II.

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–¡Padre! –exclamaron las mellizas al bajar la rampa que las llevaba a tierra firme, justo donde un apuesto hombre las esperaba.

Se reencontraron con su padre en un fuerte abrazo, mientras el hombre les dedicaba una gran sonrisa.

El padre de Lyra era un hombre de estatura mediana, alto, pero no tanto como el padre de Jano. Su complexión era fuerte y se notaba que llevaba una vida saludable, con una figura robusta. Al igual que Lyra, tenía una tez blanquecina y cabello castaño, de la misma tonalidad que el de ella. Padre e hija compartían un parecido notable.

La nariz de su padre era recta y aguileña, con una leve desviación debido a un golpe mal curado en el pasado. Sus ojos eran dos pozos redondos de color verde, con matices marrones que parecían empequeñecerse cuando sonreía, algo que hacía la mayor parte del tiempo. Su padre era la persona más risueña que Lyra conocía, siempre portando una sonrisa en su rostro. Tenía unos dientes bien alineados y unos labios finos que complementaban su bonita sonrisa.

–¿Ansiosas? –les preguntó él al soltarlas.

–Hay opiniones para todos los gustos, ya sabes querido –respondió su madre mirando a Lyra mientras se acercaba a su marido y le daba un beso en la mejilla, Arlo que así se llamaba el hombre, la observaba embelesado.

Sus padres tenían, a su parecer, una de las relaciones más hermosas que había presenciado. El amor que se profesaban era puro y bello, creando estándares muy altos en su mente. Lyra no esperaba menos de la persona de la que se enamorara en el futuro. Aunque a veces intentaba ocultarlo bajo capas de indiferencia, en lo más profundo de su ser, había un punto de romanticismo que anhelaba ser descubierto y explorado.

Las acciones y gestos amorosos entre sus padres habían dejado una huella profunda en la morena. Observar cómo se cuidaban mutuamente, cómo se apoyaban en los momentos difíciles y cómo encontraban la felicidad en las pequeñas cosas, alimentaba su deseo de vivir una historia de amor similar.

–Ya veo –canturreó su padre echando una risotada mientras tomaba a su madre de la mano–, bueno, Lyra, espero que esto haga cambiar tu opinión acerca de Everfell –dijo el mientras las llevaba hacia un caminito donde los estaban esperando dos preciosos caballos.

Las hermanas al verlos no pudieron evitar sonreír mientras se apresuraban a llegar a la altura de los dos elegantes animales.

Lyra tocó rápidamente el caballo de color negro, sintiendo la suave textura de su pelaje. Parecía un cielo sin estrellas, oscuro, pero calmante y profundo a su vez. Era simplemente una belleza.

Desde que eran pequeñas, las mellizas habían aprendido a montar a caballo. Su padre, un habilidoso jinete en su juventud, había deseado transmitirles esa pasión y habilidad desde temprana edad. Quería que sus hijas experimentaran la conexión especial que se establecía entre un jinete y su compañero equino.

–Hola precioso –le dijo la castaña al animal que rechinó con gracia, pareciendo que le respondía.

–Este es Nox –les informó su padre acariciando el caballo que estaba con Lyra–, y esta es Gaia –repitiendo el mismo gesto en la yegua de pelo marrón chocolate.

–¿Vamos a ir a Amery Manor a caballo? –preguntó Giennah entusiasmada mientras seguía acariciando distraídamente a la yegua.

–Esa es la idea. He pensado que de esa manera podréis apreciar el paisaje que os rodea, para que os vayáis familiarizando.

Lyra no pudo evitar admitir que era una gran idea la propuesta. Él siempre pensaba en su bienestar y Lyra se sentía enormemente agradecida por ello. La oportunidad de explorar Everfell a lomos de un caballo parecía ser una excelente manera de tener una primera toma de contacto con ese desconocido territorio.

Lyra | I. Placer divinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora