El señor Quintana estaba loco, o por lo menos eso es lo que el resto de los habitantes de la pequeña comunidad a las afueras de Montevideo opinaba. Sus vecinos y todos en el barrio aceptaban el hecho de que era preferible dejarlo en sus asuntos antes que inmiscuirse y vérselas con él. Desde un punto de vista más formal el señor Quintana era un sociópata, las normas sociales y morales no existían para el trastornado señor desde que había abandonado la pubertad. Y aun así, pese a que la condición del señor era conocida (o al menos sospechada) por todos, cuando apareció un nuevo inquilino, una muchacha veinteañera, para la casa contigua a la del señor Quintana nadie le advirtió a la susodicha sobre el estado mental del viejo.
Esta muchacha, bella y simpática, además de tener un apuesto novio, tenía una mascota. Un sucio e infernal gato al que el señor Quintana odiaba, no sabia con que nombre la muchacha lo había bautizado y no le interesaba saberlo. Pero si sabia, y con mucha certeza, que odiaba al maldito animal, aún más que a la promiscua señorita Luna, quien al gemir por las noches con las visitas de su novio no le dejaba dormir. Incluso el señor Quintana sospechaba que la señorita Luna llevaba más de un novio a la vez. Tener a ese par de malvivientes, como él los veía, viviendo tan cerca de su hogar lo llenaba de rabia y odio. El señor Quintana, como buen ser humano que era, tenía la capacidad de odiar con mucha facilidad y sin ninguna razón y su falta de principios morales sumada a su creciente demencia podrían ocasionar que el viejo hiciera algo de lo que cualquier persona sin trastornos mentales se arrepentiría para el resto de su vida, con la conciencia manchada por una barbaridad.
Pero con el gato, el señor Quintana, tenía además un conflicto personal. Las libertades del maldito gato chocaban directamente con sus costumbres y excentricidades, tan arraigadas en él como las raíces de un viejo árbol. El viejo se tomaba muy en serio todo lo referente a el control de su espacio, de lo que era de él y de nadie más. La primera vez que el gato había cruzado la línea, la que nada ni nadie debería cruzar para evitar ganarse la enemistad del loco señor Quintana, fue el mismo dia de la mudanza de la señorita. Un día caluroso y ajetreado, con gritos de los peones de carga y golpes en las paredes, de idas y venidas. Cuando todo pareció terminar al fin y el señor Quintana se dispuso salir a disfrutar de su silla en su deteriorado jardín fue cuando lo vio, al gato, acechando entre el largo césped de su casa, como un asesino rastrero que se esconde de su víctima para atacar en el momento oportuno. El señor Quintana siempre pensó que en sus tierras era él quien mandaba, que era él quien acechaba como un asesino, y siempre habia sido asi, siempre creyó imposible el hecho de llegar siquiera a ver algo que no se esperaba en el lugar donde no debia, donde él imponía sus reglas y, en el momento que vio a un animal al acecho allí donde no debería haber un animal al acecho, su realidad dió un vuelco. Sus verdades cambiaron. Un intruso en su propiedad. La confirmación de que la llegada de un nuevo vecino no fue algo bueno, no, en lo absoluto.
Y lo peor llegó cuando hizo el primer intento de ahuyentar al gato. El animal, como es natural, se sintió amenazado, el señor Quintana suponía un peligro para él y actuó en consecuencia. Sus patas se tensaron, su columna se arqueo y la cola se estiró apuntando hacia el cielo, los pelos de la espalda junto con los de la cola se erizaron, las orejas se estiraron atentas hacia atrás y las garras salieron de sus patas, con intenciones de lastimar. Su hocico, ahora abierto y con blancos colmillos a la vista, emitió un gruñido, alto y áspero. "Me insulta" pensó el señor mientras retrocedia sin darse cuenta de ello, "Cree que es capaz de intimidarme". No aún ahora el señor Quintana acepta que de hecho se sintió verdadera intimidado y, en el fondo, percibió un sentimiento antiguo, el responsable de que haya llegado a tal estado de desequilibrio mental. Miedo. El señor Quintana no lo reconoció, hacía muchos años que no necesitaba describirse con esa palabra.
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El Gato
General FictionEl Señor Eleazar Quintana ha quedado solo. Es miserable, odioso, no tiene escrúpulos y esta loco. No tiene a nadie, no quiere a nadie y nadie lo quiere a él. Ve a las personas como enemigos, amenazas que solo quieren perjudicare y sacarle lo que tie...