Prólogo

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        Fue como una brisa fresca de verano.

Ese vago recuerdo que almacena tu mente sin apenas quererlo. Ese que por alguna extraña razón está constantemente en tu memoria y tu subconsciente te juega malas pasadas.

Las personas van y vienen. A veces, tu misma memoria borra tus recuerdos con ellas y los suplanta por otros mucho más valiosos. A veces, hay personas que suplantan estos recuerdos.

Y no hay nada peor como vivir enclaustrada en una de la que hace años desapareció sin dejar rastro.

¿El destino? Probablemente sea el causante de todo. Siempre ocurrirá algo que no tenga explicación y sea él el causante. Te pone la miel en bandeja y luego te la quita. Es siempre así.

-Tierra llamando a Mei- canturreó una voz justo en mi oído derecho.

Aquella persona me había sacado de mis cavilaciones para traerme de vuelta a una realidad vacía y carente de interés para cualquiera que llevase una vida como la mía.

-¿Qué?- inquirí sin molestar en encubrir mi aparente molestia en la voz.

Mi compañera rodó los ojos. Siempre lo hacía cuando algo resultaba demasiado obvio.

-Te preguntaba si escogerías alemán o francés como idioma moderno- dijo agitando una considerable cantidad de papeles delante de mi rostro.

Esperábamos sentadas en la parada del autobús. Siempre solíamos llegar bastante tiempo antes que este porque a veces llegaba mucho antes de lo que debería y el conductor no esperaba a ningún alma descarrilada.

-Ah. ¿Alemán?- espeté no muy convencida.

Realmente, no recordaba qué idioma había elegido. Mi acompañante rodó los ojos. Esta vez, acentuando lo evidente.

Hana, amiga mía desde hace unos años, estaba bastante acostumbrada a que mi capacidad de atención fuera casi nula. Desde hace algún tiempo, mis pensamientos me absorbían y sin quererlo desconectaba de la realidad. Es como cuando lees un libro y te olvidas de dónde estás.

-Yo he escogido francés- comentó Hana rebuscando algo en su mochila- No es porque esté Takahashi en esa clase ni nada, no me mires así- dijo llevando un trozo de regalíz a su boca, pegándole un despiadado bocado.

-Ese chico es el típico mujeriego conocido en todo el instituto-hice una pausa observándola- ¿de verdad piensas ir detrás de él?- dije recogiendo la mochila de donde la había dejado y colgándola al hombro. Mi amiga me imitó después de encogerse de hombros.

-¿Por qué no? Recuerda que no todas las chicas somos como tú-comentó subiendo al autobús, que hacía segundos había llegado- No me malinterpretes, pero deberías vivir más la juventud.

Ahora fui yo quien rodó los ojos.

Buscamos con la mirada los asientos que siempre estaban libres casi al final del vehículo. En la parte derecha, junto a la ventana. Ahí estaban. Avanzamos, como de costumbre hacia ellos.

-No me interesan los chicos. Son maleducados, no tiene cuidado alguno y solo buscan lo que buscan.

-Deja de excusarte, sigues atrapada en tu juvenil amor platónico quasi inexistente.

-Lo que tú digas- sentencié acomodándome en mi asiento- pero no es para nada como piensas. No sigo estancada ahí ni me interesa en absoluto lo que sea que esté pasando en su vida.

Hana profirió un "aburrida" y comenzó a juguetear con su móvil.

Yo, por el contrario, fijé la vista en el cristal de la ventana. Estaba todo repleto de garabatos y pegatinas, entre otras cosas: declaraciones de amor, mensajes de odio, amenazas, dibujos estúpidos y otros un tanto vulgares. Y entre toda esa morralla, había un mensaje que podría no tener sentido para cualquier otra persona, pero lo tenía para mí. Irónico, ¿verdad? Llevas años sin saber nada de aquella persona y de pronto, en apenas unas horas en el día, su figura aparece por segunda vez en mi mente. Maldito y despiadado destino.

Sin poder evitarlo, de nuevo, mi mente desconectó de mi cuerpo y volvió a dos años atrás, justo a principio de curso.

Recordaba con todo detalle la imagen del rostro de aquel chico, su sonrisa, sus rasgos suaves. No era como cualquier otro chico, era tímido, pero a veces mostraba una faceta infantil y adorable.

Aún recordaba su voz suave, pero a su vez refinada y firme. Recordó la primera vez que vio aquel mensaje en la ventana del autobús , en el asiento en el que yo solía sentarme.

"El primer amor es el que más duele, el que nunca se olvida, el que permanece en tu mente para siempre".

  No sabía quién habría podido haber escrito aquello, pero parecía haberse metido en su mente y haber escrito lo que siempre había sentido. Es irónico cómo una simple frase puede traer a tu mente el recuerdo fugaz de una persona. Es irónico lo caprichoso que puede ser el destino a veces.

La Ironía Del Destino [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora