Capítulo 4

128 41 8
                                    

—No sé, Soileh, son demasiado perfectos, aquí hay gato encerrado.

—Ten cuidado con lo que dices, Luar, tanto Uni como Omod están encantados.

—Lo sé, lo sé —se incorporó en su cómodo camastro, hecho de plantas y hojas por los indígenas, y se acercó al oído de su amigo—, y ese es el problema —mirando la cara de incredulidad de su compañero de tienda se apresuró aclararlo—. Sólo nos están alimentando, Soileh. No trabajamos, no rendimos, no les hemos traído nada positivo, tan sólo gastos y más esfuerzos, y sin embargo, no sólo no se quejan, sino que nos agasajan. ¿No te parece raro?

—Sí, pero es que tampoco hay nada que hacer. No podemos escapar de la atracción del planeta, y aunque pudiéramos no sobreviviríamos a la presión gravitatoria de la nube —se detuvo pensativo—. La verdad es que todos estamos prisioneros en este mundo y más nos vale llevarnos correctamente, por el bien común.

—¿Y eso lo dices tú que has perdido a tu mujer en la Tiero?

Soileh miró con rencor a su compañero y haciendo un gesto con su cabeza, señaló a su pequeña hija que dormía junto a él. Le había costado lo indecible convencer a la niña que su madre había escapado en otra nave y que pronto vendría a reunirse con ellos, para que un desagradecido se lo estropeara todo.

—Perdona —Luar era consciente que se había pasado y se lo reprochaba de corazón—. Lo siento de veras. No debí haber dicho eso, soy un estúpido, pero es que todo es tan extraño.

Soileh aceptó sus disculpas y se volvió a tumbar cruzando sus manos por detrás de la cabeza mirando, a la vez, el techo de su tienda, también hecha de vegetales y que menguaban perfectamente la claridad del día, imitando increíblemente la oscuridad de la noche.

A su compañero no le faltaba razón, en nada de lo que había dicho. Es más, tan sólo se había limitado a decir en voz alta lo que todos los antiguos tripulantes de la Tiero pensaban en su interior. Habían encontrado vida en un mundo en el que no debería haber nada. Incluso la existencia del mismo planeta, dentro de un cúmulo radiactivo de semejante fuerza y tamaño, atentaba contra todas las reglas de la física interplanetaria conocidas. Pero es que este mundo no era en modo alguno normal, nada de lo que contenía era normal. Empezando por su habitantes, todos tan diferentes y a la vez tan parecidos. Multitud de razas que después de seis generaciones habían mutado como no tendría que haber sucedido sino después de cientos de ciclos de vida, y sin embargo, aunque todavía les quedaban rastros de sus antepasados, casi todos tenían patrones característicos comunes. La forma de su cabeza, más grande de lo normal, el tamaño de sus ojos, o lo que iba más allá del simple aspecto físico, su fuerza moral. Los Natuman eran maravillosamente perfectos, como si supieran algo que les daba una superioridad ética incontestable sobre los recién llegados, y que les obligaba a ser condescendientes de una forma paternal que no les ofendía en absoluto.

Respecto a que no tenían nada que hacer, no había dicho del todo la verdad. Miró de soslayo a su amigo y a punto estuvo de decírselo, pero éste ya había conciliado el sueño y a él, todavía, no se le había pasado el malestar por su comentario desafortunado. No era verdad que no tuvieran nada que hacer. Muchos de los suyos habían comenzado a desmontar y desempacar las cosas de las navetas de salvamento y las navetas mismas. Habían compartido con Odigel sus conocimientos sobre los aparatos que traían consigo, y aunque él había prestado su máxima atención, era obvio que, dijeran lo que dijeran, no despertaban su curiosidad de ninguna de las maneras, tan sólo se había limitado a ser educado.

Otros, cómo él mismo, habían empezado a hacer lo que mejor sabían: cultivar. Eran colonos agrícolas y ganaderos, habían salido de Mushin para comenzar una nueva vida en algún lugar del Universo inexplorado. Por avatares del destino habían llegado a este mundo imposible, donde parecía que toda la población se dedicaba a lo mismo, pues no habían visto ni una sola fábrica durante los mas de tres puntos de traslación que llevaban allí.

HISTORIA DE LAS GRANDES GUERRAS. "Comienzo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora