¡¿Valentina?!

La habitación que hacía de cocina y comedor parecía desierta. La televisión permanecía encendida en el canal de la novela, tal como ella la había dejado. Miró bajo la mesa y detrás de los sillones antes de precipitarse hacia los cuartos. Nada. Ni en el baño, ni en las piezas, ni en la sala. Trastornada de preocupación corrió hacia la puerta de entrada y salió nuevamente a la calle desierta.

- ¡¡¡VALENTINA!!!

Un vecino que salía desganado de su hogar se detuvo para ver qué le estaba sucediendo. Entre sollozos, mientras corría de un lado al otro enloquecida, le explicó que no encontraba a su hijita. El hombre, conmovido, la ayudó a preguntar en las otras casas de la cuadra. ¿Alguien había visto a Valentina? Poco a poco, todo el barrio se fue convulsionando. Todos ayudaban a buscar a la niñita, en los parques, en los jardines y hasta dentro de los autos. Pero era inútil, nadie había visto a la pequeña esa tarde. Ninguno había visto u oído algo que pudiera ayudar a descubrir en donde estaba. La desesperada madre continuaba corriendo de un lado al otro y gritando cada vez con la voz más ronca.

-¡¡¡VALENTINA!!!

Los ojos de la gente decían lo que se intentaba callar. Cualquiera que viera la televisión sabía que estas cosas ya eran moneda corriente. Todos los días desaparecían chicos y era muy raro que los volviesen a encontrar. Alguien un poco más sensato pensó en buscar al padre de la nena que trabajaba en un taller a pocas cuadras. Otro de los involucrados, decidió que era hora de llamar a las fuerzas de seguridad. Minutos después la vecindad era un caos.

Una vecina apiadándose de la madre, la llevó casi a la rastra de regreso hasta la casa y la obligó a tragarse una tisana calmante. La mujer temblaba y lloraba sin dejar de murmurar el nombre de su bebé.

- Valentina, Valentina.

Su marido apoyaba una mano en su hombro sin decir palabra. Los ojos fríos y secos estaban fijos en un punto indefinido más allá de la puerta abierta. Lejos de servirle de consuelo, esa postura sobria aumentaba su consternación. En su actitud ella podía leer un dejo de reproche. Sin lugar a dudas se estaría preguntando cómo habían llegado a esto; si era que ella no la había cuidado bien; si se habría distraído mirando la novela o charlando con alguna amiga. Desde su concepción anticuada, consideraba que su primordial obligación era ocuparse de la niña y hasta en eso le había fallado. Volvió a sollozar desahuciada, su vida ya no tenía sentido.

Los uniformados entraban y salían de la casa hablando entre susurros unos con otros mientras echaban miradas de soslayo a los dolientes padres. Algunos vecinos más allegados los rodeaban y les daban palmaditas de aliento mientras sacudían la cabeza, resignados. Otros, curioseaban desde afuera, mientras comentaban los últimos casos policiales de trágico final de los que se habían enterado. Después de todo, hasta en los pueblos más pequeños pueden suceder estas desgracias.

Entre tanto, alguien espiaba todos los sucesos conuna taimada satisfacción. En un rincón oscuro detrás de una cortina, encantadade haber ganado el juego, Valentina reía bajito.    

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