Capítulo 1

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Eran las cuatro de la tarde, la hora en que Bonnie entraba a trabajar a la cafetería cada día. Y como cada tarde desde hacía unas semanas, una hora después de que Bonnie llegase, entraba aquella chica de melena negra que tanto le llamaba la atención, y no solo a ella, atraía las miradas de todo el mundo a su paso. Quizá era por el misterio que desprendía con aquella piel tan pálida, más incluso que la porcelana.

Como ya era costumbre, aquella misteriosa chica se sentaba en la misma mesa, cerca de donde Bonnie atendía a los clientes detrás del mostrador, y esperaba a que la atendieran, cosa que Bonnie casi siempre hacía. Aunque no quería admitirlo, sentía cierto recelo si cualquiera de sus compañeras llegaba a atenderla antes que ella. Y es que incluso había captado la atención de algunas de las camareras de aquella cafetería.
Bonnie cogió su bloc de notas donde apuntaba los pedidos, y fue a atenderla, aunque comenzó dando pasos decididos hasta ella, se acabaron convirtiendo en pequeños pasos temerosos hasta llegar delante de su mesa. Siempre le pasaba lo mismo, y no entendía cómo la belleza de aquella pálida y misteriosa chica podía abrumarla de esa manera.
Todo era como un ritual que se había establecido entre las dos. Cuando Bonnie llegaba a atenderla, ella se quitaba las gafas de sol, cosa que solo hacía cuando Bonnie le atendía, y sus ojos se posaban en ella fijamente, aquellos ojos que después de tantos días, seguían intrigando a Bonnie, nunca podía contemplarlos lo suficiente como para llegar a saber de qué color eran en concreto. Unas veces le parecían granates, y otras veces parecían tener matices rojos. Y siempre quería quedarse más tiempo para averiguarlo.
Toda su conversación, siempre se resumía en lo mismo.

–¿Qué vas a tomar? –Bonnie sabía la respuesta, porque cada tarde pedía lo mismo, simplemente esperó a que ella contestase con una sonrisa.
–Un cappuccino, con caramelo líquido –. Ella le dedicó una sonrisa de medio lado. Era una sonrisa que Bonnie no se cansaba de contemplar, aunque solo pudiera hacerlo en los momentos en que le atendía.
–Ahora mismo te lo traigo –. Y nada más volver detrás del mostrador, de reojo pudo ver que ella hacía lo mismo que cada tarde, sacaba una libreta de color rojo de su mochila, y mientras miraba a Bonnie de vez en cuando, se ponía a escribir.

¿Qué será lo que escribe? Se preguntaba Bonnie.

Cuando su pedido estaba listo, ella misma se lo llevaba a la mesa. No pedía nada más durante toda la tarde, pero se quedaba ahí, escribiendo.

Bonnie se deleitaba mirándola de vez en cuando, y parecía que la pelinegra hacía lo mismo al mirarla. Durante unos instantes, la pelinegra sonrió de manera triunfante e hizo unos movimientos con las manos como si tocase un instrumento, y Bonnie se preguntó si de verdad tocaría alguno.

Bonnie miró el reloj con pesar, faltaba media hora para que tuvieran que cerrar la cafetería, y eso implicaba no volver a ver a aquella misteriosa chica hasta el día siguiente.
La pelinegra comenzó a recoger sus cosas y se dirigió con pasos firmes hasta el mostrador, esperó su turno y pagó el café. Todo parecía como cada tarde, hasta que la pelinegra cambió el curso de aquella rutina.

–Oye... ¿Puedo saber a qué hora terminas de trabajar? –la pregunta tomó a Bonnie por sorpresa.
–De aquí a media hora, ¿Por? –la pelinegra sonrió de manera misteriosa y volvió a ponerse las gafas de sol.
–Era por si podía robarte un poco de tu tiempo después, si no tienes nada que hacer, claro –. El corazón de Bonnie comenzó a latir de manera desbocada ante la proposición de la pelinegra. Y ella no dudó ni un segundo al contestar.
–Claro, no tengo nada que hacer.
–Entonces te veo en media hora –. Y dicho esto, la pelinegra comenzó a caminar a pasos lentos en dirección a la puerta de la cafetería, no sin volver a mirar a Bonnie de reojo antes de salir.

Bonnie estaba eufórica y nerviosa a la vez, no podía creerse que después iba a pasar un rato con ella. Por eso mismo, durante aquella media hora, se ganó las miradas de envidia de muchas de sus compañeras de trabajo. Y no era de extrañar viendo como todas y todos miraban a la pelinegra.

Al salir, la pelinegra estaba esperándole en un banco situado delante de la cafetería.
Con cada paso, los nervios de Bonnie iban creciendo más y más, y estaba segura de que cualquier persona que pasase por su lado podría escuchar como su corazón latía con fuerza contra su pecho.

Al llegar delante de ella, sintió como sus nervios solo hacían que aumentar ante su belleza. Había algo en ella que la hacía terriblemente atractiva. Se puso un mechón de pelo detrás de la oreja con nerviosismo, e intentó saludar tratando de parecer relajada.

–Hola –. Acabó diciendo en lo que parecía un susurro.
–Hey, ¿Nos vamos? –como siempre, la pelinegra desprendía confianza con cada palabra. Y Bonnie pensaba en si ella le causaría una pequeña parte de lo que la pelinegra causaba en ella. No llegaba a saber completamente qué sentía por ella. ¿Admiración? ¿Atracción? ¿Una mezcla de ambas? Solo sabía que no quería quedarse con la duda. Y que quería conocerla mucho más.
–Por cierto, ¿Cómo te llamas? –preguntó tímidamente Bonnie. La pelinegra se levantó del banco y le cogió una mano para depositar un beso en el dorso de ésta. Bonnie no esperaba un gesto así, y se sonrojó como nunca lo había hecho.
–Marceline, ¿Y tú? –por fin conocía el nombre de la misteriosa pelinegra. Aunque se sentía estúpida por no haberse atrevido a preguntárselo antes.
–Bonnibel, pero me gusta más que me llamen Bonnie.
–Bien, Bonnie, entonces será mejor que nos vayamos. –Bonnie sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo al escuchar su nombre dicho por ella, y pensó que aquellos labios estaban hechos para decir su nombre hasta su último suspiro.

Pasaron un rato sin decir nada, paseando por el parque que lleva hasta el centro de la ciudad, hasta que finalmente Marceline habló.

–¿Cuánto hace que trabajas en la cafetería?
–Un par de años, para poder pagarme la carrera.
–¿Qué estudias?
–Ciencias, ¿Tú estudias algo? –Bonnie sintió que su voz ya no sonaba tan tímida como antes, pero que se sentía igual.
–No, pero sí que trabajo, soy vocalista y bajista en una banda –. Marceline paró de caminar y Bonnie vio que habían llegado a un bar. 

La pelinegra empujó la puerta y dejó pasar primero a Bonnie. Después de buscar una mesa vacía finalmente pudieron sentarse.
–Pide lo que quieras, invito yo.
–No es necesario .
–Claro que lo es, estamos de celebración –. ¿Celebración? Aquello dejó a Bonnie totalmente desconcertada.
–Y... ¿Qué estamos celebrando? –preguntó Bonnie con timidez. Marceline la miró fijamente a los ojos, y bajo la lámpara del bar, por fin pudo ver de qué color eran sus ojos. No había un nombre para definirlos, pero estaba segura de que eran lo más parecido al color carmesí.
–Te voy a ser sincera, Bonnie, lo que celebramos es que, gracias a ti, he podido dejar atrás un gran bloqueo que me atrapó hace meses, y que por fin he terminado de componer una canción en la que llevo semanas trabajando –las palabras de Marceline le estaban creando un revoltijo de nervios a Bonnie en el estómago.
–Cómo que...¿Gracias a mí? ¿El qué? –pero de repente aquella libreta roja llegó a la mente de Bonnie. Eso era lo que escribía. Lo que no entendía era a qué se refería con eso de gracias a ella.
–Pues que, estuve meses frustrada porque mi banda necesitaba una canción nueva, y no había manera de inspirarme. Pero una tarde salí a pasear y dejé que mis pies me guiasen sin rumbo alguno, hasta que acabé en la cafetería en la que trabajas, y en el momento en que te vi, fue como contemplar a la musa que había necesitado durante toda mi vida. Esa misma noche intenté comenzar a componer la canción, pero no conseguía crear nada. Al día siguiente volví a la cafetería con mi libreta, y nada más verte la tinta fluyó sola por el papel. Era curioso, porque solo conseguía escribir cuando te veía. Por eso me has pillado mirándote muchas veces, aunque he de confesar que sutileza y disimulo no son adjetivos que me definan –. Bonnie rió ante aquel último comentario. Pero en el momento en que comenzó a procesar todo lo que Marceline le había dicho, sintió como se ruborizaba. No podía dejar de mirarla a los ojos, preguntándose si todo aquello sería verdad.
–Vaya... ¿Tiene título la canción? –y aunque Bonnie quería expresarle lo halagada que se sentía, aquella canción estaba despertando por completo su curiosidad.
–Ahora sí, se llama ''Bonnie'' –Bonnie abrió los ojos de par en par al escuchar aquello, no podía sentirse más halagada. Marceline estiró la mano por encima de la mesa hasta que rozó sutilmente la de Bonnie.

Y por un momento, comenzóa sentir, que quizá, aquella atracción que sentía hacia la pelinegra, podríaser mutua.


Miradas en la cafetería.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora