Unica Parte.

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Era un sábado muy de mañana, el sol todavía no terminaba de salir y todos tenían chamarras para conservar el calor, en el patio de una casa había una familia: un padre, una madre y una pequeña niña de ocho años, estaban preparándose para un viaje a la casa de los abuelos, la pequeña niña estaba emocionada ya que tenía algunos meses, desde su cumpleaños, sin ver a sus abuelos.
   —¿están listas? —pregunto el padre con su voz robusta a su familia parada enfrente de el.
   —yo nací lista —respondió la niña emocionada alzando al cielo un caballo de juguete.
   —Kari —le hablo su madre y le abrocho su chamarra que apenas le dejaba caminar y le pregunto— ¿enserio vas a llevar tu caballo con los abuelos?
   —no es un caballo mamá —le contestó la niña abrazando al caballo con fuerza—, es una yegua y tiene nombre, es Caro.
    —perdón señorita —le dijo su mamá con una voz dulce mientras le acomodaba la bufanda.
    —pídele perdón a  Caro —le dijo la niña acercándole el pequeño caballo negro a la cara de su madre.
     —perdón Caro —dijo la madre de la pequeña niña al caballo, perdón, yegua.

    A Kari le encantaban los caballos, su mayor sueño era tener uno y siempre le pedía uno a su padre para su cumpleaños. La familia salió de su casa a las 6 de la mañana, con destino a una ciudad a unas 4 horas de camino, el padre conducía rápido, pero seguro para llegar temprano, la madre iba platicando con el para no aburrirse y la niña veía por la ventana mientras escuchaba la música del radio del coche, una linda canción que la adormilaba.
    La niña jugueteaba con el vidrio empañando dibujando caritas con el dedo o escribiendo su nombre y cuando ya no tenía espacio simplemente soplaba al vidrio y a dibujar otra vez. Los padres practicaban sobre el trabajo, su relación era aburrida y monótona como las carreteras por donde pasaban el coche, pero los dos se amaban. La niña veía como el sol salía en el horizonte dispersado la neblina y devolviéndola al cielo, en un intento de calentar el día.
    Los autos que iban en el otro carril pasaban rápido, tan rápido que sólo parecían líneas de luz rojas que se perdían en la vista de la carretera en dirección opuesta a su destino. El paisaje era boscoso, verde a rebosar de árboles gruesos y grandes
    La vista se ponía cada vez más borrosa por la falta de sol entre los gruesos árboles, en el carril de a lado los autos se transformaron un grandes tráileres que transportaban madera del bosque para las ciudades, el café del padre se había empezado a enfriar en el portavasos y la música se había cambiado de una canción a otra.
    A la niña el sueño la estaba abrazando hasta que cayó en este cálido letargo a la eso espera de ser despertada por sus padres a la hora de llegar y ver a sus abuelos parados en la puerta de su casa esperándola con un buen desayuno en la mesa y para jugar con el perro de sus abuelos.

    Un fuerte ruido de metal retorciéndose la despertó, una fuerte sacudida la despabilo y un ardor en los ojos impidió que se moviera, hacia calor en el auto, no podía abrir los ojos por el ardor y el dolor en sus costillas, podía oír la voz de su padre que le hablaba preocupado, casi gritando:
    —Kari, ¿Estás bien?
    La niña se incorporó inmediatamente al oír los gritos de su padre, pero no podía abrir los ojos, era como si siguiera dormida.
    —papá, no puedo abrir los ojos —le dijo a su padre asustada tocándose la cara.
    De la carretera se podía oír el frenar repentino de los autos y los claxon de otros, oía como algunos pasos presurosos se acercaban pero no podía acercarse más por una razón que Kari no podía ver.
    —¿Están bien? —grito alguien desde muy lejos.
    —por favor —grito el padre con desesperación—, saquen a mi hija y a mi esposa.
    La puerta donde estaba Kari se abrió a la fuerza se abrió a la fuerza, ya que estaba atorada y retóricas, la sacaron en brazos, la sentaron en el suelo pero ella no podía abrir los ojos.
    Pasaron los minutos  oyeron sirenas y su padre llegó con ella a pasó lento y pesado, como si estuviera cojeando.
    —kari —le dijo abrazándola.
    La niña al abrazar a su papá pudo sentir una mancha húmeda en su camisa, intento tocarla pero sintió el temblor de su papá así que aparto las manos de la mancha y se las volvió a llevar a la cara.
    —no puedo abrir los ojos —susurro en la baja la niña, con miedo y nervios en su voz que se rompía.
    Se oía un torbellino de voces, gritando, pidiendo ayuda, las sirenas se pararon muy lejos y arriba de ellos.
    —señor, ¿Están bien? —pregunto alguien que se acercó corriendo.
    —mi hija —le dijo el preocupado padre—... mi hija no puedo abrir los ojos.
    —déjeme verla, soy médico —le contestó y unas manos empezaron a tocar la cara de Kari, ella sintió como alguien abrió sus párpados y pudo ver una luz blanca, pero no más de siluetas amorfas que revoleteaban frente a ella, después de unos segundos el médico le dijo al padre con gran pesar en la voz:—, señor, el golpe dejó a su niña ciega, lo lamento.
     —no puede ser —contestó el padre con la voz cortada, que al final quebró en llanto—, mi... mi esposa, ¿Cómo está? —pregunto otra vez el padre.
    —señor —volvió a hablar el médico con el mismo tono de voz lúgubre—… lo lamento, su esposa murió en el choque.
    Esas palabras destrozaron a la pequeña niña, su vida... su vida se había visto volcada por unos pequeños momentos en los que se había dormido, todo había terminado y ya no podrán llegar a tiempo para desayunar con los abuelos.

Tras Los Ojos De Kari.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora