— ¿Estás bromeando, verdad?
Katherine observó al jóven frente a ella, disgustada. Tener un compañero de piso, realmente, no estaba en sus planes. Y menos cuando aquella persona frente a ella era un total desconocido.
— Mira muñeca, tampoco es que me agrade demasiado tener a alguien como tú —la mirada calculadora de él provocó un involuntario escalofrio que recorrió su espina dorsal; aún así, pudo contenerse y ser lo suficientemente disimulada como para que aquel extraño no notara ese insignificante detalle — respirando el mismo aire que yo.
— ¿Alguien como yo? —preguntó Katherine, indignada.
— Si, alguien como tú. Una niña de papi que consigue lo que quiere con tal sólo chasquear los dedos.
La castaña quedó en silencio, incapas de defenderse o siquiera decir una miserable palabra. ¿Tenía apariencia de ser una mimada? ¿Aún después de todo? Sus ojos marrones examinaron al muchacho frente a ella: alto, musculoso aunque no en exceso, cabello rubio ceniza y unos ojos azules que la observaban con desconfianza. Era alguien atractivo, debía admitirlo, pero desde el minuto en que entró en su departamento, feliz de poder descansar correctamente, y lo vió, sus planes se derrumbaron igual que lo hace un castillo de naipes cuando alguien lo sopla.
— Pues estás muy equivocado —dijo Katherine, mirando fijamente aquellos ojos azules —. Pero enserio necesito el departamento.
— ¡Yo también!
La muchacha soltó un bufido, exasperada. Su actitud de chico arrogante e infatil la estaba sacando de sus casillas, y necesitó contar mentalmente hasta diez antes de hablar:
— Está bien. Yo, personalmente, necesito desesperadamente el piso asi que estoy dispuesta a compartirlo contigo. ¿Tú lo estás?
Él la escaneó con su mirada, de arriba a abajo. Entrecerró sus ojos, provocando unas pequeñas arrugar entre sus cejas. Era verdad que necesitaba el piso, y compartirlo con alguien como ella no podía ser tan malo; además de ser rica, parecía una chica educada y sencilla, aunque no lo admitiera en voz alta.
Otro punto era el echo de tener poca privacidad. Era un hombre completamente, pero la privacidad y el silencio era algo que apreciaba y respetaba más que cualquier otra cosa. Esto era algo vergonzoso de admitir, ya que a sus veintidos años prefería seguir pasando tiempo con su familia —su padre y sus dos hermanos— que acostarse con chicas.
Pero ella... ella era otro caso aparte. Aparentaba no tener más de dieciocho años y tenía ese aire que te gritaba cuánto amaba las fiestas, los tragos y los chicos. Sus maletas y su ropa dejaba en claro que era una chica de dinero. Pero a pesar de todo, había algo en sus ojos que le decía que no era alguien mala ni caprichosa.
¿Estaba dispuesto a compartir, de ahora en adelante, el departamento con una adolescente?
— ¿Entonces... aceptas o no? —le preguntó Kate, alzando sus cejas en una interrogación.
Suspiro, controlandose, y sácando valor para contestar: —De acuerdo.
Katherine le sonrió radiante. — ¿Cómo te llamas?
— Garrick Matthews.
Sólo esperaba no confundirse. Después de todo... ¿que podría pasar?
***
El departamento no era muy grande pero se veía cómodo. Cuando entrabas, a tu derecha tenías la puerta hacía una cocina dónde los colores blanco y negro reinaban. La puerta enfrente, daba al baño con colores celeste y blanco. Para llegar al living debían pasar un pasillo repleto de horrendos cuadros sobre asesinatos y rostros desfigurados, que Kate se prometió que los cambiaría por algo más alegre y no tan terrorífico.
El living era una pequeña sala, con el piso de madera y las paredes en crudo. Había un gran sofá negro frente a un plasma. En una esquina había una pequeña biblioteca y junto a ella, una ventana ofrecía la vista de un Seattle repleto de gente y lleno de luces al anochecer.
— Me encanta —dijo Katherine, tirandose al sofá como si de su propia cama se tratase —. ¿Tu que opinas, Garrick?
El rubio inspeccionó el lugar nuevamente, y sonrió diminutamente.
— Perfecto.
Garrick tomó los pies de Katherine, y los corrió para sentarse junto a ella. — Nos llevamos bien, no será dificil.
La castaña lo miró de reojo y sonrió de acuerdo.
De ahora en adelante se verían siempre, desayunarían juntos, pasarían tiempo juntos. Era oficial: eran compañeros de departamento. Y planeaban serlo por un largo, largo tiempo. Al final del día terminaron llevandose bien, ¿por qué sería díficil convivir, de ahora en más?