Capítulo 1.

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Justin.
Los niños están locos.
Locos, completamente lunáticos. Como si no tuvieran ni una neurona. Si no estás explicándoles algo es porque se lo estás volviendo a explicar, ya que no escucharon la primera vez. Y ni bien terminaste la explicación, te hacen de nuevo la misma maldita
pregunta que estuviste contestando desde hacía veinte minutos.
Y las preguntas. ¡Santa mierda! Las preguntas...
Algunos de estos niños hablaban más en un solo día de lo que yo hablé en toda mi vida. Y no te puedes escapar porque te persiguen.
O sea, capta la indirecta...
—¡Justin! Quiero el casco azul. Connor lo usó la última vez y es mi turno. —El niño rubio de metro y medio se quejó desde la pista, mientras todos los otros niños se subían a sus go-karts. Dos filas de seis autos cada una.
Agaché mi cabeza e inhalé profundamente a medida que agarraba la valla que rodeaba la pista.
—No importa el color del casco ―le gruñí con todos los nervios de mi espalda tensos.
Rubiecito, o cómo diablos se llamara, arrugó la cara poniéndose cada vez más rojo.
—Pero... ¡No es justo! Él lo usó dos veces y yo...
—Agarra el casco negro —le ordené, interrumpiéndolo—. Es el de la suerte. ¿Recuerdas?
Frunció el ceño, arrugando su nariz llena de pecas.
—¿Lo es?
—Sí —mentí. El sol de California caía sobre mis hombros cubiertos por una camiseta negra—. Lo estabas usando cuando derrapamos en el buggy hace tres semanas. Te salvó.
—Pensé que estaba usando el azul.
—No. El negro —mentí nuevamente.
La verdad es que no tenía idea de qué color era el casco. Debería sentirme mal por mentir, pero no era el caso. Cuando los chicos crecieran, pararía de recurrir a la astucia para lograr que hicieran lo que yo quería.
—Apúrate —le grité, escuchando el sonido de los motores de los autos en el aire—. Se van a ir sin ti.
Corrió al otro lado de la valla, hacia la repisa donde estaban los cascos y agarró el negro. Miré cómo todos los chicos, de edades que iban desde los cinco hasta las ocho, se ponían los cinturones y se levantaban los pulgares entre sí. Agarraron el volante con sus brazos tensos y sentí mi sonrisa elevarse.
Esta parte no era tan mala.
Me crucé de brazos y miré con orgullo cómo arrancaban. Cada niño manejaba su auto con una precisión que mejoraba cada semana que venían. Sus cascos brillaban bajo el sol de principio del verano mientras los motores circulaban por la curva y se escuchaba el eco en la distancia a medida que aceleraban. Algunos todavía presionaban el acelerador hasta el final durante toda la carrera, pero otros estaban aprendiendo a medir su tiempo y a evaluar el camino por delante. Era difícil tener paciencia cuando solo querías estar en primer puesto toda la carrera. Pero algunos pronto se dieron cuenta de que una buena defensa era la mejor ofensa. No se trataba de solo adelantarse del otro auto, sino también de permanecer por delante de los autos que ahora estaban detrás de ti.
Y además de aprender, también se divertían. Si tan solo hubiese existido un lugar así cuando tenía esa edad...
Aun así, a los veintidós años, todavía estaba agradecido.
Cuando estos niños entraron por primera vez no sabían casi nada, ahora manejaban la pista como si fuera una caminata por el parque. Gracias a mí y a los otros voluntarios. Siempre estaban felices de estar aquí, sonrientes y me miraban ansiosos, con expectativa.
Realmente querían estar alrededor de mí.
Para qué carajos, no tenía idea, pero sí sabía una cosa con certeza: por mucho que me quejara o escapara a mi oficina rogando por tener tan solo un poquito más de paciencia, quería, absolutamente sin lugar a dudas, estar también con ellos. Algunos realmente eran mierdas muy simpáticas.
Cuando no viajaba o recorría el circuito, corriendo con mi propio equipo, estaba aquí, ayudando con el programa infantil.
Pero claro, esto no era solo una pista de go-karts. También había un garaje y una tienda. Y muchísimos conductores con sus novias pasaban el tiempo aquí con sus motos y contándose sus tonterías.
Something different de la banda Godsmack sonaba por los altavoces y miré al cielo, al sol que me cegaba.
Probablemente hoy estaría lloviendo en casa. Junio era conocido por sus grandes tormentas eléctricas de verano en Shelburne Falls.
—Ten —ordenó Pasha, golpeándome en pecho con un portapapeles—. Firma estos.
Lo agarré, frunciéndole el ceño a mi asistente de cabello negro y violeta, por debajo de mis gafas de sol, mientras escuchaba los autos pasar.
—¿Qué es? —Saqué el bolígrafo y miré lo que parecía ser una orden de compra.
Miró a la pista y me contestó:
—La primera es una orden para las piezas de tu moto. Las estoy enviando a Texas. Tu equipo podrá verlo y clasificarlo cuando llegues en agosto...
Bajé mis brazos a los costados.
—Eso es dentro de dos meses —grité—. ¿Cómo sabes que esta mierda todavía estará allí cuando llegue?
Austin iba ser mi primera parada cuando volviera a las carreras después de mi tiempo sabático. Entendía su lógica, no necesitaba todo el equipamiento hasta entonces, pero eran miles de dólares en piezas a las que cualquiera podría llegar a acceder. Prefería tenerlas conmigo, aquí en California, que a tres estados de distancia, desprotegidos.
Pero simplemente me miró, lucía como si le hubiera puesto mostaza a sus panqueques.
—Los otros dos son formularios que te envió tu contador por fax — continuó, ignorando mi preocupación por las piezas de la moto—. Trámites para establecer el JB Racing. —Luego me miró curiosa―. Un poco vanidoso, ¿no? Darle a tu negocio tus propias iniciales.
Solo miré de nuevo a los papeles y empecé a firmar.
—No son mis iniciales —mascullé—. Y no te pago para opinar sobre todo. Y, ciertamente, no te pago para que me estreses.
Le entregué el portapapeles y lo tomó sonriente.
—No. Me pagas para recordarte del cumpleaños de tu mamá. — Me devolvió el ataque—. También me pagas para que tu iPod siempre tenga buena música, para pagar tus cuentas, cuidar tus motos, mantener actualizada tu agenda, reservar tus pasajes aéreos, llenar tu refrigerador con tu comida preferida y la que más me gusta, llamarte media hora después de que hayas ido a una reunión o fiesta, para darte una excusa extrema que te permita decir que tienes que dejar la reunión... Porque, odias a la gente, ¿no? —Sonaba engreída y de repente me sentí feliz de no haber tenido una hermana.
No odiaba a la gente.Bueno, sí. Odiaba a la mayoría. Continuó:
—Organizo cuándo te tienes que cortar el cabello, dirijo este lugar y tu página de Facebook. Ah, por cierto, realmente me encantan las fotos de tetas que te mandan todas esas chicas. También soy la primera persona a la que acudes cuando quieres gritarle a alguien. —Puso las manos en su cadera mientras me miraba con ojos entrecerrados—. Ahora, me olvidé. ¿Qué es eso por lo que no me pagas?
Sentí mi pecho inflarse con mi respiración contenida y mordí el costado de mi labio hasta que captó la indirecta y se fue. Casi podía oler su sonrisa engreída a medida que volvía a la tienda.
Ella sabía que era invaluable y caí en su trampa. Podía tolerar que me hablara descaradamente, tenía razón. También me había tolerado un montón a mí.
Pasha tenía mi edad y era la hija de mi socio de la tienda. Aunque el hombre, Drake Weingarten, era una leyenda de las carreras de motos, prefirió ser un socio silencioso y disfrutar de su jubilación en el salón de billar al final de la calle si estaba en la ciudad. O si no, disfrutaba de su cabaña en Tahoe.
Me gustaba tener esta base de operaciones tan cerca de la acción en Pomona y descubrí, cuando comencé a pasar el tiempo aquí hace dos años, que realmente me interesaba el programa infantil que este lugar patrocinaba. Cuando me preguntó si me quería asentar y comprar este lugar, fue el momento perfecto.
No había nada por lo que volver a casa. Mi vida estaba aquí ahora.
Una mano pequeña y fría se deslizó en la mía y miré hacia abajo, a Gianna, una niña morena de cara radiante con la que ya estaba bastante encariñado. Sonreí, buscando su expresión alegre como siempre, pero en su lugar, solo apretó mi mano y rozó con sus labios mi brazo, luciendo tan triste.
—¿Qué sucede, niña? —bromeé—. ¿A quién tengo que patearle el trasero?
Tomó mi brazo con los suyos y empezó a temblar.
—Lo lamento —balbuceó—. Supongo que llorar es muy de niñas, ¿no? —Su voz destilaba sarcasmo.
Ay, Dios.
Las mujeres, inclusive las de ocho años, eran complicadas. No querían decir directamente qué es lo que sucedía. Oh, no. No podían hacerlo tan fácil. Tenías que agarrar una pala e ir desenterrándolo de ellas.
Gianna había estado viniendo desde hace un poco más de dos meses, pero recientemente había empezado con el club de carreras. De todos los niños en la clase, era la que más prometía. Se preocupaba por ser perfecta, siempre miraba por encima de sus hombros y siempre se las ingeniaba para discutir conmigo, inclusive antes de saber qué iba a decir. Pero Gianna tenía el don.
—¿Por qué no estás en la pista? —Solté mi brazo de su agarre y me senté en la mesa de picnic para mirarla a los ojos.
Solo se quedó mirando el suelo mientras su labio inferior temblaba. —Mi papá dice que ya no puedo formar parte de este programa.
—¿Por qué no?
Cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro y mi corazón se detuvo cuando, al mirar abajo, vi sus zapatillas Chucks rojas, iguales a las que ________ usaba cuando la conocí a los diez años.
Mirando hacia arriba nuevamente, la vi dudar antes de contestar:
—Mi papá dice que hago sentir mal a mi hermano.
Agachándome, ladeé mi cabeza para poder estudiarla mejor.
—Porque le ganaste a tu hermano en la carrera de la semana pasada —confirmé.
Asintió.
Por supuesto. Les había ganado a todos la semana pasada y su hermano gemelo abandonó la pista llorando.
—Dice que mi hermano no se sentirá lo suficientemente hombre si compito con él.
Resoplé, pero me compuse cuando vi su ceño.
—No es gracioso —gimió—. Y no es justo.
Negué y tomé un pañuelo de mi bolsillo trasero.
—Ten —le ofrecí para que secara sus lágrimas. Me aclaré la garganta, me acerqué y le dije en voz baja—: Oye, tal vez no lo entiendas ahora, pero recuérdalo más tarde —le advertí—. Tu hermano tiene toda la vida para hacer cosas y sentirse hombre, pero ese no es tu problema. ¿Lo entiendes?
Estaba totalmente inexpresiva, congelada, mientras me escuchaba.
—¿Te gusta correr? —pregunté. Asintió rápidamente.
—¿Estás haciendo algo malo?
Movió la cabeza para negar. Sus dos coletas balanceándose por sus hombros.
—¿Deberías tener miedo de hacer algo que te gusta solo porque eres una ganadora y los demás no pueden soportarlo?
Sus ojos azules, inocentes, finalmente dejaron el suelo y me miraron. Puso la cabeza en alto. Volvió a negar.
—No.
—Entonces lleva tu culo de vuelta a la pista —ordené, mirando a los kartings pasar volando—. Vamos, llegas tarde.
Sonrió tan ampliamente que su sonrisa parecía tomar casi la mitad de su rostro y salió corriendo hacia la entrada de la valla, completamente ansiosa. Pero de repente se detuvo y giró.
—Pero, ¿y mi papá?
—Me encargaré de él.
Mostró su sonrisa de nuevo y tuve que luchar para contener la mía.
—Ah, se supone que no debería decirte esto —se burló—. Pero mi mamá cree que estás bueno.
Entonces se dio la vuelta y salió corriendo hacia los autos.
Genial.
Exhalé irregularmente antes de mirar hacia las gradas donde se sentaban las mamás. Jax las llamaría lagartonas, asaltacunas. Y Madoc las llamaría, punto.
Bueno, antes de que se casara.
Siempre pasaba lo mismo con estas mujeres. Sabía que algunas simplemente inscribían a sus hijos al programa para poder estar cerca de los conductores que pasaban el tiempo aquí. Aparecían súper producidas, peinadas y maquilladas, generalmente usando tacones y pantalones vaqueros ajustados o faldas cortas... como si fuera a agarrar una y llevarla a la oficina, mientras su hijo está aquí afuera jugando.
La mitad tenían sus celulares frente a su cara para parecer que no estaban haciendo, precisamente, lo que sabía que sí hacían. Gracias a que Pasha no guardaba bien un secreto, sabía que, así como existía gente que se escondía detrás de sus gafas de sol para disimular que te estaban mirando, estas mujeres hacían zoom a la cámara para mirarme más de cerca.
Genial.
A partir de entonces hice que parte del trabajo de Pasha fuera no contarme mierda como esa que no necesitaba saber.
—¡Justin! —El grito de Pasha sonó por encima de todos los otros ruidos—. ¡Tienes una llamada por Skype!
Incliné mi cabeza, mirándola por encima.
¿Skype?
Preguntándome quién carajos quería hablar conmigo por video chat, me levanté y caminé por la cafetería hasta la tienda/garaje, ignorando los débiles susurros y las miradas de costado de la gente que me reconocía. Nadie fuera del mundo de las motocicletas sabía quién era. Pero dentro de él, me estaba volviendo conocido y tanta atención iba a ser siempre difícil de poder lidiar. Si pudiera hacer mi carrera sin ella, lo haría. Pero las multitudes son parte de las competiciones.
Entrando a la oficina, cerré la puerta y di la vuelta al escritorio mirando la pantalla de mi ordenador.
—¿Mamá? —le dije a la mujer que era igual a mí, en versión femenina.
Menos mal que no me parecía a mi papá.
—Ah... —susurró—. Así que me recuerdas. Estaba preocupada. — Asintió condescendientemente y me incliné en el escritorio, arqueando una ceja.
—No seas tan dramática —gruñí.
No podía descifrar dónde estaba por los muebles a su espalda, ya que todo lo que veía era un gran fondo blanco. Así que asumí que estaba en un dormitorio. Su esposo, el padre de mi mejor amigo, Jason Caruthers, era un abogado exitoso y su nuevo apartamento en Chicago era, seguramente, lo mejor que el dinero podía comprar.
Por otra parte, mi madre estaba perfectamente reconocible. Absolutamente hermosa y un ejemplo de que las personas sí aprovechan las segundas oportunidades si se les daba. Se veía sana, alerta y feliz.
—Hablamos cada pocas semanas —le recordé—. Pero nunca hemos hecho un video chat. ¿Qué sucede?
Desde que abandoné la universidad y me fui de casa hace dos años, solo había vuelto una vez. Lo suficiente como para darme cuenta de que era un error. No había visto a mis amigos o mi hermano, y a pesar de que mantenía el contacto con mi madre, solo había sido por teléfono o mensajes de texto. Y aun así era breve y preciso.
Era mejor de esa manera. Ojos que no ven, corazón que no siente. Y, además, funcionaba, porque cada vez que oía la voz de mi madre, recibía un correo de mi hermano o un mensaje de texto de cualquiera de mi ciudad natal, pensaba en ella.
________.
Mi madre se inclinó más cerca de la pantalla, su cabello color chocolate, igual al mío, caía por sus hombros.
—Tengo una idea. Empecemos de nuevo —chilló y enderezó su espalda—. Hola, hijo. —Sonrió—. ¿Cómo estás? Te extraño ¿Me extrañas?
Me reí nervioso y sacudí mi cabeza.
—¡Dios! —exhalé.
Aparte de ________, mi mamá era la que más me conocía. No porque hubiéramos pasado juntos mucho tiempo de calidad madre e hijo, sino porque había vivido conmigo el tiempo suficiente como para saber que no tomaba mierda sin sentido.
¿Charlas triviales? Sí... no era lo mío.
Dejando caer mi culo en la silla de cuero negro, la tranquilicé:
—Estoy bien —contesté—. ¿Y tú?
Asintió y me di cuenta de que la felicidad hacía resplandecer su piel.
—Bastante ocupada. Están pasando un montón de cosas este verano aquí en casa.
—¿Estás en Shelburne Falls? —pregunté.
Solía pasar la mayor parte de su tiempo en Chicago con su esposo ¿Por qué estaba de nuevo en nuestra casa?
—Volví ayer. Me quedaré aquí el resto del verano.
Dejé caer mi mirada, vacilando solo por un segundo, pero sabía que mi madre lo había visto. Cuando levanté la mirada, me estaba observando y esperé lo que sabía que vendría a continuación.
Como no dije nada, me incitó:
—Esta es la parte en que me preguntas por qué me estoy quedando con Madoc y Fallon, en vez de estar en la ciudad con mi marido, Justin.
Miré hacia otro lado, tratando de parecer desinteresado. Su esposo era el dueño de la casa en Shelburne Falls, pero se la dio a Madoc cuando se casó. Jason y mi madre todavía se quedaban allí cuando estaban en la ciudad, pero por algún motivo mi madre pensó que me interesaría.
Estaba jugando conmigo. Tratando de intrigarme. Tratando de lograr que preguntara sobre casa.
Quizás no quería saber. O quizás sí...
Hablar con mi hermano estos últimos dos años ha sido fácil. Sabía que no debía entrometerse y que sería yo quien sacara el tema a conversación. Mi madre, por el contrario, era una bomba a punto de estallar. Siempre me preguntaba con qué saldría a continuación.
Estaba en Shelburne Falls y eran vacaciones de verano. Todo el mundo debía de estar ahí.
Todo el mundo.
Puse los ojos en blanco y me recosté contra el respaldo de la silla, determinado a no seguirle la corriente, ni jugar.
Se rió y la miré.
—Te amo. —Se rió, cambiando de tema—. Y me pone contenta saber que tu desprecio por las charlas triviales no ha desaparecido.
—¿De veras?
Alzó la cabeza, sus ojos brillaban.
—Me reconforta saber que algunas cosas nunca cambian.
Apreté con fuerza mis dientes, esperando a que la bomba explotara.
—Sí, también te amo —comenté distraídamente y me aclaré la garganta—. Bueno, ve al grano. ¿Qué sucede?
Golpeó con sus dedos el escritorio que tenía enfrente.
—No has venido a casa desde hace dos años y me gustaría verte. Eso es todo.
Había vuelto. Una vez. Solo que ella no lo sabía.
—¿Eso es todo? —pregunté sin creerle—. Si me extrañas tanto, pon tu culo en un avión y ven a verme —bromeé.
—No puedo.
Entrecerré mis ojos.
—¿Por qué?
—Por esto. —Se puso de pie mostrando su estómago muy embarazado.
Mis ojos se abrieron como platos y mi cara cayó mientras me preguntaba qué carajos estaba pasando.
Mierda.
Sentía la vena de mi cuello latir y solo me quedé mirando fijamente su cuerpo lleno de curvas, como una pista de esquí que iba desde su cuello hasta su cintura y... no podía ser cierto.
¿Embarazada? ¡No estaba embarazada! Yo tenía veintidós años. Mi mamá, como cuarenta.
Vi como ponía sus manos en su espalda ayudándose a sentarse. Lamí mis labios que estaban secos y respiré duro.
—¿Mamá? —Ni siquiera había pestañado—. ¿Es una broma?
Me miró con compasión.
—Me temo que no —explicó—. Tu hermana vendrá en las próximas tres semanas.
¿Hermana?
—Y quiero que todos sus hermanos estén aquí para saludarla cuando llegué —terminó.
Miré hacia otro lado, mi corazón bombeando calor a todo mi cuerpo.
¡Mierda! Está embarazada ¡Joder!Dijo hermana.Y todos sus hermanos.—Entonces es una niña —dije más para mí mismo que para ella.
—Sí.
Me rasqué el cuello, agradecido de que mi mamá no me exigiera más charla trivial, así podía procesar esto. No tenía idea ni de qué pensar.
Iba a tener un bebé y una parte de mí quería saber en qué carajos estaba pensando. Había sido alcohólica durante quince años mientras yo crecía y aunque sabía que siempre me amó y que, después de todo, era una buena persona, también sería el primero en pichar su burbuja diciéndole que como madre apestó.
Pero la otra parte de mí sabía que se había recuperado. Se había ganado una segunda oportunidad y luego de estar cinco años sobria supongo que ya estaba lista para esto. También había sido una buena madre adoptiva para mi medio hermano, Jax, cuando vino a vivir con nosotros. Además, tenía un grupo de gente alrededor que la apoyaría.
Uno en el que no estaba incluido desde que me había ido.
Su hijastro, Madoc y su esposa, Fallon. Jax y su novia, Juliet. Su esposo, Jason. Su ama de llaves, Addie... Todos menos yo.
Aclaré mis pensamientos y volví a mirar la pantalla.
—Dios, mamá. Yo... yo... —Estaba tartamudeando. No sabía qué decir o qué hacer. No era del tipo sensible o bueno con estas cosas—. Mamá. —Tragué saliva y la miré a los ojos—. Estoy contento por ti. Nunca hubiera pensado...
—¿Que quería más niños? —me interrumpió—. Quiero a todos mis chicos, Justin. Te extraño un montón —admitió—. Madoc y Fallon me están cuidando, ya que Jason está terminando un caso en la ciudad. Y Jax y Juliet son geniales, pero te quiero aquí. Ven a casa. Por favor.
Me aclaré la garganta. Casa.
—Mamá, mi agenda está... —Busqué una excusa—. Lo intentaré, pero simplemente...
—________ no está aquí —me interrumpió, bajando su mirada.
Sentí el pulso en mis oídos.
—Si es eso lo que te preocupa —me explicó—. Su padre estará en Italia por un par de meses, así que ella pasará el verano allí.
Bajé mi cabeza, inhalando profundamente.
________ no está en casa.
Bien. Mi mandíbula se tensó. Eso es bueno. No tendría que lidiar con ello. Podría ir a casa y pasar el tiempo con mi familia y eso sería todo. No tendría que verla.
Odio admitirlo, inclusive a mí mismo, pero tenía miedo de cruzármela. Tanto, que directamente no había ido a casa.
Pasé la palma de mi mano por mi muslo para secar la transpiración que tenía siempre que pensaba en ella. A pesar de que me fui para poder sentirme completo nuevamente, todavía había una parte de mí que parecía estar siempre vacía.
La parte que solo ella llenaba.No podía verla sin desearla. O sin desear odiarla.—¿Justin? —Mi mamá seguía hablando y mejoré mi expresión.
—Sí —suspiré—. Estoy aquí.
—Escúchame —me ordenó—. Esto no se trata de por qué te has ido. Esto se trata de tu hermana. Eso es todo en lo que quiero que pienses ahora. Perdona que no te lo haya dicho antes, pero... —Sus ojos cayeron y parecía buscar las palabras—. Nunca sé en qué piensas, Justin. Eres tan introvertido y quería poder decírtelo en persona. Pero nunca tienes tiempo para venir y ya he esperado todo lo que podía.
No sé por qué me molestaba que a mi mamá le costara hablarme. Supongo que nunca lo pensé realmente. Pero, ahora que ya lo sacó a la luz, me doy cuenta de que no me gustaba ponerla nerviosa.
Inhaló profundamente y me miró, sus ojos se veían amables, pero serios.
—Te necesitamos —dijo suavemente—. Madoc va a ser quien juegue con ella con sus juguetes. Jax va a ser quien la lleve en sus hombros para escalar montañas. Pero tú eres su escudo, Justin. Vas a ser quien se asegure de que nunca nada la lastime. No te lo estoy pidiendo, te estoy avisando. Quinn Caruthers necesita a todos sus hermanos.
No pude evitarlo, sonreí.Quinn Caruthers. Mi hermana. Ya tenía nombre. Y claro que estaría allí para ella.Asentí, respondiéndole.
—Bien. —Su expresión se relajó—. Jax te envió por correo el pasaje de avión.
Y luego se desconectó.

¡Espero que les haya gustado!
Gracias por todo, las quieroooo.

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