La bomba detonó.
Un pitido duradero inundó el ambiente por minutos, el estruendo de una avalancha que se mantiene amenazante en el aire. Notaba el frío, la desolación... la perdición; eran los rastreros factores que predominaban. El gris del polvo y humo, el rojo de la sangre, el negro del mal. Los heridos pidiendo ayuda con la escasa fuerza que les quedaba y, los pocos que aun vivíamos, creo que no tuvimos tanta suerte. Fue por poco tiempo que vi aquel paisaje tan desolador, sin embargo fue suficiente para ver la desesperación en su estado puro. Éramos su billete de salvación, y a pesar de esto no salimos impunes, por cada minuto que tardaban en traer sus demandas lo pagaban en nuestros cuerpos. Rezaba cada segundo para que vinieran.
Dejé de creer en Dios.