Capítulo 1: "Era Sangre"

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En una tranquila noche de otoño, un joven se acercó a su pareja con un tulipán entre sus dedos enamorados. Lo posicionó en los rubíes cabellos de la chica, dejando caer su mano en pequeñas caricias sobre su piel.
Mientras se sonreían el tiempo transcurría, y la brisa de liviana pluma tomaba una fina servilleta, llevándola en un vuelo sereno a través de la ciudad.

Y más allá del bullicio, en las orillas del lago Mariposa, Semia caminaba descalza sobre la arena. La menguante luna en lo alto iluminaba sus rasgos aún infantiles junto a su cabellera de plata, que como suave cascada caía en ondas hasta rozarle las caderas. Llevaba un vestido de ligera seda negruzca que su abuela le había obsequiado en su decimotercer cumpleaños, tan solo unas semanas antes.

Se sentó frente a las aguas verdosas del Mariposa, jugando con la oscura arena entre los dedos de sus pies. Observaba el cielo oscuro pensando en si acaso aquella noche éste habría decidido esconder sus estrellas como ella sus sentimientos. A su vez contemplaba la luna, tan pálida ―su contraste con el alrededor negro― y tan similar a ella, Semia. Pensaba en todo y a la vez en nada, le era muy difícil concentrarse debido al dolor que hacía retumbar su cabeza.

Esa noche la muchacha había saltado por la ventana de su habitación. Su madre, Elena, una vez más había discutido con Jokann, su padrastro, por horas. Semia estaba harta de que aquellos insultos y quejas arruinaran sus días, por lo que creyó que lo mejor sería salir de allí. Ella estaba segura de que el dolor era debido a los problemas en su hogar, pero estaba equivocada.

La playa estaba a unas pocas calles de su casa.  Caminó bajo los faroles modernos respirando el aire fresco y disfrutando de su soledad.

«Debería hacer esto más seguido ―pensaba Semia―, quizá me libere de este dolor horrible»

Pero no lo hizo. Allí, acurrucada, cerrando sus ojos y dejando las lágrimas caer por sus pálidas mejillas en ríos, se intensificaba gradualmente.





«Es un simple mareo», pensaba Tyr cuando comenzó.
Un dolor constante e intenso se expandía desde su nuca hacia su rostro, finalmente concentrándose casi por completo en sus morenos párpados. Por eso mismo se hallaba en la enfermería de la escuela y no en la cafetería con Ruby, Jackson y los demás.

―No es grave ―anunció Gwen, la enfermera de turno―. Pero debes descansar o harás que empeore.

El muchacho asintió no muy convencido.

―Será mejor esperar ―repuso levantándose de la camilla―, solamente quedan dos horas para salir.

―Como desees ―dijo ella viéndolo algo preocupada.

Tyr se dirigió hacia la puerta metálica que se encontraba al otro lado de la alargada habitación y la abrió pronunciando un «adiós» antes de marcharse. Media hora antes se había tomado una pastilla para el dolor de cabeza, pero aún sentía el mismo palpitar cansador.

Atravesó los corredores vacíos a paso lento intentando fingir que todo estaba bien, pero al ya no poder soportarlo se introdujo a los baños y se acercó al gran espejo apoyándose en uno de los lavabos. Su reflejo lucía diferente: sus ojos siempre habían sido negros, y ahora eran de un tono gris bastante claro; aunque quizá fuese efecto del mareo, no podía saberlo. Alrededor de su iris notó también, al acercarse un poco más, que se expandían delgadas líneas rojizas rápidamente. De pronto, cuando el rojo predominaba, su vista se tornó borrosa y el dolor lo atacó mucho más intenso que antes, haciéndole caer de rodillas sobre las baldosas azules. Con la respiración agitada, se arrastró hasta la pared más cercana y recostó en ella su cabeza intentando tranquilizarse.

La campana sonó haciendo que Tyr se sobresaltara, significaba que la clase de cálculo comenzaba y debía dirigirse cuanto antes al aula si no quería problemas. Sabía que tenía que ir, tenía que levantarse, por lo que se ayudó con la manilla de la puerta e inspiró profundamente para relajar su mente.

―Llegas tarde ―dijo Marie, la profesora, en cuanto el muchacho abrió la puerta del salón.

Él levantó la mirada hacia ella intentando fingir su cansancio.

―Lo sé señorita, lo lamento. No volverá a suceder ―se disculpó ignorando a la multitud de chicos y chicas de 17 años que lo miraban fijamente.

La maestra asintió con la cabeza e hizo un gesto para que se sentara en uno de los bancos de atrás.

Tyr dejó caer su mochila a un lado de la silla y luego hizo lo mismo con su cuerpo sobre ésta. A su lado Ruby lo observaba extrañada.

―¿Te sucede algo? ―inquirió poniendo su mano sobre el brazo de él.

―Estoy bien ―respondió cortante.

A lo largo de la clase el dolor aumentaba gradualmente, cada vez le costaba más esconderlo. Cuando dejó de poder soportarlo, tenía los codos apoyados sobre la mesa y la cabeza enterrada en sus brazos mientras tiraba de su oscuro cabello con mucha fuerza. No podía oír, no podía pensar.

―¡Maugham! ―exclamó enfadada la profesora dando un golpe sobre su mesa.

El chico levantó la vista hacia Marie. Pronto ella cambió su expresión de enojo por una de preocupación al notar sus ojos llorosos y su expresión de profundo dolor.

―Dios ―murmuró la mujer cubriéndose la boca con la mano.

Ruby se acercó a su lado y acarició su mejilla.

―¿Qué pasa Tyr? ―preguntó desesperada― Por favor dime qué te sucede.

Mas él no podía hablar. La gente a su alrededor le hablaba y él sentía aquellas voces provocar un eco en su cabeza que aumentaba su dolor. Entonces sintió algo caer por sus mejillas, luego a muchos en el salón gritar y correr. Ruby seguía allí frente a él, lloraba y lo observaba sin saber qué hacer, la profesora gritaba por teléfono palabras que Tyr no podía comprender.

Abrió la boca en un intento de hablar, pero en vez de eso expulsó un grito estruendoso que espantó a todos quienes aún se encontraban junto a él. Lo siguiente que sintió fue el golpe de su cuerpo contra el piso. Finalmente negrura.





El amanecer en el nublado cielo hizo que Semia abriera sus ojos. Se encontraba en el mismo lugar que antes, pero empapada por el lago. Al levantarse notó que el dolor había desaparecido por completo, lo cual era bastante extraño debido a la magnitud de éste la noche anterior.

La muchacha se restregó los ojos con las manos mientras bostezaba, pero al ver sus dedos luego de hacerlo cayó sobre la arena por la sorpresa y el susto. Era sangre.

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