1

3 0 0
                                    


Una vez sentí que estaba poniendo mucho, pero después me di cuenta que en realidad, la estaba rota. Y que todo eso que a mí me costaba tanto poner dentro, se estaba haciendo pedazos contra el piso sin que a nadie parezca importarle.

Una vez confié con todo mi corazón en que si hacia las cosas bien, las cosas obviamente, iban a resultar bien también. Debía ser así. Era algo lógico para mí.

Existe algo a lo que la gente llama "causa y consecuencia", y me parecía una ecuación lógica y exacta. Una vez, pensé que si hacia algo bueno por alguien, esta persona, me devolvería agradecimiento.
Para mí, todo decía ser reciproco 100%, porque así me parecía justo.
Una vez creí que alguien que me había hecho mucho mal un día se iba a dar cuenta e iba a venir corriendo a pedir perdón. O se iba a arrepentir. O iba a cambiar. O intentar arreglar su error. Y no paso. No pasó nada de todo eso que creí, pensé y sentí. Nunca.
Y entonces, empecé a sentir, a creer y a pensar que no valía la pena hacer nada bueno por nadie. Porque, ¿Para qué?

Y así pase un tiempo de estar muy triste. Tan triste que ni siquiera me había dado cuenta que tampoco estaba haciendo nada bueno por mí.
Porque perdonar al otro es, sin duda, sinónimo de perdonarse a uno mismo. Y por eso es que a veces se nos hace tan difícil.
Perdonar esas veces que no toleraste un fracaso, que fuiste demasiado sensible o susceptible. Que te caíste. Perdonar todas esas veces que le creías a alguien que mentía solo porque tenías la necesidad de creer en alguien. Y así terminaste creyendo en cualquiera. 

Sentir, creer, pensarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora