Rutina

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De nuevo me levanto a regañadientes, en una habitación que no me pertenece. Odio esto, busco en el armario las cosas que tengo que usar para trabajar, aunque realmente no me da la gana ir al despacho.

—¡Buenos días! —dice mi hipócrita madre, sonriente me deja el desayuno.

—Buenos días —respondo con un deje de resentimiento.

—No me contestes así —reprende molesta.

—No hay otra forma para hablarte, amada madre.

—Estúpida malagradecida, te he dado lo mejor e incluso te he arreglado una relación con uno de los hombres más importantes de esta ciudad. Has resultado ser una belleza única mi nena —trata de acariciar mi mejilla.

—Deja de decirme así.

—A ver, Sarah. Yo digo lo que quiero. Esta es mi casa y tú me respetas.

Me llamo Sarah, tengo 28 años y vivo en la hermosa ciudad de Rosario, Argentina. Realmente soy de Los Ángeles pero debido a los excesos de mi madre. Decidió traerme con ella acá, donde llevo más de 15 años viviendo.

Soy abogada... aunque nunca quise serlo, he sido obligada por mi madre. Mi verdadero sueño es actuar. Por eso en el día soy la abogada pero, por las noches, me escapo hacia un club de teatro en donde dejo de ser Sarah y me convierto en Milagros, una actriz que da todo en cada papel que le otorgan.

Dejo hablando sola a mi madre, para nuevamente recoger mis cosas y largarme a la maldita oficina.

Los mismos casos, papeleos, gente cruzando por toda la oficina para revisar, sacar copias ¡Me frustra esto!

Y por si fuera poco, el imbécil que tengo por novio le ha dicho a mi madre que vamos a cenar ¡Y hoy tengo que ir al club!

Saco mi móvil y decido decirle a Mariano que no podré ir. Él es como un hermano, el que nunca tuve. Sabe mi vida y también lo peligroso que es llevar esta doble vida. Entiende perfectamente mis movimientos pero dice que debo hacer algo rápido, porque el tiempo se me acabará y quedaré encerrada en una celda de cristal.

—Muy bien eso es todo por hoy. Hasta mañana —digo malhumorada, deseando con toda mi alma que este gilipollas no esté.

Maldito destino

—Hola, hermosa

—Callate —me jala del brazo y reprimo un grito de dolor.

—A mi no me hables así. Vamos a cenar y la pasaremos bien.

La peor cena de mi vida

Es lo único que puedo decir. Él egocéntrico se la paso toda la noche hablando de sus lujos, de sus viajes por el mundo y yo sólo me limitaba a sonreír y a fingir interés por lo que decía.

Al llegar a casa no pude ni suspirar de alivio porque mi madre (según dice el acta de nacimiento) me acribilló a preguntas y, sobre todo, a decirme que lo debo tratar aún mejor. Yo me niego a todo esto.

Y volvemos a lo mismo, los mismos buenos días, el ir y venir a la oficina. Es un estúpido círculo vicioso del que, al parecer, no tengo salida.

Pero por fin, después de un día intenso de trabajo, llego al club de teatro. El lugar donde puedo ser yo. Mariano me recibe con un abrazo muy fuerte. Sonrió por el cariño que me da.

—¿Qué tan mal te fue?

—Como dicen los mexicanos: de la chingada —empieza a reírse fuertemente— no es gracioso.

—Claro que lo es. No te imagino dos horas soportando al presumido de tu novio.

—Ni me lo menciones... Ni siquiera me quiere ¡Nada! Sólo porque a mi madre le interesa su plata.

—Deberías librarte de ellos.

—Tú dime cómo.

—Tú tendrás que descubrirlo, algún día la bomba explotará y no tendrás escapatoria.

—Tienes razón... Pero por el momento déjame disfrutar de esto —sonríe.

—Entonces ¡A actuar!

Pasan las dos horas rápidamente ha sido muy reconfortante estar con ellos, son mi familia y los aprecio a cada uno.

Camino hacia mi coche, cuando de pronto me choco con un hombre. Es un poco más alto que yo, se ve quizás unos 6 años mayor y tiene puesta una gorra.

—Disculpa, no veía por dónde iba

—No se preocupe señorita, estaba muy distraído —dice con una sonrisa ir.

—Ahm...

—Soy Adrián, mucho gusto.

—Igualmente —miro la hora— ¡Voy a llegar tarde! Lo siento, me tengo que ir. Adiós.

—Adiós.

Subo a mi auto y manejo apresuradamente hasta llegar a casa. Mi madre me espera molesta.

—¿Dónde estabas?

-—Salí a despejarme mamá.

—Pues no lo vuelvas a hacer, sin antes avisarme ¿Te quedo claro? —dice amenazante.

—Claro...

Subo a mi habitación, Mariano tiene razón, habrá un momento en el que se va a saber eso y si llega a pasar, mis sueños se derrumbarían, no puedo permitir eso.

Debo inventarme algo para poder salir de aquí y que nadie me detenga.

Pero...¿Qué?

El Chico Del PianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora