Capítulo 1.-Jenaro
Al despertar solo recordaba un pañuelo blanco sobre mi cara. Observé la situación, me encontraba desnudo sobre una mesa con las manos y los pies atados con sogas, intenté levantarme y sentí la opresión de una cuerda sobre mi cuello, no podía moverme, me dolía la cabeza y tenía mucho frío. Solo podía ver el techo de la habitación, parecía la estructura del tejado de una casa vieja. ¿Qué habrá pasado? ¿Dónde estaré? La casa de Ginés era segura, nadie sabía que yo colaboraba con la guerrilla ni que esa noche estaba allí, solo él.
Mis pensamientos se interrumpieron cuando noté que alguien me ponía unos alambres en los testículos. Mi cuerpo se tensó. Descargaron sobre mí un cubo de agua helada que me envolvió por completo. Pensé que mi corazón había estallado. ¿Qué estaba ocurriendo? Un rayo pequeño me atravesó, no pude hablar, un segundo rayo, más potente, llegó hasta mi cerebro. La oscuridad lo envolvió todo. Al recobrar la conciencia lo primero que vi fue el tricornio de un guardia civil que tenía entre sus manos un cable eléctrico con las puntas peladas, abrí mucho los ojos… y comprobé que era un sueño. Mi cuerpo estaba dolorido, como si hubiera sido real. Este sueño se repetía cada vez que me quedaba dormido. Me sequé el sudor y observé a los invitados, hablaban en grupos, parecía que nadie se había percatado de mi breve cabezadita, tampoco les habría extrañado que un viejo se durmiera en su fiesta de cumpleaños.
Cuando mi hijo vino a decirme que tenía preparada una fiesta para mi noventa y dos cumpleaños, a la que estaban invitadas todas las autoridades políticas y militares, me negué rotundamente, pero la negación de un viejo no vale mucho. La concentración de poder en mi fiesta era un alarde de mi hijo para sus intereses. No tuve más remedio que sucumbir y aceptar por el bien de la familia. Al término del protocolo de felicitaciones y regalos, uno de julio de 2010, guardé silencio y no quise hablar más, ese privilegio sí se lo podía permitir un viejo chocho y senil; si mi opinión no importaba, ¿para qué malgastar las palabras? Alegando cansancio, comprensible por mi edad, me senté en mi sillón del porche y me puse a contemplar la Alhambra.
La familia había decidido hacerme un homenaje, para ello, mi único hijo, Teniente Coronel de la Guardia Civil, había invitado a todas las personalidades y autoridades de la ciudad de Granada. Mantuve el tipo y aguanté los saludos y la palabrería de los invitados. Me apetecía el silencio y la vista del palacio Nazarí y no esos falsos agasajos que me martilleaban la cabeza.
Sentía que mi existencia estaba al final de su recorrido. Fueron muchas las veces que estuve al borde de la muerte, pero siempre supe seguir el camino de la vida. Ahora era diferente, era yo el que quería la muerte, pero mi destino aún me tenía preparadas otras aventuras.
Un invitado que había llegado tarde a la fiesta, estimuló mi mente al acercarse a saludarme.
¾ ¡Felicidades, le deseo que cumpla muchos más! Le veo a usted con muy buen aspecto.
Había decidido no hablar por lo que no le contesté. Azorado, intentó mantener un diálogo.
¾ Tiene usted un carmen precioso, me gustan mucho este tipo de viviendas árabes.
Tampoco le respondí. Se marchó sonriente con los demás invitados. Cómo le iba a explicar que un carmen es una casa ajardinada con huerto, típica de la ciudad de Granada, pero no es una vivienda árabe. Tampoco pudo observar como mi cara se volvía tensa mientras recordaba un pasado que no podía revelar. Esta mansión tan maravillosa, que todos alababan, la había comprado presionando a su dueño, enfermo y viejo, para regalársela a mi esposa. Siempre sentí remordimientos por ello. ¿Cómo decirles que yo no era nadie, que todo se lo debo a mi mujer? ¿Cómo decirles que sin ella no soy nada?
Deseaba liberarme de la amargura de mi alma pero no había nadie que pudiera oír aquellas palabras, bueno, mi nieto Edgar era la excepción que confirma la regla. Con él me encontraba a gusto. Su relación conmigo siempre fue excepcional y siempre estuve pendiente de su educación. Hay asuntos que él no conoce pero ya es adulto, lo veo muy inteligente y con mucho sentido común. Tal vez ya debería conocer su pasado y todos los secretos de su familia. Llevo un tiempo dándole vueltas a la cabeza y creo que debo darme prisa. La parca puede venir pronto a por mí.