No estoy loca, yo lo sé. Esas voces son reales, pero nadie más las escucha. Sé que existen y que jamás se irán. Me torturan con sus gritos, sus llantos, sus susurros y cantos. El psicólogo le dijo a mis padres que estoy trastornada, pero es mentira. Él dijo que mi mente creaba voces en mi cabeza, y que eso me iba a llevar a la locura. ¡Pero es una mentira! ¡Yo estoy bien! ¡No estoy loca! Se lo digo a todo el mundo, pero nadie me creé.
Hay una voz, más fuerte que el resto y única. Esa voz, es la única en la que puedo confiar. Esa voz es mi salvación, yo lo sé.
El psicólogo me dijo que no tengo que escucharlo, que solo en mi perdición, pero esa voz me dice que no lo escuché y solo es a él a quien le hago caso. Esa voz me ayudó, me dijo como deshacerme de los ruidos de mi cabeza. Me dijo que me hiciera heridas en los brazos, que eso haría que dejara de escuchar esas voces, y funcionó. Pero solo por un tiempo, aunque me hago varias heridas en mis brazos, esos gritos y susurros vuelven a aparecer tarde o temprano.
Él me dijo que me alejé de las personas, que ellas atraen a las voces. Así que me alejé de las personas y no volví a hablar con nadie. Luego me dijo que dejara de comer, que eso también atraía a las voces, le hice caso. También pasó con todo. Hacía lo que esa voz me pedía, todo por no volver a escuchar los alaridos en mi cabeza. Pero hoy no podía más. Hoy me cortaba los brazos y no podía conseguir que esas voces se callaran.
-¡Horrible! ¡Mounstro! ¡Muérete! ¡No mereces vivir! ¡Estorbo! ¡Me das asco!
Les decía a gritos que se callaran, pero no me hacían caso.
-¡Eres revulsiva! ¡No sirves para nada! ¡Gorda! ¡Muérete!
Los susurros decían lo mismo, pero eran más voraces, sentía que con cada palabra me estaban comiendo viva. Me agarraba la cabeza con ambas manos y gritaba, rogaba que se callaran. Pero era inútil. El canto de una canción de cuna se unió a las voces que destrozaban mi mente. Tiré el cuchillo ensangrentado al piso al ver que cortarme los brazos, no servía de nada.
El llanto desgarrador y un chillido que me rompería los tímpanos di fuera real, agobiaron mi mente. Gritaba descontroladamente, mi garganta empezaba a romperse, pero no me importaba.
-¡Púdrete!
El último grito hizo que las voces se callaran y todo quedara en un profundo silencio. Respiraba con dificultad, mis lágrimas resbalaban por mi rostro sin ningún descanso. Mis manos seguían apretando mi cabeza, aún rogaba porque esos chillidos no volvieran a aparecer. Pero las sentía como un eco contra las paredes de mi cráneo, estaba aturdida. Abrí los ojos, que no sabía que tenía cerrados, y entonces lo vi. Una sombra con unos grandes ojos rojos fluorescentes.
-Has que se callen- le rogué.
-Solo hay una manera, y tú sabes cual es- sonreí mientras asentía.
Del piso recogí el cuchillo que estaba resbaladizo por mi sangre, me corté la mano intentando que no se me callera, pero no me importó.
-Hazlo- me dijo.- Hazlo, mátate.
-¿Es la única salida?- pregunté.- ¿No puedo seguir cortándome?
-No.
-Pero…
-¡Solo clávate el cuchillo!
En ese instante, las voces volvieron a romperme el cerebro con sus gritos. Pero los susurros, el canto y los chillidos fueron lo que necesite para hacerlo. Mi mano hacía que el cuchillo se clavara en mi garganta, también en mi pecho y con los últimos gritos saliendo de mi boca, me empecé a apuñalar el abdomen. No me detuve hasta que escupía sangre, mi corazón agujereado se detenía y dejaba de respirar.
El dolor se fue junto con los gritos, y en mi mente le agradecí a esa voz. Sabía que él me ayudaría, sabía que no estaba loca, yo lo sabía…