Cinturón

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Pablo Iglesias no era muy dado al romanticismo, y eso Albert lo sabía. No es que no le gustase sus sesiones de arrumacos en el sillón, ni mandarle mensajes empalagosos y veladamente sugerentes durante los plenos, pero su novio prefería el sexo: duro, sucio y embriagador; o, en contadas ocasiones, lento y sentimental.

Por eso, Albert no pudo ocultar su asombro cuando una tarde, al entrar en el piso, se dio cuenta de la suave música que fluía desde el estéreo del salón, y del fragante olor a vela perfumada que inundaba la estancia. ¿Velas perfumadas? ¿Desde cuándo tenemos de eso?

Su sorpresa no podía más que crecer cuando se percató de los pétalos de rosa que cubrían el suelo, formando un caminito hasta la habitación.
Albert sacudió levemente la cabeza, sonriendo como un adolescente. No se podía creer que Pablo hubiera hecho todo eso (de hecho, a Albert no le hubiera extrañado nada que fuera ideal de Alberto, o incluso de Íñigo).

El de Ciudadanos se dirigió a la habitación, cuya puerta estaba cerrada, y la abrió sin saber muy bien que esperarse.

Desde luego, con lo que se encontró, no.

Pablo Iglesias estaba tendido en su cama, con el largo pelo suelto y desnudo de pies a cabeza excepto por un detalle: un minúsculo tanga naranja con el logo de Ciudadanos en la parte frontal. Le miraba con ojos de depredador, relamiéndose los labios, dirigiendo su mirada sin ningún tipo de disimulo a la entrepierna de su novio.

Ante esta escena, Albert no pudo más que echarse a reír. Y luego se le comenzaron a salirse las lágrimas al ver la cara de absoluta confusión y contrariedad del dirigente de Podemos.

Su risa se comenzó a calmar cuando sintió una leve brisa en su oreja.
-¿Ya has terminado?
El susurro de Pablo en su oreja le cortó la respiración. Si antes no había terminado de reír, ahora seguro que lo había hecho.
Albert adoraba el tono seductor de Pablo. Era lo que más le calentaba (un día hicieron un experimento, y Albert se corrió sin tocarse, solo con la voz de Pablo).

Albert dejó escapar un pequeño gemido, cerrando levemente los ojos. Sintió como Pablo  se ponía en frente suya, y como, lentamente, desabrochaba su camisa.
Sus manos recorrían el torso de Albert delicadamente, explorándolo, acariciándolo.
Pablo sentía fascinación por el cuerpo de Albert. Sus dedos trazaban ligeros caminos por los brazos del catalán, admirando los músculos desarrollados por la natación. Extendió la palma de sus manos por su pectorales, deslizándolas suavemente a lo largo de su torso, sintiendo como el vello de su novio se erizaba, y como sus pezones se endurecían.
Albert, sin quererlo, mantenía los ojos cerrados y dejaba escapar pequeños suspiros. Su nirvana interior cesó cuando sintió una lengua trazar pequeños círculos sobre su pezón derecho, y abrió los ojos de golpe. Se podría haber corrido en los pantalones en un segundo.
Y es que la escena que visualizó era digna de fantasía erótica. Pablo, acuclillado, mirándole a los ojos continuamente, jugaba con el pezón derecho, mientras le daba pequeños pellizcos al otro. Estaba completamente empalmado, el tanga no tapaba apenas nada de por sí, pero su líquido preseminal lo transparentaba.

Pablo sabía perfectamente el efecto que tenía en su novio. Y le encantaba jugar con ello.

El podemita se irguió y comenzó a quitarle la ropa que le quedaba al catalán, dejándola caer de cualquier manera en el suelo. Albert, mientras tanto, formaba un camino de besos húmedos a lo largo de sus clavículas, su cuello, su mandíbula, deteniéndose a medio camino para succionar, creándole un bonito moratón que luego Iglesias enseñaría con orgullo. Y es que no había un manjar más dulce que la piel de Pablo. Una mezcla de sudor y sexo y azahar. Siempre le había vuelto loco.

Pablo de repente, le cogió de las manos y le guió hasta sentarse en una silla.
Eso era nuevo. Y a Albert la innovación le excitaba sobremanera.
Él podemita le sentó en la silla y, sentándose en el colo del catalán, le ató las manos por detrás del respaldo. Ambos suspiraron ante el contacto. Al inclinarse, le susurró:
—Si te mueves, te prometo que te dejaré sin correrte toda la puta noche. No hagas algo de lo que te puedas arrepentir. Recuerda, di "absenta" si quieres parar.
Pablo le miró a los ojos, dedicándole una sonrisa lasciva e irremediablemente seductora. A Albert le iba a estallar la cabeza.

Entonces, Pablo descendió lentamente, recorriendo todo el cuerpo del de Ciudadanos con su manos, suaves caricias que dejaban llamaradas de fuego tras de sí.
Dejaba besos húmedos bajando por el vientre de su novio hasta llegar a su entrepierna. Pablo se relamió, admirando las vistas. Y sin andarse con rodeos se la metió en la boca (la erección). Succionaba y lamía, recorría su longitud con su lengua, provocando temblores por todo el cuerpo de Albert. Dándole especial atención a la punta, succionó. A Albert se le arqueaba la espalda, y movió sus caderas follando la boca de Pablo sin mesura.

Pablo paró abruptamente.
—Te dije que no te movieras.
A Albert se le erizó todo el vello del cuerpo. Pablo quería castigarle, de alguna manera o de otra, y le vino una idea brillante al ver el cinturón de Albert en el suelo.
Con agilidad y maestría, ató a Albert en la silla de manera que no puedo era mover las caderas.
Albert se quería morir (de la mejor manera posible).
Y Pablo siguió lamiéndole, prestándole todas las atenciones, de forma lenta y tortuosa. Cuando se dio cuenta de que Albert estaba cerca de correrse (su número de "Ah, Pablo, joder" seguidos aumentaba exponencialmente) paró.

—¿Qué te pasa, Albert? ¿No te había avisado?

Cabrón calientapollas. Pablo estaba disfrutando. Y mucho. Y es que la apariencia de Albert en ese mismo momento le podría hacer correrse en ese mismo instante. El de ciudadanos le miraba con toda la cara roja y perlada de sudor, los labios enrojecidos de los besos y los mordiscos. Sus ojos entrecerrados, con el ceño fruncido levemente, apenas mostraban el iris. Desde luego, Pablo tendría material para pajas por mucho tiempo.
Entonces, Pablo se sentó en el regazo de su novio. Su erecciones chocaron, y se frotaron como dos animalicos en celo, dejando escapar gemidos y suspiros y el nombre del otro como si fuera un mantra.
Albert estaba a punto de explotar, y a Pablo le quedaba poco.
Entonces, Pablo le dio sus dedos a Albert y este los chupó, relamió y cubrió de cabo a rabo de saliva.
El podemita se comenzó a preparar haciendo un espectáculo de ello.
—Joder, Albert, jo-ah-der, necesito AH que me folles.
Acto seguido, cuando ya estuvo suficientemente preparado, se dejó caer sobre el miembro de Albert, y el grito de este último asemejaba más a un sonido animal que humano.
Pablo se comenzó a mover y Albert se estaba frustrando. Todavía tenía las caderas presas. El podemita, dejándose llevar por el éxtasis fruto del placer, se olvidó por completo del castigo y desabrochó y desenlazó las ataduras de su amante.
Albert tuvo barra libre para recorrer todo el cuerpo de Pablo, Por fin.
Le encantaba en especial su torso. No era especialmente musculoso, pero era suave ancho y respondía visiblemente a las caricias de los dedos de Albert. A Pablo no le gustaba su propio torso, pero uno tampoco folla con el torso, y eso era realmente lo que a él le importaba.

Ambos mantenían un ritmo cada vez más errático, pronunciando los nombres del otro en su oído como si invocaran antiguas divinidades. A cada embestida Albert golpe a más fuerte en la próstatas de su novio, que lanzaba aullidos cuasi lobunos.

Finalmente, en un golpe que coincidía la bajada de Pablo con la embestida de Albert, ambos se corrieron a la vez.

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Los rayos de sol atravesaban las ventanas de la habitación, mostrado minúsculas motas de polvo con su haz.

Dos figuras se encontraban dormidos y acurrucados en la cama, envueltos en la sabana de cualquier manera.

De repente, su sueño era interrumpido por la música infernal del despertador.

—... Pablo..., no me lo puedo creer -gruñía Albert, apretando a su amante en sus brazos—, es demasiado hasta para ti.

🎶Se vive, se siente, Rajoy presidente🎶

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