Portal

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Las risas reverberaban por las calles del barrio de Chueca. Dos siluetas corrían de la mano, haciendo eses, dando tumbos y esquivando farolas. Disfrutaban del ambiente, de la noche iluminada y de la suave brisa nocturna. La primavera se cernía sobre Madrid.
Las siluetas, ambos hombres, dieron un alto en su pseudopaseo para apoyarse en un portal. Por la zona en la que estaban, las calles se hallaban desiertas, la escena solo se veía iluminada por la luz de las farolas y de los portales.
Entre risas, ambos hombres se besaban. Rápidos mordiscos y lametones compaginados con carcajadas y descansos para no ahogarse. En un interludio, apoyaron sus frentes la una contra la otra.
—¿Cómo hemos llegado hasta... Bueno, esto? -musitó Albert, haciendo un breve gesto con la mano que lo abarcaba todo.

~|—•—|~

—¿Con quién te irías de fiesta?
La voz de Pablo Motos irrumpía en la estancia desde el televisor del salón. A Albert Rivera nunca se le había visto tan seguro como cuando, en dos zancadas, recorrió el espacio que le separaba de la figura de cartón que representaba a Pablo Iglesias y pegaba en ella la pancarta de "Fiesta".

Pablo esbozó una sonrisa de autosuficiencia. Si es que soy irresistible.
En realidad, sería extraordinariamente divertido salir de fiesta con Rivera, reflexionaba Pablo. Le mandaré un mensaje más tarde.

[13:37] Pablo Iglesias: así que te irías de fiesta conmigo?
[13:40] Albert Rivera: quien me manda a mi abrir la boca.
[13:41] Albert Rivera: pero sí.
[13:41] Pablo Iglesias: te tomo la palabra. Mañana por la noche. No quiero excusas 😉
[13:42] Albert Rivera: yo elijo el lugar

Y así es cómo Pablo Iglesias se encontraba esperando como un pasmarote en el Room Mate Oscar, el sitio que según Albert "estaba más de moda" y que le iba a "parecer interesante". Pablo se sentía más desubicado que un pingüino en un garaje.
Para su suerte, Albert no tardó en llegar, y empezaron a correr las bebidas: mojitos, gintonics, malibú con piña ("¿En serio, Albert, un malibú con piña? ¿Cuántos años tienes?¿Dieciséis?"), vermús ("Pablo, coño, no se puede ser más viejuno, que estamos en Chueca no en El Madroño"), y así seguía la noche. Cambiaban de bares dando tumbos, cada vez más risueños y despreocupados.
—Una pregunta, Albert, -Pablo le daba el segundo trago a su bebida. Ya ni siquiera sabía lo que le habían puesto- ¿por qué Chueca?
—Bueno, ¿y por qué no? En realidad, me recuerda un poco al ambiente de Barcelona. Madrid es más tranquilo, que es lo que buscaba al venirme aquí, pero sigue teniendo vida.
—¿Y no hay... Otras razones? -insistió Pablo, formando una pequeña sonrisa maquiavélica.
—¿Políticas, dices?
—No, no... No políticas exactamente. -Albert le miraba confuso, posiblemente por la ambigüedad de la conversación, posiblemente por los dos malibús con piña añadidos a las incontables copas anteriores que se había cascado entre pecho y espalda- Coño, Albert, que Chueca es el barrio LGTB.
A Albert se le subieron los colores a la velocidad de la luz.
—Bu-Bueno, a mí me gustan más las mujeres que los hombres, pero bien.
La sonrisa lobuna de Pablo se ensanchaba por momentos.
—Ya, claro -susurró contra su copa.

Las horas pasaban lenta y rápidamente al mismo tiempo. Los bares se sucedían, unos tras otros, perdiendo la cuenta de las copas y de las veces que Albert le había mirado el culo a Pablo. Por la mente embotada de Albert pasaban extraños pensamientos. Joder, qué culo. Quiero que sean mis dientes los que muerdan esos labios. ¿De verdad tiene esa retaguardia o es que esos pantalones lo hacen algo de otro mundo?. Albert se reprimía mentalmente por esos pensamientos, pero tampoco lo hacía con mucha insistencia, provocando que perdiera el hilo de la conversación varias veces. Tantas, que Pablo se dio cuenta.
—Albert, deja de mirarme el culo.
El mencionado se sonrojó violentamente. Y a continuación, escuchó la guinda que coronó el pastel.
—¿Sabes qué estás muy follable cuando te sonrojas?
Albert casi se ahogó con su bebida, bajó la cabeza y sonrió para sí. Pablo probó suerte. El bar en el que se encontraban estaba muy poco iluminado, y la gente estaba suficientemente mamada como para no darse cuenta de que dos políticos estaba  borrachos y ligando. Pablo le besó. Y, para su sorpresa, Albert le respondió inmediatamente, con más fuerza e intensidad.
Pablo se están poniendo muy cachondo. Le cogió de la mano, y ambos hombres salieron corriendo por las calles de Chueca, alejándose de la multitud.

Finalmente, se detuvieron en un portal. Los besos y lametones se sucedían uno detrás de otro, salvajes, fieros, rápidos y profundos, intercalados con carcajadas y bocanadas de aire. Ambos juntaron sus frentes.
—¿Cómo hemos llegado hasta... Bueno, esto? -susurraba Albert rozando sus labios y haciendo un gesto con la mano.
Por toda respuesta, Pablo se le quedó mirando a los ojos, y esbozó una sonrisa que Albert jamás había visto en él: una mueca henchida de ternura. Y le volvió a besar.

Ambos podían sentir la erección del otro bajo las capas de ropa. Albert empotró a Pablo contra la pared del portal y comenzó a recorrer mapas con sus manos por debajo de la camisa del madrileño, consiguiendo que éste soltase pequeños gemidos. Como contraataque, Pablo directamente le cogió de la entrepierna a Albert. El catalán soltó un gemido que podría haber despertado a toda la vecindad.
Una mierda. Pablo, te vas a cagar.

Albert de puso de rodillas y le bajó los pantalones y la ropa interior de un golpe, dejando libre su erección. Ya veo que su ego es indirectamente proporcional al tamaño de su polla.
El Ciudadano comenzó a trabajar el tema: primero, lentas caricias con sus manos, luego las acompañaba con su boca, al principio sólo chupando y lamiéndola suavemente y seguidamente succionando. Pablo aullaba cual lobo, y enredó las manos en el corto pelo de Albert.
El catalán retiró las manos al completo, usando su boca para provocar placer. Movimientos rítmicos de cabeza, succiones, lametones, Albert recorría la polla de Pablo con esmero y de forma concienzuda. Pablo casi se desmayaba en el sitio.
—AlbEHrt, Albert, me voy AH a correr.

Y en ese mismo instante, Albert sujetó la base de su polla con fuerza, impidiendo a Pablo zafarse y que puediera correrse.
—Yo no estaría tan seguro -dijo Albert, con la erección todavía en su boca. Las vibraciones de la voz de Albert lanzaban olas de placer a todos los sensores de Pablo.
—ALBERT ME CAGO EN TI.
—¿Cómo se piden las cosas?
—ALBERT POR DIOS.
Albert estaba disfrutando de la forma más sádica posible. Y es que, para ser justos, la escena que tenía delante de sí era digna de un cuadro: Pablo, con la camisa medio abierta, la coleta absolutamente deshecha y la frente perlada de sudor. La boca abierta, los ojos cerrados y lágrimas saliendo de sus lacrimales.
—Albert, por favor, por favor te lo pido, por el amor de dios déjame correrme.
Ver a Pablo, siempre tan seguro de sí, tan deshecho y sumiso hizo que Albert se corriera, sin tener si quiera el cinturón desabrochado, en su ropa interior. Y, por fin, dejó que Pablo se corriera.
Ambos se sentaron, apoyando sus espaldas contra la pared, para recuperarse del orgasmo.
—Te odio.
—Ya, pero a qué nadie te la ha chupado así en tu vida.
—No te pongas tan chulo que tú te has corridos en los pantalones.
—Touché.

A la mañana siguiente, un pobre barrendero recogía con cara de asco una ropa interior del suelo, sin saber que una vez su dueño fue Albert Rivera.

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⏰ Última actualización: Jul 29, 2016 ⏰

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